12 Amauta JOSE DE LA SOLANA LA VISITA DEL OBISPO. blco.
Las circunstancias por las que atraviesa España no parecen ayudar a la eclosión de un genio. El ambiente se presenta tibio y flojo, porque el alma de la raza se esconde para el observador superficial. Pero la España de antes es la misma de hoy. hoy con Solana como ayer con Goya, hay un intérprete de ella. Estos dos genios y el Greco, son los representativos de esta raza al parecer inerte y que se levanta siempre como un solo hombre, con la religión, la crueldad, y el patriotismo indomable.
Del tumulto lírico de las fuerzas de dinamismo, de éxtasis, y de color, ha sacado José de La Solana el drama del ambiente oculto por la risa del guasón, y el retruécano del café. Lo tuvo en la retina desde que abrió los ojos y la tragedia nació en un ambiente de sadismo. Es el ambiente de Roma, de la que nos llega el grito a través de las razas y de los tiempos; pero no de la Roma saludable, sino de la Roma morbosa y decadente. Es el circo, la bestia y el hombre; el espectáculo frenético; pero es también, un misticismo suigéneris, tamizado por un paganismo. Es también la nobleza de las casas solariegas y conventuales; la visita del prelado, en cuyo honor se preparan las ricas vituallas, en el cuadro pontifical de Ramón Gómez de La Serna en Pombo, es el café tradicional, es la vida de un café madrileño tistas bohemios en el que la cara buena de Ramón tiene un tinte profético y José de La Solana es como un aparecido. Porque la sensibilidad de José de La Solana tiene muchos matices: es romana, medioeval y muy moderna. Es indomable, mística y compleja. Es muy antigua, porque los siglos pasan y nada se ha modificado en de La Solana, ni la idea, ni el sentimiento romano, ni Torquemada, ni el torcionario. en los maniquíes del museo hay algo muy sutil, la nostalgia de elegancias perfumadas y pretéritas; pero siempre como aparecidos atormentados; los vestidos vacíos esconden un alma, la cera de sus caras chorrea amargura.
José de La Solana es el pintor del dolor y del tormento. Hasta las flores de sus cuadros sufren. Son rosas como carnes desolladas. Parecen húmedas de lágrimas. sin embargo su coloración es fresca, pero con la frescura de las carnes sanas y recién abiertas, de las que brota la sangre como una rosa roja.
Los cuadros de La Solana son Jardines de los suplicios. de una imaginación chinesca, son los sueños de un moribundo opiómano, son todo lo espeluznante sin ridículo. El drama se nos impone. nos fascina horrorizándonos, la sangre, el coágulo, el picador bestial. En uno de sus cuadros hay un bello adolescente, al que unos verdugos de ojos oblícuos, le arrancan cintas de carne que dejan al descubierto una especie de salchichería. Pero José de La Solana es también el pintor del fanatismo español; pasan en sus telas, las vírgenes, con las lágrimas prendidas en las ar