Liberalism

6 Amauta res, se presentaban claramente como simples conscuencias de la docencia oligárquica. Estos vicios no podían ser combatidos sino por medio de la intervención de los estudiantes en el gobierno de las universidades y el establecimiento de las cátedras y la asistencia libres, destinadas a asegurar la eliminación de los malos profesores a través de una concurrencia leal con hombres más aptos para ejercer su magisterio.
Toda la historia de la Reforma registra invariablemente estas dos reacciones de las oligarquías conservadoras: primera, su solidaridad recalcitrante con los profesores incompetentes, tachados por los alumnos, cuando ha habido de pormedio un interés familiar oligárquico; y segunda, su resistencia, no menos tenaz, a la incorpo.
ración en la docencia de valores nó universitarios o simplemente independientes. Las dos reivindicaciones sustantivas de la Reforma resultan así inconfutablemente dialécticas, pues no arrancan de puras concepciones doctrinales sino de las reales y concretas enseñanzas de la acción estudiantil.
Las mayorías docentes adoptaron una aptitud de rígida e impermeable intransigencia contra los grandes principios de la Reforma Universitaria, el primero de los cuales había quedado proclamado teóricamente desde el Congreso Estudiantil de Montevideo, y así en la Argentina como en el Perú, lograron el reconocimiento oficial debido a favorables circunstancias políticas, cambiadas las cuales se inició por parte de los elementos conservadores de la docencia un movimiento de reacción, que en el Perú ha anulado ya prácticamente casi todos los triunfos de la Reforma, mientras en la Argentina eucuentra la opo.
sición vigilante del alumnado, según lo demuestra la reciente agitación contra una tentativa reaccionaria en la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
Pero no es posible la realización de los ideales de la Reforma sin la recta y leal aceptación de los dos principios aquí esclarecidos. El voto de los alumnos, aunque no esté destinado sino a servir de contralor moral de la política de los profesores, es el único impulso de vida, el solo elemento de progreso de la Universidad, en la que de otra suerte prevalecerían sin remedio fuerzas de estancamiento y regresión. Sin esta premisa, el segundo de los postulados de la Reforma las cátedras libres. no puede absolutamente cumplirse. Más aún, la leva hereditaria. de que nos habla con tan evidente exactitud el Dr.
Sanguinetti, torna a ser el sistema de reclutamiento de nuevos catedráticos. el mismo progreso cientifico pierde su principal estímulo, ya que nada empobrece tanto el nivel de la enseñanza y de la ciencia como la burocratización oligarquica.
INI dadero sentimiento. La Universidad que, según un concepto de clisé, era el alma mater nacional, había sido siempre oficialmente definida co. no la más alta cátedra de los principios e ideales de la República.
Mientras tanto, talvez con la sola excepción del ins tante en que Gálvez y Lorente, la tiñeron de liberalismo, restableciendo y continuando la orientación ideológica de Rodríguez de Mendoza, la Universidad había seguido fiel a su tradición escolástica, consevadora y española.
El divorcio entre la obra universitaria y la realidad nacional, constatado melancólicamente por Belaunde, pero que no lo había embarazado para gratificar a la Universidad con el título de encarnación única y sagrada de la continuidad histórica patria. ha dependido exclusivamente del divorcio, no menos cierto aunque menos reconocido, entre la vieja clase dirigente y el pueblo peruano.
Belaunde escribía lo que sigue: Un triste destino se ha cernido sobre nuestra Universidad y ha determinado que llene principalmente un fin profesional y talvez de snobismo científico; pero nó un fin educativo y mucho menos un fin de afirmación de la conciencia nacional. Al recorrer rápidamente la historia de la Unlversidad desde su origen hasta la fecha se destaca este rasgo desagradable funesto: su falta de vinculación con la realidad nacional, con la vida de nuestro medio, con las necesidades y aspiraciones del país. La investigación de Belaunde no podía ir más allá. Vinculado por su educación y su temperamento a la casta feudal, adherente al partido que acaudillaba uno de sus más genuinos representantes, Belaunde tenía que detenerse en la constatación del desacuerdo, sin buscar sus razones profundas. Más aún: tenía que contentarse con explicárselo como la consecuencia de un triste destino.
La verdad era que la colonia sobrevivía en la Universidad porque sobrevivía también, a pesar de la revolución de la Independencia y de la república demo liberal. en la estructura económico social del país, retardando su evolución histórica y enervando su impulso biológico. que por esto, la Universidad no cumplía una función progresista y creadora en la vida peruana, a cuyas necesidades profundas y a cuyas corrientes vitales resultaba no solo extraña sino contraria. La casta de terratenientes coloniales que, a través de un agitado período de caudi.
llaje militar, asumió el poder en la República, es el menos nacional, el menos peruano de los factores que intervienen en la historia del Perú independiente. Él triste destino de la Universidad no ha dependido de otra cosa.
Después del período de influencia de Gálvez y Lorente, la Universidad permaneció, hasta el período de agitación estudiantil de 1919, pesadamente dominada por el espíritu de la Colonia. En 1894, el discurso académico del doctor Javier Prado sobre El estado social del Perù.
durante la dominación española que, dentro de su pru.
dencia y equilibrio, intentaba una revisión del criterio colonialista, pudo ser el punto de partida de una acción que acercase más el trabajo universitario a nuestra historia y a nuestro pueblo. Pero el doctor Prado, estrechamente mancomunado con los intereses y sentimientos que este movimiento habría contrastado por fuerza, prefirió encabezar una corriente de mediocre positivismo que, bajo el signo de Taine, pretendió justificar doctrinalmente la función del civilismo dotándolo de un pensamiento político en apariencia moderno, y que no consiguió siquiera imprimir a la Universidad, entregada al diletantismo verbalista y dogmático, la orientación científica que ahora mismo se echa de menos en ella. Más tarde, en 1900, otro discurso académico, el del doctor Villarán sobre las profesiones liberales en el Perú, tuvo también la intima significación de una ponderada requisitoria contra el colonialismo de la Universidad, responsable por los juicios aristo ticos que alimentaba y mantenía, de una superproducción de doctores y letrados. Pero igualmente este discurso, como todas las reacciones episódi.
cas del civilismo, estaba destinado a no agitar sino muy LA UNIVERSIDAD EN EL PERU En el Perú, por varias razones, el espíritude la Colonia ha tenido su hogar en la Universidad. La primera razón es la prolongación o supervivencia, bajo la Repùblica, del dominio de la vieja aristocracia colonial.
Pero este hecho no ha sido desentrañado sino desde que la ruptura con el criterio colonialista, vale decir con la historiografía civilista. ha consentido a la nueva generación enjuiciar libremente la realidad peruana. Ha sido necesaria para su entendimiento cabal, la quiebra de la antigua casta, denunciada por el carácter de secesión que quiso asumir el cambio de gobierno de 1919.
Cuando el doctor Belaunde calificó a la Universidad como el lazo de unión entre la república y la colonia. con la mira de enaltecerla cual único y esencial órgano de continuidad histórica, tenía casi el aire de hacer un descubrimiento valioso. La clase dirigente había sabido hasta entonces mantener la ilusión intelectual de la República distinta e independiente de la Colonia, no obstante una instintiva inclinación al culto nostálgico de lo virreinal que traicionaba con demasiada evidencia su ver