Amauta 19 mo. Inspirándose en la lectura del Nuevo Testamento y también, por desgracia en la del Antiguo, su propósito no era otro sinó rectificar la obra de la Edad Media. Los mismos Santos Padres, hasta San Agustín, les merecían, y siguen mereciéndoles, casi tanto respeto como los escritos bien o mal atribuídos a Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas. Hoy, en cambio, un estudio más atento y una crítica más perspicaz del Nuevo Testamento nos ha hecho ver que la unidad y pureza de la primitiva Iglesia es un mito. Desde los primeros días, la comunidad cristiana nunca estuvo unida.
En el Nuevo Testamento vemos cristianos judaizantes llenos de preocupaciones rituales, como eran los del conventículo de Jerusalén, con Santiago a la cabeza, cristianos liberales, amplios, como Pablo, que, sin haber sido discípulo directo de Jesús, comprende mejor el espíritu de este que aquellos que lo habían seguido desde los primeros días. Vemos cristianos helenizantes, como el autor de la Epístola a los Hebreos y él del Cuarto Evangelio, y cristianos que expresan el pensamiento judaico con todas sus preocupaciones escatológicas, como ocurre con los autores de la Epístola llamado de Santiago y del Apocalipsis. Cuál de estas corrientes y aun se podría mencionar otras representa la primitiva Iglesia, el Cristianismo primitivo? Pero hay algo más todavía ¿Es seguro que Jesús haya pensado en fundar una Iglesia. Pronunciaron alguna vez sus labios la palabra ekklesia con la cual los griegos designaban sus asambleas populares?
El relato de la famosa escena de Cesaréa de Filipo tal como aparece en Mateo resulta altamente sospechoso. Ni Marcos ni Lucas nos hablan allí de piedras fundamentales ni del poder conferido a Pedro de abrir y cerrar las puertas del cielo. El tardío relato joanino, en el cual, después de la Resurrección, Jesús concede el mismo poder a todos los apóstoles, lejos de confirmar a Mateo, tiene todo el aire de rectificarlo. Todo bien considerado, parece más que probable que Jesús, que desafía látigo en mano al sacerdotalismo de Jerusalén, no haya pensado jamás en crear una nueva teocracia, un nuevo sacerdotalismo. Si este, a pesar de todos los esfuerzos de Montano, se afianza en el curso del segundo siglo, es sencillamente porque en contacto con los cultos esotéricos que pululaban en el ambiente helénico, el Cristianismo se contagia con el sacerdotalismo de los Misterios. Nada tiene que ver con las enseñanzas que Mateo comprendió en el Sermón de la Montaña y que, dispersas en Lucas, nos muestran a Jesús, como antes dije, más bien como un exponente de las corrientes antilegalistas y antisacerdotales que predominaban en la periferia del mundo judaico, entre los judíos de la Diáspora, de los cuales el Galileo prácticamente hacía parte.
Todo nos demuestra, en una palabra, que, en esto, como en muchas otras cosas, la Reforma del siglo XVI se quedó a medio camino; que la Reforma, como dijo Vinet, está aun por hacer. que el verdadero camino fué indicado por hombres como Franck, como Schwenkfeld, como Fox, para quienes la Iglesia no es una organización eclesiástica sino una corriente espiritual invisible, compuesta por todos aquellos que se hallan unidos a Cristo en espíritu y vida.
La iglesia no tiene señales exteriores. No se puede decir héla aquí o héla allí. Forman parte de ella los que participan en la vida divina y sólo Dios sabe quienes son los suyos.
ternidad Divina, en una absoluta entrega que se esboza en la primera visita al Templo, se confirma en el Jordán, se perfecciona a partir de su regreso de Fenicia y se completa en el Getsemani y sobre la Cruz.
Jesús es la expresión máxima, el triunfo supremo de esa voluntad que, a través del laborioso proceso de la evolución cósmica, biológica y social, trata de expresarse en el hombre, y por medio del hombre, como una fuerza espiritual, creadora de valores morales.
Jesús es el dechado del hombre, el hombre perfecto, porque es la encarnación perfecta de la divinidad en el hombre o, dicho de otra manera, de la compenetración absoluta del hombre con lo Divino.
Cuando el cuarto Evangelio, tomando de Heraclito, del Platonismo y de los Estoicos, un concepto altamente filosófico, nos dice que el Logos, la Inteligencia Divina, la Razon Universal, se ha hecho carne en Jesús, nosotros no podemos sino reconocer que así es, en efecto.
Jesús es el hombre ideal y, por lo tanto, el ideal para el hombre. No pudiendo concebir al Padre Celestial, que El nos reveló tan admirablemente en la parábola del hijo pródigo, como un Dios cruel e inexorable que se complace en los sacrificios y en los sufrimientos humanos, no podemos considerar a Jesús como la víctima expiatoria, el Cordero de Dios que, con su sangre, lava los pecados del mundo. Sabemos bien que, sin su supremo sacrificio sobre la Cruz, prefiriendo morir antes, que ser desleal a la verdad, Jesús no hubiera podido conquistar el mundo para sus doctrinas. Nuestros corazones se estremecen de gratitud delante de tal sacrificio que, en verdad, nos ha redimido, nos ha salvado, o está redimiendo y salvando a los hombres de sus supersticiones, ignorancias y rutinas. Pero atribuir a tal sacrifico un valor expiatorio, el carácter de una satisfacción vicaria, nos parece incompatible con todo el espíritu del Sermón de la Montaña y de la parábola, antes mencionada, del hijo pródigo. Sólo se explica teniendo en cuenta que mentalidades plasmadas por el concepto terrible de Dios, que nos pintan ciertos libros del Antiguo Testamento, solo podían aceptar la buena nueva que nos trajo Jesús, revelándonos a Dios como un Padre lleno de bondad, diciéndose que el Dios del Sinaí se había vuelto clemente, había cambiado de naturaleza, en virtud del sacrificio de su único hijo, que, con su sangre, apacigua sus iras.
Tal explicación, empero, la mentalidad moderna, formada por diecinueve siglos de Cristianismo, no la necesita ni la puede aceptar. La idea primitiva de los sacrificios cruentos agradables a Dios, que ya los grandes profetas y ciertos salmistas rechazaban con horror y desprecio, es incompatible con el Evangelio. Nuestro concepto del Cristo ha cambiado Hoy ya no nos interesa en lo más mínimo saber si Jesús era o no el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas que, después del cautiverio de Babilonia y, particularmente durante la persecución de Antioco Epifánes, tanto preocupaban a los judíos. Para nosotros es un hecho sencillamente lamentable que los Sinópticos, y en particular Mateo, gaste tanto tiempo, forzando los textos del Viejo Testamento, para probarnos que Jesús era el Cristo, Menos todavía puede interesarnos que, bajo influencias pérsicas y una mala traducción griega de un texto de Isaías, tanto Mateo como Lucas nos quieran probar que, en Jesús se haya cumplido la profecía del Avesta prometiendo que, después de Zoroastro, vendría otro Salvador nacido, como él, de una virgen. La introducción de la visita de los magos a Bethlehem, que no tiene otro objeto sino confirmar dicha profecía, nos parece sencillamente deplorable, pues no sirve sino para lanzar la sombra de una sospecha sobre todo el relato evangélico, dando pábulo a la tesis de Couchoud y otros sobre la no historicidad de Jesús.
Lo que si nos interesa en este es su sentimiento de absoluta relación filial con Dios. Que, habiéndonos enseñado que Dios es nuestro Padre y no nuestro amo y, menos todavía nuestro fabricante haya vivido enteramente a la luz de esa doctrina de la PaEn lugar de los cinco conceptos que hemos abandonado acerca de Dios, de la Oración, de la Biblia, de la Iglesia y del Cristo, lo que si tiene, y tendrá siempre enorme importancia, lo que constituye para el pensamiento moderno la esencia misma del cristianismo; son los siguientes puntos que la Nueva Reforma, segun creo, está llamada a predicar y hacer triunfar: a. El universo es la expresión de una Voluntad Divina, la manifestación de un esfuerzo orientado hacia la creación no sólo de formas cada vez más perfectas sino hacia la expresión de valores espirituales; una Voluntad que, mediante el hombre, trata de manifestarse como un principio moral, de revelar su naturalezadefinida por los escritos joaninos como inteligencia, Luz, Vida, Amor. Jesús es la culminación suprema de ese esfuerzo que, tratando de expresar su naturaleza espiritual, tiende hacia la creación de una humanidad moralmente perfecta, de lo que pudiéramos llamar una superhumanidad. Mediante su completa compenetración con lo Divino, Jesús es el primer representante de esa superhumanidad espiritual, el primogénito entre muchos hijos. Fiel a los supremos valores espirituales que la palabra Dios sintetiza o simboliza, Jesús muere en una Cruz y, en ese supremo sacrificio del hombre perfecto, del hombre identificado absolutamente con Dios, tenemos como la cristalización, en el tiempo y en el espacio, de un drama eterno. La Cruz es el símbolo de la creación. Es la expresión de la agonía del Espíritu atado a la materia y, sin embargo tratando de revelarse en ella. Desde la Cruz, en la cual agoniza el Cristo, Dios está llamando a los hombres para que amen a Quien los ama con eterno amor y, mediante el triunfo indiscutible, inequívoco, que Jesús alcanzó para sus doctrinas por medio de la Cruz, Dios nos dá una prenda segura de que los valores espirituales, a través de todos los sufrimientos y martirios, prevalecerán siempre sobre los valores materiales; de que lo superior vencerá siempre a lo inferior.
e. De esta forma, Jesús no es tan sólo un hecho histórico