Anarchism

Amauta 25 El ocaso de la dictadura venezolana POR ABELARDO SOLIS Después de un período de veinte años de opresión en que ha vivido Venezuela, desde que al dictador Cipriano Castro sucedió en el poder, mediante la infidencia, el general Juan Vicente Gómez, la nación venezolana se halla próxima a la etapa de una verdadera Revolución. El siniestro despotismo de Juan Vicente Gómez, está amenazado de muerte. Son hechos que inducen a fortalecer tal afirmación que es la esperanza de todos los hombres que en América sienten como en carne propia los estragos que causa en Venezuela la existencia de ese oprobioso régimen gubernativolas últimas noticias que a pesar de la censura, se han difundido por todas partes, provocando las desacreditadas rectificaciones de la cancillería del dictador venezolano.
Las protestas de los estudiantes de Caracas en los últimos días de febrero; el reciente conato revolucionario en el que tuvieron participación los universitarios y los oficiales jóvenes del ejército de esa nación; la concentración en Maracay, de las fuerzas leales a Gómez, son los más resaltantes síntomas de la palingenesia politica y social a que se acerca Venezuela. aunque no sea probable que el general Gómez piense resignar su autoridad en la persona de uno de sus hijos o de alguno de sus allegados, según la noticia que también se ha publicado, lo cierto es que hasta la naturaleza ya que no los hombres durante tantos años amenaza la vida del déspota, envejecido y enfermo en el ejercicio diabólico de sus tareas de crimen y latrocinio. Corresponden a estas realidades, la de encontrarse el despotismo venezolano en su última época de senectud y de crisis.
Las dictaduras, como la de Gómez, por ejemplo, son como los gigantescos animales de la fauna prehistórica; destinados a ostentar primero su vitalidad exhuberante para desaparecer luego, aniquilados por causa de variados factores, sean éstos los nuevos estados de la realidad social en que su desaptación es efectiva, Sea acaso debido a la acción corrosiva de sus propios detritus y toxinas.
Una dictadura senecta, atacada como de parálisis o de arterioesclerosis, es una fuerza sin resistencia, una fuerza desvanecida y enervada en el vacío creado por su propia acción prolongada, dominadora y absorvente.
La dictadura del general Gómez en Venezuela, se halla en este proceso de decadencia y decrepitud. No interesa prever ni imaginar con falsos cálculos ni vaticinios de agorero, cuál ha de ser la forma del ansiado momento final, la forma del desenlace del despotismo venezolano. No podemos asegurar si en Venezuela han de repetirse los días gloriosos de Caseros, en la Argentina o de Puebla, en México; y si del mismo modo que Juan Manuel Rosas y Porfirio Díaz, el Gran Mogol venezolano tenga que huír cobardemente al extranjero. Nadie podrá igualmente asegurar que Gómez ha de tener el apacible fin del doctor Francia, cuya sombra fué temida aún después de muerto. Nada de esto interesa saberse, ni es posible y serio preverse. Lo que nos interesa, lo que vamos constatando es que se ha esbozado ya, el ocaso de la dictadura del general Gómez. Si éste permaneciera ejercitando su tiranía por algunos años más, tal hecho se deberá sólo al cumplimiento de una ley de inercia social que no contradice a la verdad enunciada respecto de la caída de esa dictadura anquilosada, vale decir, agónica, que dejó hace tiempo, de florecer y madurar.
En la consideración de estas verdades precisa, pues, remarcar la necesidad de una concepción científica que explique e interprete este aspecto de la fenomenología política de nuestras sociedades.
Las dictaduras son orgánica y morfológicamente, usando la terminologia spengleriana, seres que nacen, crecen y desaparecen.
Como tales, pueden morir prematuramente o sufrir accidentes variados. Las crisis social, el desgaste de las fuerzas de los partidos políticos, la anarquía, la carencia de ideales, predisponen a la formación de las dictaduras, concentrando en pocas manos todos los mecanismos del poder que así se vigoriza y adquiere su fuerza ascensional de vitalidad y crecimiento. a consolidar un despotismo concurren la debilidad y la ignorancia de los pueblos que han derrochado sus energías en luchas estériles, sin haber conocido ni anhelado la verdadera libertad. De este modo, las dictaduras se mantienen dominando hasta perder su poder de duración, desconectadas de las condiciones sociales en que viven: Cuando esto sucede, es que los déspotas y sus secuaces vanos índices de una realidad más compleja extienden e intensifican, como en Venezuela, a manera, de reacción paranoica, crueles medidas de represión y de castigo. Pronto, entre sangre y dolor, llegarán en tales casos, sus últimos días.
La dictadura venezolana se halla actualmente recorriendo este proceso natural y moral de su existencia que ningún accidente gido de espanto a causa de un sismo, o ya a fuerza de costumbre o tradición, decimos, esto y no otra cosa se aprehende en la sicología del indio. Averiguar, por lo demás, si arraigaron o no en la mentalidad autóctona los misterios de la santísima trinidad y demás sortilegios del catolicismo sería perder tiempo, porque el indio no entiende de tales cosas.
Lo que sí habría que anotar en el Haber del catolicismo es el hecho de haber sugerido al indio una idea, vaga por supuesto, de la inmortalidad e inmortalidad del alma. Cierto es que el indio ha pensado siempre en los misterios de la muerte; pero lo que faltaría averiguar es qué imaginaba del más allá de la vida. Si hemos de atender a los rasgos de inhumación del período incaico no sacamos en limpio otra cosa que una idea de perennidad existencial, de una subvida; pero no la de la inmortalidad del alma que hace siempre vislumbrar la eternidad. Cuando una persona se, muere, su alma, se va para no volver jamás. Idea que abona a su vez en contra del panteísmo.
En último término, podemos afirmar que el mundo religioso del indio está en un estado sincrético, si se nos permite el vocablo.
Un sincretismo, más que de doctrinas, de tendencias emotivas, de materias primas de posibilidades: un estado protoplasmático de religión, cuyas viscitudes de desenvolvimiento no podemos predecir; limitándonos, sin embargo, a sentar como una verdad inconcusa el hecho de que el indio es religioso por naturaleza. qué pueblo y más de civilización incipiente como el tawantinsuyo no lo ha sido?
No es posible dejar de apuntar la circunstancia de que el catolicismo ha causado estragos sin cuento en la personalidad moral y material del indio. No sólo como opio del espíritu sino también como tóxico del organismo. El abuso del alcohol en las fiestas andinas es un documento irrefutable de esto último. La tenaz exigencia de los diezmos, primicias, derechos de misa, etc. por una parte, y la sana labor de los adventistas en Puno, por ejemplo. por otro, sumadas al relativo reconocimiento de derechos al indio, van plasmando una nueva conciencia en éste. Quizá, como producto de una culturación, surja un neocristianismo o una nueva secta religiosa, concordante con la sensibilidad vernácula. Lo cierto es que la secta imperante perderá carta de aceptación. Así como la imposición de esta confesión fué siempre violenta es de. presumir que la reacción corresponda a la acción. De pronto precisa contribuír a la formación de una nueva conciencia; procurar hacer cambiar frente, buscando su misma dirección, a la sicología colectiva, sin pretender, de paso, trasplantes inadecuados.
En este concepto se tendrá que reconocer una nueva creencia, porque, estoy con Keiserlig, la religión tiene por objeto el sentido último de la vida. Todo ideal no es religión? Quizá, si como medida transitoria, convendría destacar un cristianismo (como el de Max Scheler) superabundante de amor divino, con el fin de controlar las martingalas del catolicismo, o quizá sería más prudente esperar la trascendencia del facto escuela. Pero, qué escuela?
Ya estoy divagando lejos del tema que me había propuesto.
Concluiré manifestando simplemente que el indio, captando las primicias ideológicas del siglo, irá alejándose cada vez más de toda concepción panteísta.
Arequipa, 10 de mayo de 1928.
Antero Peralta