BolshevismBourgeoisieCommunismRussian RevolutionVíctor Raúl Haya de la Torre

4 Amauta mismos, es vuestra sangre, Bunin, Bålmont! Nada importa que vosotros lo repudiéis! Vendrá un día en que esta criatura, crecida, os reconocerá en sí misma!
Pero, por el momento, entre vosotros y ella, hay un foso de sangre, un abismo. Ella y vosotros os negáis.
Vosotros no queréis ver ni conocer nada de este orden nuevo. No lo podéis tampoco en el medio en que os habéis encerrado.
Me preguntáis lo que yo conozco y por qué medios Ciertamente, nada sé por los periódicos. Que sean de un campo o de otro, sus informaciones están viciadas por el espíritu de partido. vosotros sabéis que yo no pertenezco a ningún partido.
Mas ¿ignoráis vosotros que entre Rusia y el resto del mundo existe ahora un ir y venir ininterrumpido de visitantes e investigadores? Aunque mi pequeña casa se encuentre tan apartada, no trascurre un mes sin que pasen por ella los unos y los otros, estos testigos que no he buscado. Son franceses, son ingleses, son alemanes, son americanos, de todas las razas, de todas las opiniones, profesores, escritores, médicos, etc. Las dos terceras partes no tienen ninguna ternura, no tienen más ternura que yo, por las ideas coinunistas. Han podido equivocarse o ser engañados como todo hombre. Pero son sinceros y sin parti pris. Algunos, además, son altos y, penetrantes espíritus; se llaman Duhamel, Durtain, Eastman, Scott Nearing, Guido Miglioli, Haya de la Torre. Por libremente que juzguen y critiquen, no hay ninguno que no haya sido impresionado por numerosos rasgos de reconstrucción original y de vigoroso renovamiento. Yo escucho, acopio, comparo y peso. Hago poco caso en general de las impresiones de los viajeros presurosos que no han podido asir, a la carrera, sino la máscara de la calle. Me muestro más atento a los especialistas de una profesión que están habituados a leer el sentido de los signos: economistas, hombres de ciencia, médicos, educadores, etc esa franc masonería de cada oficio que se comprende en medias palabras de un país a otro.
Hay más, tengo por testigos. Balmont, Bunin, a vuestros compatriotas que han permánecido allá. y en este número a más de uno que os admira. Ignoráis que en Leningrad y en Moscú, no faltan sabios rusos que, aunque de opiniones no bolcheviques, conocidas y confesadas, continúan trabajando en los hospitales, en los laboratorios y si por acaso algunos vienen al Occidente en misiones científicas rebusan quedarse y regresan a Rusia, diciendo que en ninguna parte podrían trabajar mejor? En esta misma revista (1) los recientes artículos de Luc Durtain, de aguda mirada de sabio y artista, a quien no se engaña en su oficio, os podrán enterar algo que sabíamos ya por nuestros amigos rusos de la fiebre generosa de trabajo que inflama a los estudiantes, a los profesores, a la ciencia rusos y el apoyo que encuentran sus investigaciones en el Estado Soviético mientras que la Francia deja morir a sus sabios en las buhardillas (2. Ignoráis que la ciencia es en Rusia el nuevo Idolo, como lo era entre nosotros en el tiempo de esperanzas ilimitadas fundadas en ella por los equipos de Marcelino Berthelot?
No sucede lo mismo, lo sé, con otros órdenes del pensamiento filosófico y religioso, con nuestros colegas de la literatura. aunque a despecho de todas las trabas, hayan surgido brillantes escuelas de jóvenes escritores y aunque se publique y se lea en Rusia más que nunca, más de lo que se publica y se lée en Francia (3. Europe. revista mensual. Director: Alberto Cremieux. Jefes de Redacción: René Arcos y León Bazalgette. Editions Rieder. PARIS. Place Saint Sulpice Ver las visitas de Durtain al Instituto de Física y Biologia de Moscú, al Comisariado del Pueblo de Salud Pública e Higiene, sus entrevistas con el profesor Semachsko y el profesor Lazareff. Europe. 15 de diciembre de 1927. Ibid. Recibo frecuentemente de Rusia novelas, obras lento, bien presentadas, bien editadas en estos días ultimos un remarcable libro de Miguel Prischvin, con prefacio de Gorki. Se respira en él un optimismo vigoroso. Es evidente que estos escritores rusos no hacen figura de mártires.
Yo sé y digo, como vosotros, que sobre los escritos en Rusia la vergiienza de la censura pesa siempre. La he combatido siempre, no una vez sino diez. Si os remitís al número del 15 de octubre de esta revista, encontraréis con una carta al Libertaire. una carta a Lunatcharsky, en la cual defiendo, sin compromisos, la libre discusión, la santa libertad del espíritu contra todos sus opresores, rojos, blancos, negros (no distingo entre los colores de las mordazas. Pero, entre paréntesis, no es a nosotros, Balmont, a quienes se descubre la existencia de la censura. Personalmente, ella no solo me ha amordazado en mi país, sino difamado sin acordar a mis amigos los medios de defenderme. estad tranquilos, si por el momento se ha despedido, regresará a Occidente. La Rusia Soviética no tiene su monopolio. Esta pretensión lastimaría el amor propio quisquilloso del Duce que vigila el silencio de Italia.
Dejemos este vano debate. En la hora presente, la libertad del espíritu está en todas partes amenazada; y quien puede, la secuestra. En las luchas que se preparan, en Europa como en Estados Unidos, estamos bien seguros los intelectuales libres de recibir los primeros golpes! no nos sorprendemos de que nuestros colegas de Rusia hagan su experiencia. 4)
Defendiéndolos, tenemos que deshabituarnos de la ilusión egocentrista de que nuestros solos intereses son los de toda la humanidad. En vuestra Rusia, las nueve décimas partes se componen de campesinos y pueblo obrero. vosotros habéis mostrado, vos mismo, Bunin (y antes que vosotros, muchos escritores fusos) el pantano estagnante de esta masa humana, la bruma opaca y fétida que la recubría, la miseria del cuerpo y del pensamiento, la muerte lenta, el amortajamiento, el Lasciate ogni esperanza!. sin que vuestra triste compasión les ofreciera la menor puerta de salud.
Bien, vosotros debéis saber ahora lo que ha salido del pan, tano. Leed La Aldea Soviética de Guido Miglioli (5. He ahí el testimonio documentado de un hombre a quien nada disponía a la simpatía por el espíritu ruso y comunista. Miglioli es un diputado italiano, católico, liberal, a las antípodas del comunismo. Pero, campesino, familiarizado desde la infancia con los problemas de la economía agraria, ha ido a estudiar en el terreno al campesino ruso, ha hecho dos viajes, ha pasado un año en Rusia europea y ha recorrido sus principales regiones. El resultado de su encuesta está ahi bajo vuestros ojos. Discutidlo con él! Si es cierto, como Miglioli ha visto, que se ha formado este nuevo tipo de campesino que ha sacudido la inercia secular, que ha roto las rutinas, que sabe aprovechar de las enseñanzas de la ciencia y despierta con él la tierra adormecida. si es cierto que han surgido estas formas nuevas de organización rural, animada por una vigorosa voluntad común, iluminada por una conciencia segura de sus energías este alumbramiento bien vale las miserias que por él han debido pagar la burguesía y los intelectuales, momentáneamente sacrificados. lo que Miglioli ha visto, no ha sido él solo en descubrirlo. No (4. Otra verguenza, y peor aún, más degradante, que no pensamos en disimular, que nos inspira como a vosotros una repugnancia sin límites. es la delación. Este innoble veneno, que insidia las almas de una nación, y al cual muchas almas en Rusia se han habituado, lo denunciamos con desprecio. Pero a la Revolución Rusa no le pertenece tampoco su invención. Grasaba ya en Rusia en los tiempos del zarismo: de él os ha venido esa monstruosa organización de policía secreta con sus agentes internacionales de espionaje y corrupción; mucho antes de 1914, lo hemos conocido aquí mismo en Francia, y los efectos de su desmoralización en la colonia de refugiados tusos.
Pero nosotros mismos, los franceses, ino hemos visto hacer pú.
blico llamamiento a la santa Delación. esta plaga purulenta no ha roido la médula de las famosas Repúblicas griegas y romana que, desde har ce diez siglos, son ofrecidas peligrosamente a nuestra admiración servil de viejos escolares. Cautericemos esta llama con hierro candente.
Pero cautericémosla en aquellos que la envuelven en hipocresía y retórica, lo mismo que en aquellos que la exhiben al sol. Todos los Estados apestan. Editado por la Librairie du Travail, Paris 1927,