33 Amauta E U I (PARA AMAUTA. Paloma en tus ojos me llamaba a que tomara el fresco de su pico que pedía el trigo de mi a caudalada generosidad: me has dado tu hambre en recompensa a mi mendicidad, has adornado tus pupilas para hospedar el andrajo tenoriesco de mi palabra feble a quien has dado el doble valor, mientrás dure manosearé tu mirada moneda única de las que tenía. ojalá el cara y sello se detengan en mí y sabré quedarme en tu cuartito limpio saboreando la taza de leche de tu ingenuidad!
JULIO DEL PRADO.
gra, detonaba en este ambiente. Miraban boquiabiertos y decían Fransuska a mi paso. Los hombres en general van de blusa y botas altas de cuero fino de Rusia, que a gran distancia emanan un perfume exquisito: una nota originalísima este olor que se extiende por toda la ciudad, olor que acompaña a veces a las personas de vestidos más astrosos. Van también por las calles, caucasianos de blusas blancas y bordadas de rojo, y, tipos parisinos; pero son casos raros, se les mira con extrañeza, porque la generalidad de las mujeres lleva pañuelo en la cabeza o un turbante de seda enrollado. Los pañuelos son muy bonitos de color, verdes, blancos, negros, floreados y con fleco. las medias cortas con los preciosos gorritos de encaje dan a las mujeres apariencia de grandes muñecas rollizas. En cambio las mujeres de botas altas como granaderos tienen tipo varonil. Pero, en fin, se adivina en esta inmensa multitud el optimismo. Es el mundo triunfante del trabajador, el que es el dueño de la ciudad y todo lo que hay en ella es para él.
He visto por las calles unos hombres muy raros, de vestidos talares, cabellos largos, barbas crecidas. un hombre todo vestido de blanco, de cabellos de esda blanca brillante, de dientes de porcelana, dientes de lobo o de perro, bello, maravilloso como el esplendor de la nieve y a otros con abrigos de pieles y gorros de astracán con levitas vueludas y cinturones y puñales de mango de marfil, o adornos de plata pesados. a algunos con vestidos burgueses pero pobres, con el lienzo de la camisa grosero y limpio.
Trafican por las calles muchas razas, hombres fornidos de cabellos de lino, otros rojizos, tremendos de expresión bestial como verdugos, con los caracteres del sanguinario. Son los que en día de revuelta saquean y matan. judíos elegantes, finos, y esbeltos, con todas las características de la raza en todo el explendor de la belleza, de nariz curva, ojos negros grandes y tez blanca y me maravillo porque yo no conocí en Tánger sino al judío zarrapastroso, viejo, carcomido.
Las mujeres más bellas de Moscú son judías, no han perdido la majestad del tipo clásico, todas son dignas de Asuero y de llamarse Esther. Las rusas no son tan bellas como es fama. Las que lo son tienen tipos muy interesantes de singular fineza y de una delgadez y un alargamiento en la figura que recuerda los viejos iconos, una ví como la imágen calcada de nuestra Virgen del perpetuo socorro. Muchas tienen los ojos y las manos alargadas.
No les falta más que el vestido de plata rígido.
Todavía hay en Moscú tipos de aristocracia, princesitas del tiempo de los zares, las auténticas heroínas de las novelas de Henri de Greville. Son mujeres instruídas con una cultura francesa del 1830, al tanto de la literatura de esa época, hablan muy bien el francés. Sigue siendo para ellas una novela admirable y un héroe fascinador El vizconde de Camors. Hoy están despojadas, sin palacios donde lucir su distinción. Hoy tienen solo por toda morada dos piezas con cocina. En el salón las camas vestidas con pobreza, al lado del piano magnífico, de la rica cómoda. Los retratos de familia presiden una mesa pobre, escasa; la tetera está sin asa, las tazas rajadas y la bella princesita distinguida, de modales cor tesanos, toma su té sólo con azúcar, sin un pastelillo, sin una golosina; pero está gozosa porque le han ofrecido un puesto en el que ganará dos rublos diarios, casi un sol sesenta, pues en este nuevo Estado el que no trabaja se muere de hambre.
La tumba de Lenin. las ocho de la noche se exhibe a Lenin.
Dicen que por un procedimiento maravilloso, invento alemán, se ha petrificado su cuerpo dándole una apariencia extraterrena. las ocho de la noche empieza el peregrinaje de millares de personas en una enorme fila que abarca calles de calles. Vá uno acercándose lentamente hasta que le toca su turno. la entrada del monumento a Lenin que es de madera, el escudo de los Soviets: Sobre un mundo azul, la tierra roja en relieve, sobre ella aplastándola, el martillo y la hoz; más alta una estrella como una esperanza es la estrella zarista, la continuación de la raza, el eslabón que une el pasado con el presente.
Descendemos a la tumba de Lenin paso a paso como en una procesión mística. Hasta la tumba de Lenin es revolucionaria, en ella no domina ningún prejuicio funerario. Es alegre, clara, parece casi un hall, un poco desnuda de adornos. Lenin está acostado vestido de kaki, con un uniforme sencillo de soldado, sin adorno, sin una flor, sin decoraciones, sin leyendas, solamente una rosita minúscula en el pecho. Las piernas cubiertas por una manta, ezcima al descubierto las manos, cuidadas, de uñas largas. Lo miro con asombro. Está blanco rosado, dormido, sonriente. La barba y el cabello rubios le dan un aspecto de Cristo yacente. Lo han cambiado, no es el mismo. No hay nada de tamerlán, ni de tártaro en esta cara casi apolinea. Yo me he convencido de que es una habilísima escultura en cera, porque no parece siquiera un muerto sino alguien que durmiera.
Custodian la sepultura de Lenin, soldados de la guardia roja día y noche. Se relevan cada cierto tiempo. Es el único muerto que nunca se queda solo.
Entra conmigo un enorme grupo que cantó una canción de libertad, canción que prendió los labios de millares de personas.
Fué un canto místico el que llenó la inmensa plaza Roja. la salida multitud de vendedores con el retrato de Lenin esmaltado en plata, cincelado y en cobre. No sé volverme a mi hotel; pero mi vecino habla francés y me deja en el tranvía que necesito. Cuando llego, la muchacha me dice una sola palabra Lubianka. Estoy en mi hotel el Select que es como un museo zarista. Los bibelots de la antigua corte ornamentan el salón. Mayer rase. apunta de Carmen Saco