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26 Amauta A U T T D POR RICARDO MARTINEZ DE LA TORRE Avanza el suburbio.
Las colmenas del suburbio vuelcan en la ciudad laboriosas abejas que avanzan con un tumultuoso vibrar de alas agresivas.
Rojos girones flotan sobre las cabezas proletarias, como las algas ondulan entre las olas del mar, alfombra verde que el viento mayordomo sacude sobre la calle de la playa.
El aire está acuchillado de gritos.
Las casas, en ronda, cojidas de las manos, se separan ante la manifestación, Las ventanas se descuelgan de júbilo, sacudiendo frenéticas como a pañuelos las manos de sus puertas.
Los postes de madera se empinan sobre un pie para leer, restallantes de alegría, las inscripciones comunistas de los estandartes.
Los faroles ornamentales están transidos de la lividez de los ahorcados.
Habiendo sido puestos allí por The Foundation, se sienten complices del imperialismo, frente a los postes proletarios, altos como los mástiles de los veleros empapados por las brumas de Australia.
El asfalto se torna blando a semejanza de la tierra nueva que muestra aún las costillas rayadas por el arado, en las urbanizaciones.
De los ojos del pueblo escapa una fiebre de taller.
En sus pechos resuenan los motores de las instalaciones textiles.
Sus manos se crispan sobre la palanca de la violencia.
Los pies suben del arrabal hacia el corazón mismo de la ciudad, empujando las bocas torcidas de protestas.
Las fuertes mandíbulas de los trabajadores mastican el último chicle de la paciencia.
Como en una ametralladora de silencios, han quemado todos los cartuchos de la resignación.
Las estrofas de la Internacional empujan a codazos el cielo elástico, claveteándolo con sus notas en el vacío.
El sol parece una piedra arrojada furiosamente a la negación y que el roce del viento incendia.
Las sirenas de las fábricas asaltadas ruedan sobre la ciudad su ruido de aviones soviéticos.
Los rostros de los burgueses están esculpidos en el mármol del pánico.
Los obreros han conquistado el cielo con sus girones rojos.
Recortadas en el azul, las chimeneas industriales atalayan el futuro.
El Puente de Piedra alarga sobre el Rímac su duro brazo de Hércules.
Ayuda al arrabal a que salte dentro de la ciudad podrida de soldados.
Bajo de la pétrea mano, por los arcos de sus dedos, corre la calle del río y los gusanos vertebrados de los ferrocarriles.
El agua, desde Chosica, trae el fragor de los émbolos, pistones y dinamos de la Usina de Santa Rosa.
Al pasar por Vitarte se ha impregnado de una musicalidad proletaria.
En sus ondas movidas arrastra la sudorosa actividad de la fábrica.
inteligencia y de la propia inteligencia, un producto y una función sin nexos ni relaciones con la realidad circundante, desvinculándola de la marcha de los fenómenos sociales, deshumanizándola, puesto que se la sustrae al imperativo de esta lucha ambiente, esencial y profundamente humana, no sólo colectiva, sino también individualmente, porque es frente a aquella que surge el estímulo individual y se revela la personalidad individual, es cuando pueden producirse esas obras, faltas de contenido humano, de pasiones, completamente amorales, que solo rinden culto y se obligan, al decir de sus voceros, a los fueros de la inteligencia pura.
Pero. es posible tal desvinculación, en términos rotundos y absolutos? No.
Ese desinterés, esa deshumanización, puede ser fruto y manifestación, bien de una inhibición expresa y consciente, o de un romanticismo exacerbadamente individualista, propiamente anárquico. Inhibición por cobardía, por miedo a enfrentarse a los intereses tradicionales y arraigados del pasado, por sumisión atávica: 0, por impotencia e incapacidad orgánica y espiritual para luchar contra el medio, falto el individuo de estímulo y posibilidades lo suficientemente vigorosos para afirmar, contra él, el imperativo de la propia personalidad. Y, cuando la inhibición no es por cobardía, sino por impotencia, es cuando estalla el grito de protesta, de inconformidad, que, manifestándose en una fase completamente negativa, conduce a un individualismo cerrado y a un total desinterés frente al imperativo de las realidades y las exigencias de la lucha ambiente, y a una total desvinculación con el clima y el ambiente propios de la época.
Sin embargo, aún acogiéndose dentro de este individualismo cerrado, esta falta de contenido social y militancia individual, con tenido y militancia que sólo pueden producirse y manifestarse a través de las reacciones individuales sobre el medio, es decir, en las relaciones y vínculos existentes entre el medio y el individuo, no pasan de ser un mero postulado teórico e hipotético. El ambien te pesa sobre el individuo, reflejándose y gravitando, fatalmente, en su obra: pasivamente, por atavismo, cuando el ambiente y el medio circundantes pesan más que la personalidad y las posibilidades creadoras individuales; vitalmente, stirmativamente, cuando las reacciones individuales constituyen, por su militancia y agresividad, una réplica victoriosa del individuo sobre el medio, e imponen el categórico individual.
Y, en realidad, aquellos que frente al medio y en sus relaciones con él se creen y declaran libres y desvinculados de su impe.
rativo e influencias, se obligan, por atavismo espiritual, pasivamente, al pasado, caminando por rutas holladas en épocas ante riores, por hechos que les precedieron, determinando formas sociales que se perpetúan anacrónicamente y subsisten.
La premisa es clara y categórica; o el individuo lucha contra el medio, imponiéndosele, y entonces su posición es creadora, vital, y por lo mismo socialmente trascendente, puesto que las reacciones individuales respecto al medio revisten, necesariamente, un interés y una trascendencia eficientes en la lucha colectiva, y marcan en ella sus huellas: o, por el contrario, el individuo, incapaz de reaccionar, es anulado por el medio y absorbido por él.
En nombre de los fueros de la inteligencia pura, pretende negarse a los productos de la inteligencia todo valor y propósitos morales, o más claramente, todo afán y propósito de edificancia social y trascendencia humana. Producir para el mal o para el bien, sería indiferente, con tal de que una obra pudiera calificarse de inteligente: esto es, puro escepticismo, cobardía, o individualismo anarquizante, asocial.
Desde un punto de vista formalista, de pura mecánica estética, puede defenderse tal actitud. Pero, desde un punto de vista humano, esta inhibición y esta cobardía, aún sustentadas con inteligencia, son ilegítimas y condenables. La inteligencia, facultad humana, sometida al arbitrio humano, debe proponerse finalidades morales, recordando, como decíamos, que la moral no es sino un principio de convivencia social. Una inteligencia amoral, se obliga a fines puramente individualistas, y el radio de su influencia creadora, es ínfimo y precario: la inteligencia, al servicio de fines morales, es decir, como arma de edificancia social y de lucha social, es el afán creador de una nueva realidad humana.
México, 1928.
MARTI CASANOVAS.