BourgeoisieJosé Carlos MariáteguiWorkers MovementWorking Class

Amauta 15 HENRI A BUS E POR ANISIMOV del año 1916 con una inmensa fuerza. No son muchas las obras de la literatura mundial que han tenido tal éxito estupefaciente. Ahora, cuando la época del Fuego ha pasado ya a la historia, cuando se puede tranquila y objetivamente apreciar todas las cualidades de esa importante novela, se hace evidente que Barbusse presentó el franco y espantoso diario de un pelotón, la primera composición auténticamente revolucionaria de la nueva literatura francesa. El Fuego en este sentido constituye un acontecimiento de importancia extraordinaria: marca el primer paso en la historia de la literatura revolucionaria proletaria en Francia.
En El Fuego nos encontramos con cuadros desearnadamente reales de la guerra. El artista se sirve de medios figurativos con suma moderación. Quiere ser simple. Acerca su espíritu creador a la realidad de tal modo que ella sea documentable. Nada que pueda parecer inventado. Nada artificial. La verdad desnuda.
Pero la simplicidad no se convierte en simplificación; logra una simplicidad sorprendente. El artista no pasa por delante de los más menudos e imperceptibles rasgos del fenómeno sin percibirlos; observa atentamente y con concentración. Su mirada es extraordinariamente cultivada. Distingue los más sutiles matices de la materia. Concibe la realidad en toda su multiformidad sin señal ninguna de exquisitismo. Pero, con todo esto, está bien desarrollado en él el sentido de la medida, la sensación del tacto; no da nada de sobrante; toma justamente cuanto es necesario, y precisamente aquello que es preciso. La manera realista está conducida aqui completamente hasta el fin, a la perfección.
Los hechos siguen a los hechos. Acontecimientos suceden a acontecimientos. El artista, conservando la imparcialidad externa, nos conduce por los peldaños del infierno guerrero. Cuanto más lejos tanto más grandioso deviene el cuadro. Junto con el crecimiento de la tensión trágica del relato, que en ninguna parte prescinde de marcos severamente documentados, se revela la tendencia antimilitarista la principal de la novela. Indudablemente, de ella está impregnada la obra de principio a fin. Pero, precisamente, saturada. La tendencia, en ningún momento es frase de agitación, en todo tiempo aparece como el contenido interno de la novela.
El éxito del artista consiste precisamente en esto. El ha creado una obra orgánicamente revolucionaria. El Fuego significa el comienzo del Barbusse revolucionario. El Fuego ha hecho de Barbusse un escritor de fama mundial, aunque ésta no es su primera obra. Una época bastante prolongada de actuación literaria la precedió.
Barbusse comenzó con la colección de versos Plereuses. 1895, libro excesivamente pesimista. La lírica melancólica y de silusionada de los Plereuses está íntegramente impregnada de HENRI BARBUSSE, por Mela Muter En Francia no hay todavía literatura proletaria. La clase proletaria aún no ha dado sus artistas. Los representantes de la intelectualidad que han roto con su pasado burgués defendiendo la posición del proletariado en la lucha política, no han levantado su conciencia creadora al nivel de la nueva ideología de que se han apropiado. Estos artistas, no obstante la completa sinceridad de sus intenciones, no pueden crear verdaderamente obras revolucionarias. No hay en Francia un movimiento proletario amplio, fecundo en tendencias revolucionarias. Se encuentra solamente algunos escritores aislados que tienden a trabajar en el sentido revolucionario proletario. Entre ellos Henry Barbusse, sin duda, es el más notable.
Barbusse es, antes de todo, el autor de El Fuego. Esta irritada y rigurosa novela es hasta la fecha su culminación creadora.
Esta es la obra más sufrida, más inmediata de Barbusse. No ha escrito obra más persuasiva y profunda, más revolucionaria. El Fuego ha retumbado en la atmósfera vertida en sangre europea respeta en este ateo, un tanto pagano, es su ascetismo moral. Su ateísmo es religioso. Lo es, sobre todo, en los instantes en que parece más vehemente y mas absoluto.
Tiene González Prada algo de esos ascetas laicos que concibe Romain Rolland. Hay que buscar al verdadero González Prada en su credo de justicia, en su doctrina de amor; no en el anticlericalismo un poco vulgar de algunas páginas de Horas de lucha.
La ideología de Páginas Libres y de Horas de Lucha es hoy, en gran parte, una ideología caduca. Pero no depende de la validez de sus conceptos ni de sus sentencias lo que existe de fundamental ni de perdurable en González Prada. Los conceptos no son siquiera lo característico de su obra. Como lo observa Iberico, en González Prada lo característico no está en los conceptos símbolos provisionales de un estado de espíritu; está en un cierto senti.
miento, en una cierta determinación constante de la personalidad entera, que se traducen por el admirable contenido artístico de la obra y por la viril exaltación del esfuerzo y de la lucha.
He dicho ya que lo duradero en la obra de González Prada es su espíritu. Los hombres de la nueva generación en González Prada admiramos y estimamos, sobre todo, el austero ejemplo moral. Estimamos y admiramos, sobre todo, la honradez intelectual, la noble y fuerte rebeldía. Pienso, además, por mi parte que González Prada no reconocería en la nueva generación peruana una generación de discípulos y herederos de su obra si no encontrara en sus hombres la voluntad y el aliento indispensables para superarla. Miraría con desdén a los repetidores mediocres de sus frases. Amaría sólo una juventud capaz de traducir en acto lo que en él no pudo ser sino idea y no se sentiría renovado y renacido sino en hombres que supieran decir una palabra verdaderamente nueva, verdaderamente actual.
De González Prada debe decirse lo que él, en Páginas Libres dice de Vigil. Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser imitadas. Puede atacarse la forma y el fondo de sus escritos, puede tacharse hoy sus libros de anticuados e insuficientes, puede, en fin, derribarse todo el edificio levantado por su inteligencia; pero una cosa permanecerá invulnerable y de pie, el hombre.
Jose CARLOS MARIATEGUI.