Violence

73 Amauta Era Boris Ivanovich Kotofeyev que, moviendo con trabajo el pesado badajo de bronce, tocaba la campana como para despertar a toda la población. Esto duró un minuto. Enseguida ululó otra vez la conocida voz. Aquí, hermanos. Queremos talvez dejarle escapar. Corred al campanario, coged al vagabundo!
Algunos hombres se lanzaron en su persecución.
Cuando Boris Ivanovich fué conducido fuera de la iglesia, una muchedumbre de hombres medio vestidos, un pelotón de policías y de bomberos del barrio estaba delante del cancel de la iglesia.
En silencio, a través de la multitud, Boris Ivanovich, sostenido de los brazos, fué llevado al cuartel de la milicia.
Estaba pálido como un muerto y temblaba con todo el cuerpo, las piernas le arrastraban, sin obedecerlo, sobre el pavimento.
CAPITULO Viviré de cualquier modo. murmuró dentro de sí. pero donde Lucheria, no regreso. Mas bien me humillaré ante la gente hasta el suelo. He aquí, les diré, el hombre perece, ciudadano. No lo abandonéis en la desgracia.
Boris Ivanovich temblo y se puso de pié. De nuevo el estremecimiento y el frío envolvieron su cuerpo. Le pareció de repente que el triángulo eléctrico había sido inventado hacía ya muchísimo tiempo y era mantenido en secreto, en un terrible secreto, para de pronto, de un golpe, abatirlo a él.
Presa de una angustia espantosa, salió casi corriendo del cercado a la calle y siguió adelante, arrastrando rápidamente los pies.
En la calle todo estaba tranquilo. Algunos transeuntes rezagados, se apresuraban hacia sus casas.
Boris Ivanovich permaneció un rato en una esquina; luego, casi sin darse cuenta de lo que hacía, se acercó a un transeunte, y quitándose el sombrero dijo con voz sorda. Ciudadano. Pido limosna. Tal vez el hombre perece en este instante.
El transeunte miró asustado a Kotofeyev. y se alejó de prisa ¡Ah. Ah. gritó Boris Ivanovich, dejándose caer sobre la acera. Ciudadano. Pido limosna. Por mi desgracia. por mi ruina.
Algunos paseantes, rodearon a Boris Ivanovich obser vándole con miedo y sorpresa.
Un guardia del lugar se acercó, tocando inquieto con la mano la funda del revólver, y sacudió a Boris vanovich por el hombro. Es un borracho dijo uno de los presentes con placer. Se ha emborrachado, demonio, en un día de trabajo. Ah! para estos no hay ley.
Una muchedumbre de curiosos circundó a Kotofeyev.
Alguno mas compasivo trató de levantar al borracho. Boris Ivanovich se liberté de la gente con violencia y saltó a un lado. La gente le abrió paso.
Boris Ivanovich miró extraviado en torno suyo, lanzó un grito de espanto y de improviso se echó a correr en o.
tra dirección. Agarradlo, muchachos. Cogedle, gritó uno con voz El guardia lanzó un áspero silbido que sacudió toda la calle.
Boris Ivanovich se lanzó tras de una esquina y, alcanzado él cancel de la iglesia, lo saltó. Aquí, gritaba la misma voz. Acá, hermanos. Corred acá. Ligero!
Boris Ivanovich, subió hasta el pórtico, exclamó algo en voz baja, mirando tras de sí, y empujó con todas sus fuerzas la puerta.
La puerta cedió y se abrió con un chirrido de sus goznes enmohecidos.
Boris Ivanovich penetrò corriendo.
Por un minuto permaneció inmóvil, en seguida cogiéndose la cabeza con las manos se arrojó por tierra, sobre as secas y crugientes gradas. Aqui! gritaba el perseguidor voluntario. Agarradle hermanos. Rodeadle todos.
Una centena de transeuntes y de habitantes del lugar, irrumpió en la iglesia.
Todo estaba oscuro.
Entonces alguien encendió un fósforo y prendió un cabo de cera en un enorme candelero.
Los altos muros desnudos y los míseros utensilios y ornamentos de la iglesia fueron iluminados por una pobre luz amarilla vacilante.
Boris Ivanovich no estaba en la iglesia. cuando la multitud, atropellándose, acompañada por el rumor de las voces, retrocedió presa de un extraño miedo, de lo alto del campanario se oyó derrepente el sonido de la campana de alarma.
Los golpes, primero raros, luego cada vez más frecuentes, se extendieron en el aire tranquilo de la noche.
Mas tarde, muchos días después, cuando le preguntaban a Boris Ivanovich por qué había hecho todo eso, y por qué sobre todo, había subido al campanario y se había puesto a tocar las campanas, él se encogía de hombros o respondía con un rabioso silencio, o decía que no se acordaba de los detalles. Cuando le precisaban estos detalles, se confundía y rogaba que no se hablase más de ellos.
Aquella noche Boris Ivanovich había sido retenido en el cuartel de policía, hasta. la mañana. Después de haber compilado contra él, un poco claro y nebuloso.
protocolo, le habían dejado marcharse a su casa, no sin firmar antes la declaración de que no abandonaría la ciudad.
Con el traje roto, sin sombrero, todo abatido y amarillo había regresado a su casa Boris Ivanovich.
Lucheria Petrovna, había chillado desesperadamente y se había golpeado el pecho maldiciendo el día en que Boris había nacido, y su desgraciada vida con semejante deshecho de la humanidad.
La misma noche, Boris Ivanovich, como de costumbre, vestido con un stiffelius, se sentaba al fondo de la orquesta y hacía tintinear de cuando en cuando, melancolicamente, el triángulo.
Estaba como siempre limpio y peinado, y nada traicionaba en él la noche terrible que había vivido.
Solo dos profundas arrugas que bajaban de la nariz a los labios, aparecían en su rostro; antes estas arrugas nohabían existido; antes Boris no había tenido tampoco este modo de sentarse tan encorvado.
Pero todo se molerá y dará harina, dice el proverbio. Boris Ivanovich Kotofeyev vivirá todavía largo tiempo. Vivirá, querido lector, más que nosotros: Puedes estar seguro de esto.
flaca. 1) Concluye en este número el cuento del notable escritor ruso Miguel Zoschenko que, continuando una labor de divulgación de la nueva literatura rusa, empezamos a publicar en el número anterior de Amauta