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Amauta 17 EL FORASTERO POR MARIA WIESSE II En la plazoleta de la hacienda varios peones sentados sobre el duro suelo terroso tomaban un poco de fresco. Más lejos, doña Baltasara, una india vieja, rodeada de otros trabajadores. cholos delgados y rennegridos freía picarones en un gran perol de cobre. La pasta se inflaba con un leve ruido sonoro borz, borz, borz. que repercutía extrañamente en la placidez de la noche.
La vieja acabó de freir toda una perolada. Avidamente los peones extendían las manos y unas cuantas monedas. Doña Baltita como le decían todos. los servía calmosamente, con toda la calma de sus sesenta años, virtiendo sobre los dorados globos un poco de miel de caña. Los cholos comían contentos, olvidados de todos los sinsabores del día, de la rudeza de su vida, del trabajo que los esperaba, al día siguiente, a la madrugada. Doña Baltita, dijo uno de ellos. qué ha oído Ud. decir del regreso del señor don Felipe. El regreso del niño Felipe? Pronto se viene; a estas horas ya debe haber salido de las Europas. Usted estará bien contenta. verdad, misia Baltita. Cómo no voy a estar contenta. Si el niño Felipe es como mi hijo! Yo lo he criado; él ha secado estos pechos. La voz de la india temblaba de emoción y con el dorso de la mano se secó La Baltasara volvió a su cuarto ubicado. no en la ranchería de los peones sino en la casa habitación de la hacienda. Cuarto pequeño de mujer con ciertos hábitos de orden y de limpieza; doña Baltita había adquirido estos hábitos en los treinta y cinco años de servicio prestados a los dueños de El Naranjal. la cabecera de la cama junto con las imágenes de San José, de la Dolorosa y del Señor de la Caña, había el retrato de un joven rostro inteligente y simpático. el retrato de ese Felipe, que ella había nutrido con su leche.
La Baltita, después de rezar sus oraciones, miró largamente esa fotografía. en el corazón de la vieja se agolparon los recuerdos; se vió joven y robusta, con el chiquillo prendido de su seno, bebiendo a largos tragos. que lo atoraban un poco. el dulce y tibio licor. Después el mismo chiquillo queriendo caminar y ella vigilando y cuidando sus primeros pasos. Toda su vida estaba dedicada a ese niño su propio hijo lo criaba una hermana ahora un hombre de treinta y dos años. Felipe llegará muy pronto! La Baltita sintió el alma inundada de alegría. Juntando las manos, murmuró con ingenuo fervor, ante la imagen del Señor de la Caña. Gracias, Taitita, que me dejas ver a mi hijo, antes de morir.
los ojos.
Sacudiendo la cabeza observó otro cholo. Seguramente que el señor don Felipe será mejor patrón que sus hermanos don Carlos y don Alfonso. Mejor patrón! No hay patrón bueno; ninguno tiene consideración con el trabajo del pobre. Uno trabaja para que ellos engorden y se diviertan. Ya ven a don Felipe; tantos años ausente paseando y gozando.
Doña Baltita miró, indignada, al que así hablaba un mestizo flaco de mirada triste y con un gesto de amargura en la boca. Callese hombre! Los patrones nunca son malos; son los que nos dan nuestro pan. toda el alma sumisa y humilde de la vieja vibraba en sus palabras. El hombre no contesto; se encogió de hombros. La Baltasara siguió echando a la paila la líquida masa amarilla.
Ahora los hombres hablaban, entre ellos, del regreso de aquel que la anciana llamaba el niño Felipe. Sus comentarios se desenvolvían sin acritud, pero también sin benevolencia.
Y, riendo, dijo uno de ellos. Cuando llegue don Felipe se encontrará conque la señorita Isabel está apalabrada con el señor don Carlos.
Felipe Morales regresaba a su tierra después de una ausencia de diez años. poco de muerto su padre. propietario de El Naranjal. donde había hecho una regular fortuna, sembrando arroz y caña de azúcar. Felipe se había ido a Europa. Al frente de la hacienda llamada El Naranjal por su inmensa huerta llena de naranjos quedaron sus hermanos Carlos y Alfonso, mozos trabajadores, tesoneros y deseosos de aumentar aún más la herencia paterna. Felipe. como mucho de los jóvenes peruanos estaba poseído del mal de Europa. Un poco literato, otro tanto dibujante, sentía la atracción de Paris, donde triunfaré. decía ingenuamente. el mozo se marchó a París con unos cuantos dibujos inspirados por las revistas europeas, unos cuantos poemas a la manera de Reverdy y de Guillaume Apollinaire, muchas ilusiones y muy buen dinero peruano que, claro, lo hizo triunfar inmediatamente. Pero Morales que era inteligente. eso de los versos y de los dibujos eran fantasías de juventud. advirtió la sonrisa burlona que se escondía tras de los aplausos prodigados a su arte.
Tuvo el tino de retirarse a tiempo. Ya no se le vió más por los cafés de Montparnasse, ni en los talleres de los rapins. Se puso a viajar; conoció Italia, España, Alemania, Austria e Inglaterra.