72 Amauta. Será muy simple dijo Lucheria Petrovna, Muy simple.¡Ah! tú vivirás a mis costillas. Lo sé que te cogerás de mí.
Boris Ivanovich cambió de sitio, se sentó en una silla y se hundió en reflexiones. Te afliges, cierto, dijo Lucheria Petrovna. Estás pensando? Te has dado cuenta. Si no tuvieses mujer y casa, a dónde irías a dar pobre diablo? Por ejemplo, si te votasen de la orquesta. La cuestión, Lucheria, no es que puedan despedirme dijo Boris Ivanovich. La cuestión es al revés. Porque, Lucheria yo toco el triángulo. y en general. Si se eliminase la música de la vida ¿cómo vivir entonces. Qué cosa, además de ésta, puede importarme?
Lucheria Petrovna, tendida en la cama, escuchaba a su marido, esforzándose en vano por adivinar el sentido de sus palabras. suponiendo en ellas una ofensa personal o una pretensión sobre sus bienes inmuebles, dijo otra vez. Oh! te cogerás de mí. Te cogeras de mí, mártir pilatos, gato, hijo de un perro. No me cogeré, dijo Kotofeyev, Y, ahogándose de nuevo, se alzó de la silla y se puso a caminar de arriba abajo por el cuarto. Una agitación terrible se adueñó de él. Después de pasarse la mano por sobre la cabeza, como esforzándose por librarse de vagos pensamientos, Boris Ivanovich se sentó nuevamente. permaneció largo tiempo sentado, inmóvil, en la misma actitud. Luego cuando la respiración de Lucheria Petrovna se transformó en un ligero roncar, acompañado por un debil silbido, Boris Ivanovich se alzó y salió del cuarto. Tomó su sombrero, se lo puso en la cabeza y, presa de una insólita agitación, salió a la calle.
IV Cuando el maestro acabó de comer, Boris Ivanovich empezó a interrogarlo con ávida curiosidad sobre su vida pasada y cómo y porqué había decaído tanto y andaba sin cuello, con la camisa sucia y el botón de metal desnudo.
El maestro, frotándose las manos, alegre, pero malignamente, principio a contar, como en verdad había vivido bastante bien y hasta había fumado cigarros puros, pero al disminuir la demanda de bella caligrafia y, a consecuencia de un decreto de los comisarios del pueblo esta materia había sido excluída del programa escolar. Pero yo ya me he habituado. dijo el maestro me hecho ya el ánimo. no me quejo de la vida. si me he comido el pan ahora ha sido por fuerza de la costumbre y no por hambre.
Lucheria Petrovna, cruzadas las manos sobre el delantal, reía suponiendo que el maestro había comenzado a divagar y que pronto se pondría a decir tonterías. Le miraba con disimulada curiosidad, esperando de él algo de extraordinario.
Boris Ivanovich, meneaba la cabeza escuchando. qué. dijo el maestro, sonriendo de nuevo sin motivo. así cambia todo en nuestra vida. Hoy han abolido la caligrafía, mañana la pintura, y después, lo verá, llegarán hasta usted. Ud. exajera, dijo Kotofeyev con una ligera sofocación. Cómo pueden llegar a mí. Yo trabajo en el arte. Toco el triángulo. Qué importa. dijo el maestro con desprecio la ciencia y la técnica, hoy día van adelante. Inventarán el modo de tocar ese instrumento eléctricamente. ya está Ud. servido. Han llegado.
Kotofeyev sintió otra vez que se ahogaba ligeramente; miró a la mujer. Muy simple. dijo la mujer especialmente si la ciencia y la técnica adelantan tanto.
Boris Ivanovich, se levantó y se puso a caminar nerviosamente por el cuarto. qué importa, así sea. dijo que suceda como Uds. dicen. Así sea un cuerno, dijo la mujer yo pago despuès las consecuencias. Tú vivirás a mis costillas, pobre mártir pilatos.
El maestro se movió inquieto sobre la silla y dijo en ton o conciliador. Así es todo: hoy la caligrafía, mañana la pintura. el hombre vive, prendido del cordón umbilical y el cordón se rompe. Todo cambia, queridos señores.
Boris Ivanovich, se acercó al maestro, le estrechó la mano y, después de haberle invitado a cenar para cualquier día, aunque fuera el de inañana, se ofreció a acompañarlo hasta la puerta.
El maestro se paró, saludo y, restregándose alegremente las manos, dijo de nuevo en la antesala. Esté Ud, tranquilo, jovencito, hoy la caligrafía, mañana la pintura y luego caerán también sobre Ŭu.
Boris Ivanovich cerró la puerta sobre el maestro y, vuelto a su dormitorio, se sentó sobre la cama abrazándose las rodillas.
Lucheria Petrovna entró en el cuarto con pantuflas destalonadas de fieltro y comenzó a prepararse para ir a la cama. Hoy la caligrafía, mañana la pintura, borbotaba Boris Ivanovich, meciéndose ligeramente sobre el lecho. Así es toda nuestra vida.
Lucheria Petrovna se volvió hacia su marido, escupió con furor al suelo mientras se desenredaba los cabellos, enmarañados durante la jornada, en los cuales había prendido unos pedacitos de madera.
Boris Ivanovich miró a su mujer y dijo de improviso con voz melancólica. Oye Lucheria, y si verdaderamente de pronto aplicasen la electricidad. Hablo del triángulo. Imaginémos un botoncito sobre el atril del maestro. El maestro lo presiona con el dedo y el triángulo suena.
Eran solo las 10 de una bellísima y serena noche de agosto.
Kotofeyev andaba por la avenida gesticulando largamente con los brazos. La extraña y vaga agitación no le abandonaba. Llegó así sin darse cuenta a la estación, Pasó al buffet, tomó un vaso de cerveza y, ahogándose todavía y sintiendo que le faltaba la respiración salió 0tra vez a la calle.
Caminaba ahora lentamente con la cabeza inclinada con tristeza, pensando en cualquier cosa. Pero si se hubiese preguntado en qué cosa pensaba, no habría sabido qué respunderse. El mismo no lo sabía.
Se alejó de la estación siempre en línea derecha. En una alameda del jardín público, se sentó en una banca y se quitó el sombrero.
Una muchacha de anchos flancos, con una falda corta y las medias claras, pasó delante de él una vez, después regresó, luego una vez mas y, finalmente, se sentó a su lado dirigiéndole una mirada.
Boris Ivanovich se estremeció, miró a la muchacha, hizo un movimiento con la cabeza y se marchó rápidamente.
De pronto todo le pareció terriblemente disgustante e insoportable. Toda su vida fastidiosa y estúpida. porqué he vivido. borbotabá dentro de sí. Un fuerte estremecimiento recorrió todo el cuerpo de Boris Ivanovich. Casi corriendo, siguió adelante. Al llegar al cancel de la iglesia, se detuvo. Después buscó con la mano el cancel, lo abrió, y entró en el cercado.
El aire fresco, las piedras sepulcrales, calmaron en seguida a Kotofeyev. Se sentó sobre una de las piedras y permaneció sumergido en sus pensamientos. Luego dijo en alta voz. Hoy la caligrafía, mañana la pintura. Así toda nuestra vida.
Boris Ivanovich, encendió un cigarrillo y se puso a pensar cómo viviría en el caso de que le ocurriese algo.