Amauta 25 AMERICA, UNIVERSALIDAD POR CARLOS SANCHEZ VIAMONTE Cada día que pasa corrobora y hace más ostensible el acierto de nuestra intuición optimista de que el siglo XX señala el comienzo de la era de América, pero asimismo pone de manifiesto el conflicto latente dentro de su misma entraña entre dos tipos humanos contradictorios: el del norte y, el nuestro.
Si fuere necesario concretar, con ejemplos vivos y actuantes, las dos tendencias históricas encontradas cuya lucha ocupará por entero el escenario mundial durante lo que resta del siglo, podría afirmarse sin temor que ellas aparecen representadas, con caracteres bien definidos ya, en la agresión imperialista de Estados Unidos por un lado y por otro en la concentración espiritual defensiva de América latina.
Acaso se nos ofrezca en esos términos la gran cuestión de nuestro tiempo y sea ese conflicto el verdadero nudo de un nuevo drama humano, situado ya en el escenario de América, que es, al mismo tiempo, un ensanchamiento del mundo y una dilatación insospechada del espíritu.
Hasta ayer pudo decirse como dijera Sarmiento. civilización contra barbarie. Así estaba planteado el problema de cuya solución dependía el triunfo de valores permanentes conquistados por la cultura occidental asentada en el progreso de las ciencias y de las industrias, indispensable en la continuidad histórica de la especie. Ahora, en cambio, podemos decir cultura contra civilización manual. así está planteado el problema presente y futuro que promueve la colisión de las fuerzas triunfantes, inseparablemente unidas en el pasado pero divorciadas y en franca oposición después de su triunfo.
Sería pueril pretender que este conflicto es un problema nuevo en la historia y más pueril aun afirmar que ese conflicto es exclusivo de América, dada su generalidad acentuada y creciente en la vida contemporánea, pero es indudable que en ninguna parte del mundo adquiere contornos tan precisos la antinomia que encierra ni se halla tan preñada de hondas y nuevas sugestiones.
Si algo significa la evolución humana más allá del progreso material cuantitativo, si es posible registrar una marcha ininterrumpida en la historia, forzoso será reconocer que esa marcha conduce a la solidaridad por el camino de la universalidad. América representa la primera etapa en ese recorrido histórico. Su mayor significación, la más precisa, tal vez la única que la presenta diferenciada como nuevo valor de cultura, incalculablemente fecundo por su trascendencia, consiste en su sentido de lo universal. Podría decirse que el plasma humano de que está formada posee la primicia de esa nueva sensibilidad o si se quiere, de este nuevo sentido, nuevo como expresión de vida colectiva ya que, hasta ahora, sólo lo poseyeron, como un privilegio minorías selectas, pero jamás ha sido el patrimonio de la masa humana, en ninguno de los pueblos de la historia. Cosmopolitismo. internacionalismo. fueron simples fórmulas que sirvieron de válvula de escape al sentido de universalidad mal comprendido y peor expresado pugnando por ampliar su ámbito, pero llevando en sí el prejuicio asiático europeo del localismo escueto y egoísta que constituía todo el contenido de la idea de patria.
Por eso, América no acoje las viejas fórmulas simplistas e irreales. y de ningún modo idealistas del cosmopolitismo o del internacionalismo. Ambas enuncian un estado mental anterior y di. ferente del nuestro, un concepto puramente étnico mezcla de razas la primera; y un concepto puramente geográfico supresión de fronteras. la segunda.
Cosmopolitismo e internacionalismo son fórmulas de protesta nada más contra la estrechez sofocante del sentimiento anacrónico de la patria asiática o europea; formas negativas del inexhausto afan de universalidad que se revela en todas las creaciones perdurables de la cultura arte, religión, ciencia; afán restringido por la fuerza organizada del poder político o del poder eclesiástico, porque ambos poderes han medrado a expensas de esa restricción en todo tiempo.
América es siempre universalidad pero su sentido de lo universal se manifiesta de nodos distintos, más que distintos, abiertamente contrapuestos, ya provengan de Yanquilandia o de los pueblos latino americanos. En la advertencia arrogante de Monroe. América para los americanos. América es una realidad naciente, pero el vocablo americano es un equívoco faláz que disfrazaba de altruismo la sórdida intención inicial con que el ogro extendía su garra, bajo la apariencia de un ademán protector. Nuestro América para el mundo fué exclamación infantil, ingenua y un poco absurda, como todo idealismo, más expresaba una aspiración legítima y hondamente humana. Ese es el secreto de un seguro triunfo, porque toda aspiración idealista es un ensayo, una paradojal experiencia a priori del futuro.
Norte contra sur, Yanquilandia contra Latino América es el planteamiento de un problema y también la enunciación de una lucha trabada ya entre la máquina y el hombre, entre las cosas y el espíritu, entre la civilización y la cultura en suma. Sea cual fuere su etimología, hay palabras que van cobrando un nuevo significado cada vez más preciso, exigido por la necesidad apremiante de distinguir el progreso material del perfeccionamiento ético y estético; el dominio extensivo de la naturaleza, de la realización de los fines sociales; al primero podemos denominarlo civilización: el segundo es cultura propiamente dicha.
En vano pretenderán los cientifistas confundir en uno solo este doble aspecto perfectamente diferenciado que reviste la evolución del individuo y, con mayor justeza aun, la evolución de los grupos sociales.
La civilización y la cultura aparecen en la historia inseparablemente unidas como la expresión indistinta de la voluntad humana, cuyo esfuerzo va realizando el milagro de crear una supernaturaleza, pero luego se produce la bifurcación o, si se quiere el divorcio entre el fin, señalado por la cultura, y el medio indispensablemente constituído por la civilización material o manual como la llamara Sanin Cano.
Es innegable que civilización y cultura coexisten siempre y una presupone la otra en todos los casos, pero generalmente se altera la relación de medio a fin en que debe hallarse la civilización manual respecto a la cultura, y cuando esta última resulta sepultada por la primera se producen esos casos de civilización materialis, ta, técnica, instrumental, puramente cuantitativa. Puede estar la ciencia a su servicio, aun la ciencia pura, esa que pretende aclarar todos los misterios y arrancarle a la vida todos sus secretos, pero producida la absorción del fin. que es la cultura por el medio que es la civilización se produce la identificación de la ciencia con la industria, y eso ha ocurrido en Estados Unidos de Norte América.
Este fenómeno de la industrialización de la ciencia acaparando y agotando todo un esfuerzo colectivo el más formidable y mejor organizado que consigna la historia, contiene una lección que debe ser aprovechada y que empieza a serlo. Ella nos revela de una manera concluyente el error tendencial del siglo XIX, o mejor dicho, el carácter circunstancial y efímero que dió su fisonomía a lucha de la inteligencia contra el dogma y el privilegio, es decir, contra la ignorancia y la injusticia, por medio de la ciencia.
La lucha del siglo XIX no ha terminado, pero necesita cambiar de rumbo. La ciencia o, mejor dicho, las ciencias. ya que se perdió definitivamente su unidad originaria no han triunfado todavía sobre su secular enemigo feudal ni triunfarán solas, porque se han puesto a su servicio y, por ende, se han convertido ellas mismas en un nuevo peligro del cual necesitamos defendernos, desde que constituye el mejor y más eficaz instrumento de explotación humana. Acaso no han sido las ciencias. no obstante los ensueños a lo Berthelot y a lo Renan el instrumento del poderío y de la fuerza opresiva y abusiva que caracteriza todos los imperialismos: el de Inglaterra, triunfante y extendido sobre todo el planeta, la tentativa frustrada de Alemania en el año 14 de este siglo y la varia y compleja infiltración de Estados Unidos en todas las repúblicas americanas?
Esto no significa, por cierto, un repudio a la ciencia que los antiguos confundieron con la sabiduría sino al empleo que se hace de ella. La ciencia o las ciencias en este caso es lo mismo carecen de fines propios y, por eso, no pueden despertar simpatías o antipatias, que son de carácter afectivo, ni constituir el ideal, que es esencialmente ético. No hay más fines que los humanos: fines individuales o colectivos que buscan realizarse por todos los medios, y cuando esos fines son puramente materiales se limitan al