Liberalism

8 Amauta pero sí afirmo que sólo confesando lealmente que se trata de ejecutar una defensa de clase y no una defensa social, hay derecho de reprimir los delitos políticos.
III. Represión del delito político.
La delincuencia política fué en el pretérito objeto de los más duros castigos. Contra ella se aplicaba en grandes proporciones la pena de muerte y la extradición se concedía, de preferencia, cuando se trataba de este género de delincuentes evolutivos.
El pensamiento francés hizo cambiar ese angosto ángulo visual y desde 1830 se inicia el ademán benigno en favor del delito político que culmina en Francia en 1848 con la abolición de la pena de muerte para esta clase de infractores de la norma. Los tratados internacionales la protegen y se generaliza la cláusula de no extradición de los delincuentes políticos.
IV. El estado presente.
La reacción ha ganado muchos países de Europa y América y el mundo parece vivir horas de retroceso. Los claros ideales del liberalismo se rodean de enemigos tercós, y lograda la meta de benignidad para el delincuente político, se despeña la doctrina por la vertiente opuesta.
En este último quinquenio se ha entronizado en las naciones un rigor inaudito contra los delitos políticos. Rusia e Italia ofrecen el ejemplo más demostrativo.
El Código soviético de 1922 trata con dureza extrema a los contra revolucionarios (1) y el uso de la pena de muerte, en su forma de fusilamiento, se reserva, casi de preferencia, para las autores de delitos políticos. Tras de muy interesantes evoluciones legislativas la Rusia soviética se da un nuevo Código Penal, que se publica en Noviembre de 1926 y que empieza a regir el 19 de enero del año que transcurre. Todavía se emplean rigorés más altos con el delincuente político, puesto que se declara terminantemente que esa especie de infracciones constituyen los crímenes más graves y se deja incluso la prescripción al arbitrio de los jueces, mientras es obligatoria, transcurrido el plazo, para los delitos comunes; pero ya se perciben signos de mayor benignidad, puesto que se restringen los casos de fusilamiento. Finalmente una ley modificativa del Código, de Febrero de este año, subraya más el gesto favorable, imponiendo condiciones, aún en los más graves casos, para la aplicación de la pena de muerte contra la delincuencia política. medida que Rusia se siente segura y consolida su revolución amengua las severidades que al comienzo creyó necesarias.
El caso de Italia ofrece una curva inversa, puesto que las normas represivas continúan creciendo en magnitud. No voy a hablar de los brutales procedimientos fascistas ejercidos fuera de toda ley y quiero constreñirme a lo legislado últimamente. fines del año pasado se dictan en Italia disposiciones severísimas contra los enemigos políticos, y la ley de desnacionalización, la de defensa del Estado y la que restablece la pena de muerte, son ejemplos tristes y harto acusados. La pena capital se restaura para servir de escudo a la vida de Mussolini, pues los casos de regicidio y de traición de que habla la nueva ley son tan sólo pretextos para que no pareciera descarnado en demasía promulgar una ley con un sólo artículo en que se dijese: quien atente contra la vida del Presidente del Gobierno, será castigado con la muerte.
Lo más doloroso es presenciar como los penalistas italianos defienden el restablecimiento de la pena capital para crímenes políticos. Hugo Conti, Silvio Longhi, Vicente Manzini e incluso Enrique Ferri, que dobla su rodilla septuagenaria ante el Duce, han escrito artículos en pro de la nueva ley. En La Prensa de Buenos Aires he combatido al Maestro italiano, cuya conducta está nuy lejos de ser ejemplar. Solo el viejo neoclásico Luis Luchini salva la dignidad de los penalistas de Italia combatiendo, con armas hábiles, el sesgo riguroso que toman las leyes italianas al restaurar la pena de muerte contra el delito político. Solución correcta.
Se engañan los gobiernos al creer que el aumento de la represión les procurará reductos de defensa. El hombre que lucha iluminado por un ideal es inintimidable y no siente el temor a los castigos de muerte. Estos remedios de naturaleza sintomática son pueriles.
El solo procedimiento para dotar de paz a los pueblos y anular los delitos políticos es la justicia, único remedio causal apropiado. Cuando los países se gobiernen democráticamente y el reparto de las ganancias y trabajo sea equitativo, habrán acabado los movimientos insurgentes y el delito político social será tan solo recuerdo del ayer.
Luis Jiménez de Asúa.
to y necesitando una Regla fuera de lo medido, conscientemente profesaron el Dios medieval cuyas propias 0tras fueron destinadas a negar (5. Hija de la disolución, la ciencia moderna apresuró el proceso del cual nació. Empujó hacia atrás los horizontes hasta que desaparecieron. Volvió a ordenar las estrellas en un espacio de gravitación, e inventó el éter y lo descartó. Pesó el átomo y luego lo inflamó; separó el Tiempo del Hombre y los mezcló. Transformó al Hom.
bre de ángel caído en bestia ascendente; y fuera analizó la medida del ascenso, y corrigió la medida de las medidas el espíritu humano hasta fundir el espíritu a la medida de la substancia. La ciencia moderna. hija del caos colmó el caos.
Todavía éste no estaba hecho. Había de traer un monstruo a nuestro centro; un amo ciego y anárquico en lugar de Dios, para cogernos y para gobernarnos. Impuso al disociado hombre moderno la incorporación de su propia voluntad fragınentada. La Máquina.
La máquina es la acción polarizada en un cuerpo.
Marca el final de la edad de dispersión de un universo en un multiverso compuesto de objetos completamente independientes y aislados. Es una parte desvinculada del To do, la parte que se ha constituído en todo por sí misma. Un hombre basta para moverla. Su Ford lo mueve. Es todo lo que puede hacer. Hay 15, 000, 000 de Fords: más numerosos que las moscas en el verano; aún se sumarían en el caos, ya que cada uno de ellos es una acción particular, contingente en una voluntad personal, e incapaz de sumergirse con cualquier cosa fuera de ella. No obstante la máquina que iba a su ciencia aplicada como una aproximacion al. Orden general, es un resultado que se mueve en dirección contraria. La máquina es siempre la función anárquica de un acto particular en cualquier voluntad par ticular.
La máquina es lo último de la disolución. Desde un mundo catòlico en el que cada átomo, cada pensamiento, cada persona, cada institución, fué transformada a capricho en un Conjunto, no puede darse extremidad más extrema que esta intransfigurable configuración que se mueve sola, que hace su trabajo especial invariable y siempre, en contingencia con la voluntad invariable del artífice y del hombre que la anima.
Lo que podéis hacer realmente con una máquina es animarla. En un mundo que se mueve y se levanta hacia un Conjunto (el mundo, tenemos fé, de nuestro mañana) la máquina será un magnífico instrumento, una última Mano humana. Pero realmente, animando una máqui.
na intentaríamos animar, no sólo la máquina, sino la parte de nuestro deseo particular que suscitó la máquina. Si un hombre está animado por su voluntad de movimiento, por su voluntad de producir, por su voluntad de hacerse rico, por cualquiera de los deseos particulares que expresa la máquina, es, en verdad, el ser animado por esa máquina. Esta es, naturalmente, nuestra situación moderna; y veremos claro de qué proviene. Tenemos un mundo donde los hombres son átomos voluntarios átomos de voluntad disociados de lo que fué una vez un Conjunto espiritual.
Estos átomos de voluntad se han incorporado a la máquina. Adernás, tenemos un mundo en el que los hombres, habiendo perdido a Dios, rinden culto a sus propios deseos. Por esta razón, la máquina, el símbolo más perfecto de la voluntad personal, se ha tornado un ídolo: ha devenido el objeto de la auto adoración del hombre.
Otra vez, al acercarnos al nadir de la acción decadente, al acercarnos a la máquina como a la última integridad de la volutad anárquica, venimos al concepto de América. Traducción del inglés por Eugenio Garro. Galileo, Newton, Descartes, Pascal, Leibnitz, Kepler, ctc. fueron todos tradicionalmente devotos.