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19 Amauta Pues es el caso, señor don Felipe, que los señores don Carlos PORTAS DE ESPAÑA y don Alfonso nos han notificado, subiéndonos el arriendo de las tierras. Claro que ellos tendrán sus motivos para hacerlo, pero o Α CE es el caso que nosotros no podemos pagar más de lo que pagamos.
Lo que rinden las huertas y las chácaras apenas nos dá para vivir.
Ud. sabe como se ha puesto la vida de cara con esto del progreso.
Nos es imposible aumentar el precio de las verduras y de las frutas porque la gente no pagaría y también, señor, es un pecado queAquí estoy sobre mis montes, rer negociar con lo que produce la tierra. Porque la tierra es de todos, señor, y a ella hemos de volver un día.
Pastor de mis soledades. Siga Ud. don Antonio. El caso es, señor, que los señores don Carlos y don AlfonLos ojos fieros clavados 80 nos echan de la hacienda sino pagamos lo que nos piden. Yiadónde hemos de ir, señor? Después de tantos años. qué haríamos en Como arjones en el aire.
otra parte? Aquí han nacido y se han criado nuestros hijos, aquí nos hemos envejecido y aquí quisiéramos morir. Ud. señor don La cayada de mi verso Felipe, ha de tener mucha influencia sobre sus hermanos. Que le van a negar a Ud. que ha regresado después de tan larga auApuntalando la tarde.
sencia. Pida por nosotros, señor, para que no tengamos que dejar estos campos, que tanto queremos.
Quiebra la luz en mis ojos Bien, mi amigo. Yo hablaré con mis hermanos. Por estimación a Uds. y por el recuerdo de mi padre sentiría muchísimo se La perfección de sus mármoles.
fueran Uds. de El Naranjal.
Se despidieron los arrendatarios y Felipe se fué a buscar a Tiene el tiempo en mis oídos sus hermanos. Pensaba defender la causa de esos hombres rudos, honrados y buenos como la suya propia. Pero no contaba con la Retumbos de tempestades.
dureza y con la avaricia de Carlos y de Alfonso, que desde las primeras palabras, se negaron rotundamente a toda concesión.
Mi corazón acelera Lo que nos pides es imposible. Lo que pagan estos hombres es ridículo; quince, diez, ocho libras anuales. esos terrenos pueSobre los motores graves.
den rendir cinco veces más. Hace más de treinta años que trabajan en la hacienda.
Vibra mi sien al zumbido Nuestro padre los estimaba y los quería. Felipe creía ablandar la voluntad de sus hermanos, hablándoles de su padre. De los vientos pertinaces. En este asunto queda excluído todo sentimentalismo. Es cuestión de negocios y tu sabrás lo que dicen los franceses: les Yo aquì estoy sobre mis montes, affaires sont les affaires. Hay que saber defenderse en la vida, Felipe. Hay que ser, ante todo práctico.
Pastor de mis soledades. Alfonso dió un brusco golpe sobre la mesa. Felipe lo miraba y se asombraba de que aquel hombre seco, ávido de dinero, PEDRO GARFIAS hinchado de vanidad fuera hijo de ese don Alfonso Morales tan noble, tan generoso, tan desinteresado y tan sencillo. Pero, haciendo un último esfuerzo en favor de los colonos, dijo. Los arrendatarios de El Naranjal son buenos agricultores, verdaderos hombres de campo, de esos que contribuyen a la trucciones de estilo yanqui. En la plaza grande habían sido corprosperidad de una hacienda. Si se van El Naranjal perderá tados los hermosísimos ficus. en la iglesia aquel Señor de la unos buenos, unos utilísimos axiliares.
Caña, venerado por todos los indios de la región, no estaba ya en Si se van que es lo que nos conviene. sembraremos algo el altar mayor; un Corazón de Jesús bonito y amanerado, provedón y ganaremos muy buenas libras. no hablemos más de niente de algún bazar de Saint Sulpice, ocupaba el sitio de la aneste asunto, Felipe. Tu no entiendes de negocios y con tus sen tigua imágen toda perfumada de oraciones, toda impregnada y satimentalismos lo echarías a perder todo. Porque al fin y al turada de lágrimas y de suspiros. Morales, herido en su sensibicabo, tú no eres más que un poeta, querido hermano.
lidad de artista, se fué sin poder contener su indignación donde el cura, un gallego a la vez astuto y burdo, que se explicó así: VI Mire Ud. señor Morales; el Corazón de Jesús es la evoción de los tiempos actuales. Además las Hijas de María, señoritas Montado en uno de los pocos caballos que quedaban en la ha muy virtuosas y de buena posición social, regalaron a la iglesia cienda un animal nervioso y fino, de mirada inteligente y bri esta estatua, con el propósito de que ocupara el lugar de prefellante pelaje negro Felipe vagaba por el campo. Como la hacien rencia. por cierto, que había que darles gusto, aunque a los indios da era bastante grande, todavía permanecían algunos sitios sin no les hiciera gracia el cambio. no le parece a Ud?
sembrar. El joven buscaba estos rincones un poco salvajes y soli Pensando en todas estas cosas que le dolían y le ensombretarios grandes árboles llenos de cantos de turpiales, pequeñas cían el espíritu recorría el joven la campiña de El Naranjal. Ya praderas donde la yerba crecía libremente, senderos apenas traza estaba lejos de las plantaciones de algodón, de los cañaverales y dos, bosquecillos de los que, a veces, salía corriendo una liebre o arrozales menos numerosos, el algodón era más lucrativo de las un venado donde se escuchaba en toda su plenitud los melodio chacaras y huertas de los arrendatarios y frente a él se extendía, sos rumores de la naturaleza.
inculto, vasto y majestuoso, el campo. Felipe se detuvo al pie de Morales traía el espíritu amargado, entristecido. Este regreso una acequia para que el caballo bebiera. La alegría de la mañana, a su hogar y a su tierra que fuera una de sus mas queridas ilu la serenidad que irradiaba el paisaje suavizaban poco a poco su ansiones ¡cuántos desencantos le venía ofreciendo! La vieja casa gustia y su tristeza. Felipe se sentía hombre de campo hablaban tan cambiada, sus hermanos con gustos, ideas y sentimientos to en él varias generaciones de agricultores, hijo de esa tierra, cuyo talmente distintos de los suyos y, flotando en el ambiente, no sé olor subía en esos momentos, hacia él, fortaleciendo su voluntad, que recelo, que hostilidad contra él, cuya alma estaba anhelante de templando su ánimo.
afecto y de ternura. Trabajar estos campos. Dejar para siempre la ciudad. no solamente en su casa se notaba ese afán tan mal orien y con Isabel cerca de mí, dándome la infinita dulzura de su caritado de europeización. También en la ciudad se advertían una ño. Ah! si he de entenderme con mis hermanos. Juntos heserie de transformaciones, que le restaban belleza y carácter. Mu mos de continuar la obra de nuestro padre.
chas de las amplias casonas de macizos portones y espaciosos pa Un tordo cantó en un chirimoyo cercano. Su canción subió tios habían sido demolidas para dar lugar a unas feísimas cons al cielo como un canto de júbilo y de esperanza.