20 Amauta VII U U BIO ESPECIAL PARA AMAUTA Estoy borrando tu voz de las paredes.
La helada ha quemado tu huella Dejarás de golpear mi puerta? Dale a entrar y salir sin mo. tivo Mis manos gatean entre las matas Te has llevado mi colcha de auroras barro de la ca 11e No he debido ser así Pero si quería escarmenarle la sangre gus a nera de carne rosa Las familias de la ciudad y de las haciendas vecinas invitaban con frecuencia a Felipe, a quien prestigiaba su estadía en el extranjero y sus viajes. Se le interrogaba acerca de las cosas de Europa las muchachas se interesaban por las últimas creaciones de los modistos célebres; los jóvenes por las artistas de varietés y los chismes de boulevardse le hacía hablar de sus andanzas y trajines. Pero en lo que estas andanzas y estos trajines tenían de material, de prosaico: precio de los hoteles, comodidades de los ferrocarriles, gentes conocidas en las playas de moda y en los balnearios chic. Morales, amablemente y sonriendo un poco, satisfacía todas las curiosidades. Pero manifestaba siempre en la conversación un gran entusiasmo por el Perú: nuestro país es tan hermoso y tan interesante como cualquier país europeo. decía. Lo que le iba conquistando una reputación de chiflado, de extravagante: Este Morales como es medio artista, medio poeta es también algo loco, opinaban las gentes.
Don Manuel Esteves, proprietario de Santa Marta, fundo colindante con El Naranjal. invitó también al joven a un almuerzo, en una de sus huertas. Los Esteves y los Morales eran muy amigos y hasta algo parientes. El viejo don Manuel había comenzado trabajando junto con don Alfonso Morales en El Naranjal Pedro, Julio e Isabel Esteves hijos de don Manuely Carlos, Alfonso y Felipe Morales habían crecido juntos, siendo un poco como hermanos. Solamente que esa fraternidad se había cambiado. entre Felipe e Isabel en un sentimiento más cálido y más wehemente.
Morales se dirigió aquella mañana impaciente y alegre él había llevado siempre a Isabel en el corazón hacia Santa Marta.
La joven había llegado la víspera al anochecer de Lima, era, pues, la primera entrevista de los jóvenes.
Isabel que acababa de cumplir veinticinco años era una hermosa morena, el tipo de las mujeres de su tierra, de grandes ojos fogosos, pelo castaño abundante y sedoso, pies y manos pequeños y finos. Por supuesto que estaba ataviada según los últimos cánones de la moda, habiéndose convertido sus lindas trenzas en una peluca a la garcone, bien alisada. Morales, bastante emocionado, le habló poco. Ella, en cambio se condujo con desenvoltura y desparpajo. Se mostró muy cortés, muy amable, quizás si mas cortés que cariñosa. En la mesa, colocada bajo un parral, hacía los honores como la más experta de las amas de casa.
Mientras una estudiantina de guitarras y de bandurrias ejecutaba una marinera Lambayeque a Chiclayo y una sabrosa chicha de jora llenaba las copas, Felipe miraba a la amiga de sus mocedades y revivía aquellos días ya lejanos diez años. ella, una frágil y graciosa muchacha de largas trenzas y traje de muselina; él, un mozo apasionado y romántico, que componía malos versos y que soñaba bajo el claro de luna. todo un poema con sabor becqueriano de esos que solamente se viven una vez en la Están francos los soldados pies sudosos de aguardiente Las piedras se rompen los cráneos calle abajo Cada palabra mía avienta el tufo de tu boca zapatea en las alcantarillas de media noche BESTIA REPLETA ES el día que viene a briendo trocha HE DADO MI LAVANDERA UN MONTON DE RE (CUERDOS SUCIOS ALEJANDRO PERALTA IX vida.
VIII La ausencia concluye, casi siempre, con amores y con afectos, más cuando son los de una niña de apenas diez y seis años. Isabel no había podido guardar el recuerdo de Felipe, que poco a pococasi insensiblemente se fué esfumando en su espíritu, dando lugar a otro sentimiento, a otra ilusión. Carlos Morales e Isabel eran, al volver Felipe a El Naranjal. casi novios. Nada más natural, nada más dentro de la lógica de la vida. Felipe que, en cambio, no había olvidado a su prometida, a pesar del tiempo y la distancia era un soñador, un quimérico, un ilusionado, a quien fatalmente debía vencer la realidad.
Pero lo censurabble era la conducta poco leal, poco clara que venía observando la joven con su antiguo enamorado. En vez de hablarle con toda franqueza. soy la novia de tu hermano; tu ausencia fué demasiado larga para que yo te esperara procedía como una mujercita coqueta y de poco corazón, manteniendo con sonrisas y palabras vagas la esperanza de Felipe.
La halagaba ser cortejada por un joven que había estado tanto tiempo en Europa. oh ingenuidad de provincianita!
le divertía tener dos pretendientes y, quizás, si en algún oculto rincón de su alma palpitaba todavía un poco de cariño por Felipe; lo cierto es que estaba jugando un juego pérfido y turbio, un juego que iba engañando al joven más romántico y más sentimental En su escritorio una amplia pieza con muebles de los llamados americanos, teléfono, máquina de escribir y caja de fierro Carlos Morales revisaba el balance semestral presentado por el cajero de El Naranjal. Buen balance, en verdad, ganancias como para satisfacer al más exigente. Carlos, contento, murmuraba: no vamos mal. Pero todavía se puede hacer más. Mucha energía, mucha voluntad y ser prácticos, muy prácticos.
Dejó las cuentas y de un cajón del escritorio sacó un retrato de mujer; el de Isabel. Por un instante miró el lindo rostro de la jóven, guardando, en seguida, la fotografia. Con los dientes apretados monologaba. Ha de ser mía. Para eso he estado junto a ella fiel, atento y cariñoso, mientras el otro se divertía en Europa. Ah! no me la arrebatará. Lucharemos si es preciso luchar. en la hacienda tampoco trabajará. Que se vuelva a Europa. Ya el no es más que un forastero.
Se abrió la puerta y entró Felipe. Carlos se puso de pié. Qué hay Felipe. Tengo que hablar contigo y con Alfonso. Supongo que no vendrás con algún mensaje de los peones o de los criados. Carlos sonrió festejando lo que él creía un chiste.
Felipe, sin hacer caso de la impertinencia y de la necedad, prosiguió. Alfonso no tarda en estar aquí. Le dije que viniera. Todo un consejo de familia. Muy bien. Quiéres un cigarro. Gracias. Aquí está Alfonso.
Entraba el mayor de los Morales. Felipe habló; en sus palabras había sinceridad y calor, nobleza y sana intención. Pero ni esa nobleza, ni esa sinceridad, ni la rectitud del joven causaron impresión en el ánimo de sus hermanos: verdaderamente que en que ella. así llegó el momento de tomar una decisión.