Amauta 71 UNA NOCHE TERRIBLE POR MIQUEL zoSCHENKO CAPITULO III (1)
ceró el pié.
Boris Ivanovich Kotofeyev vivió así hasta los 37 años. Muy probablemente vivirá todavía largo tiempo.
Es un hombre sanísimo, robusto, de ancha osamenta. Si Boris Ivanovich cojea ligeramente, en modo apenas perceptible, es porque, bajo el régimen zarista, se laPero el piè no le había impedido vivir. Vivía siempre igualmente y bien. Todo era adecuado a sus fuerzas. no tenía duda acerca de nada.
Nó; tenía solamente una duda, la duda sobre la inquebrantable firmeza de la vida. Esto había empezado en Boris Ivanovich en los años de la juventud. Y, como el autor lo ha dicho ya, precisamente en la época del acontecimiento amoroso.
La novela algo infortunada con la corista había forzado a Boris Ivanovich a reflexionar sobre su vida. en un pequeño círculo de compañeros, alguna vez, Boris 1vanovich comenzaba a hablar un poco nebulosa y desordenadamente de esta duda. Todo es extraño, señores, decía Boris Ivanovich. Por ejemplo, yo he tenido, como Uds. saben, una novela con Lisetta, con la corista. Permítame señores que les pregunte por qué esto ha sucedido precisamente con Bibikova Lisetta y no con Marietta Jegorova.
Habitualmente, ante esta pregunta, los interlocutores comenzaban a reirse de Kotofeyev, hacían chasquear la lengua, y concluían interesándose por los detalles de la novela y tentando de saber si no había habido tambien alguna cosa con Marietta.
Entonces Kotofeyev se mortificaba, gesticulaba para que lo dejaran en paz y callaba, pensando como en la vida todo es casual, poco claro e instable.
Y, verdaderamente. oh lector, como todo es casual en nuestra vida! Es casual nuestro nacimiento, es casual la existencia, compuesta de circunstancias estúpidas y casuales, y la muerte es casual. Todo esto hace pensar deveras que no haya sobre la tierra ninguna ley rígida. porqué los hombres no quieren confesarlo. porqué los hombres atribuyen fines extraordinarios a la Humanidad?
Sin embargo lo piensan. si lo confesaran. sería acaso mejor para todos? así, no se hace sino tonterías. Verdaderamente. cuál rígida ley puede existir, cuando todo cambia bajo nuestros ojos, todo vacila, comenzando por las cosas más grandes hasta las mas mezquinas reflexiones humanas? Muchas generaciones y hasta pueblos enteros han estado educados en la tesis de que el amor existe y de que, pongamos, el Zar es un fenómeno inexplicable. ahora un filosofuelo cualquiera, con una ligereza extraordinaria, de un solo rasgo de pluma, demuestra lo contrario. bien la ciencia. Aquí ya todo parecía terriblemente persuasivo y justo, pero mirad atrás. todo es falso y todo cambia con el tiempo. El autor es un hombre sin cultura superior que se la pasa dificilmente con la cronología y con los nombres propios y por esto no se mete a hacer inútiles demostraciones. Pero tú ¡oh lector! créeme, que cuanto digo es verdadero. Así es en toda nuestra vida, hasta en nuestra vida bruta triste hasta el llanto también en ella todo es casual, instable e inconstante.
En esto, Boris Ivanovich seguramente no pensaba, Aunque no fuese estúpido y tuviese una cultura media, no era mentalmente tan desarrollado como ciertos literatos. Sin embargo, en cierto plano mezquino de su existencia cuotidiana, había notado una pérfida trama. aún había comenzado desde hacia algun tiempo, a temer por la estabilidad de su Destino. Esta duda había penetrado en su alma en los años de la juventud. Pero una vez, esta duda se convirtió en una flama.
Regresando a su casa por la Avenida Posterior, Boris Ivanovich, se dió de manos a boca con una figura oscura.
Lo figura se paró delante de Boris Ivanovich y con voz delgada pidió limosna.
Boris Ivanovich, se metió la mano en el bolsillo, sacó algunas monedas y las ofreció al mendicante.
Este se confundió y se cubrió con la mano la garganta como si quisiera excusarse de no tener cuello ni corbata.
Después con la misma voz flaca, dijo que era un expropietario arruinado por sus ideas políticas y que antes tambien él había dado a los pobres dinero a manos llenas, pero que ahora, a causa del curso de la nueva vida democrática, se veía obligado a pedir limosna.
Boris Ivanovich comenzó a interrogar al mendigo, interesándose por los detalles de su vida pasada. bien dijo el mendigo lisonjeado por la atención. He sido un propietario terriblemento rico, un rico despreocupado y ahora, en cambio, como vé usted, me encuentro en la miseria, estoy mal y no tengo que comer. Todo, buen ciudadano, cambia en la vida a su tiempo.
Después de dar una moneda al mendigo, Boris Ivanovich se encaminó lentamente a su casa. No tenía piedad del mendigo, mas una cierta vaga inquietud se apoderaba de su ánimo. Todo en la vida cambia a su tiempo, borbotaba el buen Boris Ivanovich regresando a su casa.
En su casa Boris Ivanovich contó a su mujer Lucheria Petrovna, el encuentro que había tenido, cargando las tintas y agregando algún detalle de su propia invención, como, por ejemplo, que el expropietario, había arrojado un tiempo el oro a los mendigos y que hasta les había roto las narices con sus pesadas monedas. qué. dijo la mujer Ha vivido antes bien y ahora mal: En esto no hay nada de tan terrible y sorprendente.
No hace falta buscar muy lejos los ejemplos. También nuestro vecino está en las más escuálida miseria. Lucheria Petrovna, contó cómo el exmaestro de caligrafía, Ivan Semionovich Kuschakef, se había quedado sin nada en la vida. tambien él había vivido bien y hasta había fumado puros.
Kotofeyev tomó igualmente a pecho el caso de este maestro. Comenzó a preguntar a su mujer porqué y cómo había caído en la miseria. Se apoderó de él el deseo de ver al desdichado. Lo dominó de improviso un cálido interés por su vida de miseria. rogó a su mujer, Lucheria Petrovna, ir lo mas pronto a buscarlo para conducirlo a la casa y ofrecerle el té.
Luego de injuriar a su marido, para no faltar a la regla, y de llamarlo zonzo, Lucheria Petrovna se puso un chal y fué a buscar al maestro dominada por una terrible curiosidad.
El maestro Ivan Semionovich Kuchakev vino casi inmediatamente. Era un viejecito pequeño, un poco canuto y seco, vestido con un largo y consumido stiffelius sin chaleco. La camisa sucia, sin cuello, sobresalía sobre el pecho toda amontonada. el botón de metal, de un amarillo terriblemente pronunciado, se destacaba exajeradamente delante.
La barba grisasea crecía sobre las mejillas del maestro de caligrafía, que no se había afeitado quién sabe cuanto tiempo, como un pequeño césped.
Entró en la estancia, frotándose las manos, mientras acababa de masticar alguna cosa. Saludó reposadamente, pero casi alegre a Kotofeyev. Después se sentó a la mesa y, acercándose el plato con el pan y las pasas, comenzó a masticar, sonriendo apenas bajo la nariz.