Socialism

Amauta 21 tre Carlos, Alfonso y Felipe no había de común sino el parentezco físico. Deseo, expuso, Felipe, trabajar con Uds. en la hacienda. He vuelto de Europa con la ilusión de continuar, al lado de Uds. la obra de nuestro padre. Allá, créanme, he padecido tremendamente del mal du pays. Estrañaba estos campos, estrañaba nuestra casa; me hacía falta el amor de nuestra madre. Déjenme ayudarlos; yo no pido, ni quiero ganancias, sólo anhelo hacer obra con Uds. Todo eso está muy bien. Pero no podemos concederte lo que nos pides.
Hablaba Alfonso, el mayor. Carlos, con su actitud, aprobaba todo lo que decía su hermano. Por qué. Qué motivos tienes para ello. Tú piensas y sientes distinto que nosotros. Has traído del extranjero ideas revolucionarias, ideas que nosotros no comprendemos, ni admitimos. Quisieras. para favorecer a peones y arrendatarios reducir al mínimum nuestras ganancias. Te has revelado como un socialista peligroso y además eres un poeta sin sentido comercial. aquí debes saberlo estamos para hacernos ricos. Unámonos, Alfonso, hagámonos concesiones mutuas. Aquí no pueden mandar más de dos. Quédate en la hacienda, si te gusta, pero no podemos darte trabajo. Tu propuesta me ofende, Alfonso. Cómo crees que podría permanecer, aquí, inactivo, más cuando pienso casarme. Casarte? ¿quién es la elegida de tu corazón? Ahora hablaba Carlos y sus ojos brillaban casi salvajemente. La elegida de mi corazón como tu dices con propósito de ironizar. es la prometida de mi adolescencia: Isabel.
Carlos se rió gardónicamente. Pues eso también te va a ser imposible. Isabel, la prometida de tu adolescencia, es, ahora, mi novia. Tu novia. No te creo. Pregúntaselo a ella. Acaso te iba a esperar, ella, diez años, estando yo aquí? Su belleza, su gracia, sus ansias de amar no podían consumirse en una espera angustiosa y estéril. Las promesas de los quince años. qué valen ante las exigencias de la vida?
Isabel será mi esposa, aunque tu hayas regresado, Felipe. Tienes razón, Carlos. ella también. Para Isabel tu eres la realidad; yo no he sido más que un ensueño fugaz. No me queda sino marcharme.
que ya no lo tienta, ni lo atrae, sino para irse a la montaña a intentar la aventura emocionante de la colonización. Su tierra lo echa, pero él llevará a otras regiones de ese Perú, que aprendió a amar en el extranjero, sus energías, su juventud, su entusiasmo y su inteligencia.
Es la última noche que pasa en El Naranjal. cerca de su madre. En el cuarto de la viuda de don Alfonso Morales. alli todavía hay buenos viejos muebles de familia y retratos de antepasados. el joven está sentado a los pies de su madre. La señora llora silenciosamente con dolor profundo, con pena inmensa. Se vuelve a ir Felipe, el más bueno, el más tierno y por eso. el predilecto de sus hijos. Se vuelve a ir. y esto es lo más doloroso. quizás obligado por sus hermanos que son duros, ásperos, inhumanos. Ah ella. a pesar de quererlos como quieren las madres. los conoce bien. Cuánto no la han hecho sufrir con esa aspereza y esa inhumanidad. Se vá el hijo bueno, el del corazón amplio y noble, el de las ternuras delicadas, el de la generosidad sin limites. la viuda de don Alfonso Morales llora suavemente, calladamente, su mano fina y ya arrugada en las de Fe.
lipe. Por la habitación vá y viene, quejándose como una criatu.
ra, la Baltasara. Mi niño querido. por qué te vuelves a ir? Cuando regreses ya tu vieja se habrá muerto. Mamá; ya es tarde, anda acuéstate. tú también, hijito. Mira que mañana debes levantarte temprano. Sí, mamá. Pero antes voy a tomar un poco de aire.
Felipe besa y abraza a su madre, saliendo, en seguida, fuera de la casa.
En cielo casi negro la Cruz del Sur se abre como un símbolo. Morales mira el firmamento, mira los campos; es su adiós a esa tierra que, quien sabe, no volverá a ver. La noche huele a flores y a plantas silvestres: jazmines, madreselva, tomillo, romero, malva. Las luciérnagas. puntos de fuego en la som.
bra. se posan sobre los árboles, sobre las flores. Llegan hasta el joven el rumor de las aguas que corren, el canto de un grillo escondido en la yerba y el aullido penetrante y destemplado de un gato montés.
Felipe, ante todas estas cosas; ritmos del mundo, poesia del universo, reconoce su error. que es el de tantos jóvenes peruanos. el haber entregado los mejores años de su juventud países extraños, el haberse desarraigado. todavía inexperto. de su hogar, donde ha sido recibido, después, sin afecto y sin calor.
Y, melancólicamente, murmura mientras el mundo reposa bajo los cielos estrellados. Acaso mis hermanos estén en lo cierto y no sea yo más que un forastero.
Miraflores, Marzo, 1928. Otra vez las maletas cubiertas de etiquetas multicolores nombres de puertos y de ciudades; Colón, La Habana, Londres, París, Viena. Felipe deja la hacienda, no para volver a Europa DIBUJOS DE JOSÉ SABOG AL Laria. Wiesse