34 Amauta cediera a Diego Rivera en volver a México, fué el primero en adoptar las lecciones de la moderna pintura francesa. el fué el primero en volver a los valores planos encontrados en la pintura popular indígena.
Mérida, ávido de renovación, apasionado por el estudio de todas las nuevas tendencias, fué en México, en esos meses críticos, el sembrador de esa gran inquietud tan vigorosa de la pintura de antes de la guerra, cuando Monsparnasse tenía a Picasso, Modigliani, Van Dongen, Kisling, Ferat, Rousseau, etc. etc. José Juan Tablada, comprensivo, joven siempre a fuerza de talento, verdadero ejemplo de movimiento perpetuo, escribía: Carlos Mérida es uno de los que mejor expresan con su pintura el alma de América.
urA la llegada de Mérida a México, en 1920 (un año antes que Diego Rivera volviese de Europa. aún no existía ningún ambiente pictórico. Casos verdaderamente esporádicos, trabajos inconexos, totalmente desorientados, era todo. Transcribo esta prosa, con la cual presentara Manuel Horta a Carlos Mérida en su primera exposición de México: La exposición del artista guatemalteco Carlos Mérida significa en nuestro incipiente medio pictórico una ruta novísima, un sendero abierto a la inteligencia de los muchachos que principian. Su concepción particular de los tipos indígenas, los motivos de decoración tan sabiamente logrados, su afán continuo por descubrir el rasgo psicológico, la actitud extática, el sello real dentro de su manera personalísima, hacen de Mérida, no sólo un maestro, sino un apóstol del credo estético actual. Para los que ignoran que el arte está en perpetuo movimiento, como las células del cuerpo, la obra de Mérida es una fuente inagotable de aliento y vigor juveniles. Agosto de 1920.
Siente este discípulo de la escuela de la incertitud, poseedor perfecto de su arte, la necesidad de hacer algo que le satisfaga más plenamente, ahora que sus ojos saben ver, que su mano dibuja con perfección y como sólo tres o cuatro pintores más de América, es dueño de un color de delicadeza sorprendente. Regresará a América, maravillado por horizontes nuevos, con gencia de abrazarlos. Qué mejor augurio que su preocupación constante, su vigilancia perenne, que ese deseo de superarse cotidiano?
Grandes transformaciones espirituales se operarán en él ya sin peligro, porque tiene sólida base que obliga a nuestra confianza.
Nada es más terrible que la monotonía, que la academización en sí mismo. la peor de las academias. signo seguro de pobreza, de miseria. Un artista ha muerto cuando no tiene ya inquietud. sin inquietud. para qué pintar, para que escribir?
Mérida me decía: El color es lo que me ha costado menos en mi pintura. Estaba ya en él esa sensibilidad indígena para el color, de un color tan singular, con una obediencia tan exótica a la forma que comenta, sensibilidad maya. Color mesurado de los indios, de lirismo sereno o violento, siempre armonioso, siempre en admirables dosis, colores tónicos como alcaloides, ponderados colores como si nuestras musas aborígenes hubiesen estado en los coros de las musas griegas. Sin despilfarramientos, con discreción admirable y fácil de constatar en las telas, tiestos y tantos objetos de nuestros indios. Hay huacales o jicares en los que las figuras llenan de manera perfecta toda una bóveda, decoraciones verdaderamente clásicas, soportarían agrandarse todo lo que se deseara; se podría decorar el cielo.
En Mérida están todas esas cualidades, y remozando su cultura cada día, si es cierto que, tal vez, quite algo de espontaneidad, en cambio, asegura poseer verdadera conciencia de lo que hace, obtener significaciones universales y darle más firmeza a nuestra plástica.
El color, en Mérida, no es sólo el color violento, tropical, de otros pintores americanos, color muy cromo. aun en la admirable brasilera Tarsila. Es en la suavidad de tonos, medios tonos, en los matices más difíciles ocres, negros, grises, etc. que me entusiasma principalmente. Delicadeza congenital por el color, verdadera aristocracia en tonos que le son muy personales. el color basta para justificar una pintura, para asegurar la vida de una obra. Estamos en el trópico. Color justo, con cálidad de epiteto, color clavado como un objetivo rotundo, definitivamente sin sinónimos. Tal vez, el color, en la obra de Mérida, sea la cualidad sobresaliente, a pesar de la maravillosa construcción de todas sus obras, tan formadas, con tanta arquitectura, que nos dan no sé qué extraña sensación de molestia.
Es imposible, para la mejor inteligencia de la obra que comento y de mi escrito, no mencionar fragmentos del apretado estudio de Carleton Beals: La obra de Carlos Mérida, brillante y joven artista, está contituida con geométrica precisión y con inmensa armonía. Es el menos romántico, el más sereno de todos ellos (los pintores de México) y, sin embargo, no menos apasionado que Clemente Orozco. Hay en su pintura, a medida que se observa más detenidamente, una intima calidad emocional que resulta de la sútil combinación de una super simplicidad de materia unida a una deslumbradora y decorativa belleza. Generalmente, en la composición de sus pinturas, Mérida desecha lo innecesario no esencial; cada cosa está simplificada a lo mínimo, y entonces, en violentos contrastes, equilibra las masas de su composición, acuerdo con un ordenamiento ya previsto. La composición generamente está basada en la pirámide. Esto es histórico, sin embargo, original: recuerda las más flúidas composiciones de los modernos: Picasso, con su espiral y sus péndulos, por ejemplo. El color de la pintura de Mérida tiene un efecto plano; no hay en ella aglomeración de tonalidades, a manera de juegos luces eléctricas, ni sombras flúidas ni pesadas; sin embargo, su color tiene esa misma simplicidad; la calidad dinámica de su técnica y de su color proviene de la yuxtaposición, únicamente de válidos contrastes raramente suavizados al capricho. Para encontrar un paralelo a algunos de sus motivos decorativos tendríamos que buscarlos en Egipto, donde las notas decorativas pretenden síntesis, a base de masas, o mejor, en alguno de los viejos códices indígenas americanos, con todos sus convencionalismos de color y dibujo. Sus mujeres, que están muy lejos del tipo nórdico, tienen un equilibrio convencional que aparentemente las desexualiza en una inaccesible y estatuaria perfección, no obtante qué, por el contrario, llevan en sí esa nerviosa expectación y esa conciencia de la insaciable sexualidad de las mujeres del trópico. es, precisamente, en esos concentrados motivos decorativos en los cuales los contrastes de color alcanzan en su pintura un climax de síntesis pura y una visión única. Una incierta contradicción de lo supersofístico a una absoluta bárbara ingenuidad.
Mérida ha sabido imprimir sobre todas sus obras las fuerzas cardinales de la raza. No encuentro mejor comentario, ni mejor elogio. Creo que ha realizado ya su anhelo a pesar de su juventud y de su incertidumbre, que ha oído el delicado concejo de Saint Beuve y Walter Pater de ser un pintor netamente americano. Cada día su paso será más firme y tendrá mayor resonancia.
En él todo se mueve con naturalidad: urgencia de síntesis, geometría de su pintura, que viene del genio decorativo de la raza, tal vez más que de las disciplinas europeas, hasta el color de su sensibilidad exasperada.
Crespo de la Serna insiste sobre la originalidad de Mérida, que debe a su sangre, a la docta amplitud que ha sabido dar a su instinto atávico: En su obra hay una unidad étnica. Ha sido fiel a su tradición a su raza, con la poderosa y ciega intuición de los verdaderos artistas. Es el hermano de esos seres primitivos y sencillos, y con su estética policroma, bárbara, forja admirables sinfonías de forma y de color en que palpita su propio yo. Mérida es, ante todo, un colorista. Tiene la visión innata del color; siempre la ha tenido. Catalogarlo con exactitud es difícil. Mérida ha tenido la fuerza suficiente y el talento necesario para irse encontrando firmemente a sí mismo. Además de su autonomía en este te.
rreno, ha pintado sin prejuicios de literatura y ninguno de sus cuadros tiene caracter anecdótico. Por llegar a esto de un modo tan definitivo merece figurar entre los artistas mayores. pesar del sabor tan exótico de la obra de Mérida, en Nueva York o en Europa, su calidad ha sorprendido a la crítica, situándole más o menos convenientemente, sin traer en cuenta, quien sabe por que milagro, la pintura de Gauguin. En general, son pocos divergentes las opiniones sobre esta obra, cuyas diretrices principales he intentado bosquejar socorrido por citaciones de hombres especializados. De Annita Brenner: Carlos Mérida, libre de toda forma o teoría, realiza una obra que es pintura pura. Sin imitar a nadie y usando su propia vida, dentro de su tiempo y de sus materiales, Mérida traslada los mismos valores de los monumentos que pertenecen a las viejas centurias a cuya sombra nació. Como los creadores de estos monumentos, él no necesita de intérpretes o diccionarios; para comprender su trabajo es preciso no conocer na