Violence

Amauta 69 que eran a la vez sus compatriotas, se unía el dolor enorme de la pérdida de su anciana madre. Rolland había tenido que abandonar su refugio de Suiza y acompañar desde París, sus restos, hasta el lejano cementerio borgoñés. su retorno comenzó su libro. Presentándonos a Clerambault, Romain Rolland, pone en su boca, como últimas palabras, aquella que quizás quisiera para sí. Asesinado por un turbio sujeto que le odia, cayendo víctima de un atentado nacionalista no hubiese sido extraño que Rolland temiese por ese entonces, el final de Jaurés. Clerambault, agonizante, sueña: No hay más enemigos. Con ellas, se aproxima a Jesús.
la feroz bestialida y de la mentira asesina, libertadores de los hombres que les han muerto. Rolland señala, ávidamente, allí, los indicios de una próxima confraternidad de los pueblos. Bajo el castigo del fuego, algún soldado que sólo vé bajo la sombra de las banderas enemigas el rostro livido de los hermanos, fraterniza con sus adversarios más próximos. Es por el camino de la acción aislada por el que se puede llegar a grandes resultados, ya que la fatalidad que hoy pesa sobre todos, está hecha de la abdicación de cada uno. Son los intelectuales, los escritores, los que deben indicar, a los pueblos enloquecidos la ruta a seguir: Los que tienen una pluma deberían tener escrúpulos de aportar jamás un sufrimiento más al conjunto de los sufrimientos. 31. Deberían evitar el espectáculo afligente de esos millares de escritores, artistas y pensadores que han, en algunos días, abdicado de su papel de guías y de defensores de los pueblos, para seguir a los tropeles delirantes, enloquecerlos aún más con sus gritos y precipitarlos al abismo (32. la acción de esos falsos conductores, Rolland opone el ejemplo del puñado de hombres de coraje que, en todos los países han sabido mantener su pensamiento libre y su fè internacional. 32. En cuanto a él mismo, mi tarea exclama es recordar a los hermanos enemigos de Europa, no lo que ellos tienen de malo, sino lo que tienen de mejor. 34. VIII EL SENTIMIENTO RELIGIOSO EN ROLLAND VII CLERAMBAULT Para ello, para hacer sentir la perversidad y la vergüenza de esta otra carrera a la muerte de que no nos ha blara Edouard Rod, Rolland escribe, en 1920, su magnífico Clerambault. La novela lleva este subtítulo que la define. Historia de una conciencia libre durante la guerra. Trátase del relato de las peripecias de un espíritu común, de un patriota nacionalista, al que el dolor hace, por fin, ver con sus ojos, no con los ojos de su gobierno, la tremenda catástrofe de la guerra. Su autor, previniendo posibles sospechas, sostiene en una advertencia al lector preliminar, que la obra no contiene nada de autobiográfico. Pero, convencido, sin duda, de que no ha de creérsele, confiesa, por último, que ha traspuesto a su héroe algunos de sus pensamientos. En una obra de tal naturaleza, esto es, precisamente lo más importante. Ciertamente, no es indiferente la realización artística y la justeza técnica que, afortunadamente son, en este caso, de noble metal. Pero, en el momento en que fué escrita, va lió, sin duda, antes que por ello, por las ideas que elmutor había puesto en boca de su personaje, con la vehemencia oratoria habitual en él. En cierta manera es un compleinento de Le Feu, la colosal novela de las trincheras. Es la tragedia silenciosa de los no combatientes, la sombra lucha interior de la población civil abocada, a sangre fría, a la matanza. Viendo desangrarse a la nación, vaciarse sus hogares, sin que les sea permitido exhalar una queja y gritar al rostro de las gentes su infortunio, sin que haya medio alguno que permita detener el ensangrentado mecanismo en marcha. El menor reproche, el más elemental impulso de justicia han de verse paralizados. Es que se ha formado un catolicismo del pens. miento guerrero que no admite heréticos (35. Desde el punto de vista técnico, es también un complemento de la obra de Barbusse. Su journal une escouadre carece de protagonista. Todos los personajes, presentados con una gran objetividad, aparecen como parte integrante de esa gran masa humana, enferma y dolorida que se debate. Rolland, en cambio, hace que todo ocurra en torno a Clerambault. En su contorno, o en el mismo; puesto que lo más importante y lo más admirable del relato, es la evolución de la mentalidad de aquel hombre, a quien la desdicha arranca las vendas de sus prejuicios con esa rudeza inhábil que sólo tiene la vida.
Clerambault fué escrito durante una crisis del sentimiento. las acusaciones, a los insultos de sus enemigos, Es que el pensamiento de Rolland tiene un fondo profundamentee religioso. Henri Massis (36) puede, en nombre del clero católico, negarle su condición de creyente.
Es justo, puesto que sus creencias no son rigurosamente ortodoxas. Pero sería imposible negar el lugar que ocupa la divinidad en el conjunto de su obra. Dios, su Dios, no es otra cosa que su propio yo agigantado hasta hacer estallar los límites del ser No es un dilettantismo místico el suyo, como querría hacernos creer el autor de Jugements. Es, más bien, una necesidad ardiente y sincera de su espíritu. La única forma de fe que le permiten las características de su inteligencia, enemiga de todo dogma.
Quien recorra su obra, con espíritu imparcial y mirada atenta, ha de notar el corte netamente cristiano de numerosas reflexiones. Pero donde verá por extraña paradoja más acentuado este carácter es en el relato de la vida de un Jainista, de un Hindù. Con la vida de Tolstoy, el gran cristiano, Rolland había cerrado el relato de sus Vidas heroicas. Ahora la reabre, fiel a su pensamiento inicial, con la descripción de la existencia de otro gran hombre, que es héroe por el corazón. Trátase de Mahatma Gandhi, ese místico de ojos exactos (37) cuyas soluciones políticas, de carácter y fundamento puramente religioso, han transformado la vida social de la India, despertando entre los aborígenes la santa apetencia de la libertad. Desde 1916, Rolland sostiene que la guerra ha de acelerar el acercamiento de los dos hemisferios del pensamiento: Europa y Asia (38. Para colaborar en su logro, nos da, tras de ia Vidu de Tolstoy, esta otra Vida heroica, bajo ciertos aspectos tan profundamente tolstoiana. Su autor está bien preparado para describir la insigne aventura de este sostenedor de la no violencia. Es que él mismo lo ha sido, a su manera. Es Rolland o Gandhi, el que publica en Londres, en Mayo de 1915, este mensaje de amor a todos los hombres. Haced la paz en vosotros, ante todo! Arrancad de vosotros el espíritu de combate ciego. No os mezcléis en las luchas. No es haciendo la guerra a la guerra cómo la suprimiréis; es preservando ante todo vuestro corazón, salvando del incendio el porvenir, que está en vosotros. toda palabra de odio ente los combatientes, responded por un acto de caridad y de amor para todas las víctimas. Sed, por vuestra sola presencia, el calmo desmentido infligido a la turbación de las pasiones, el testigo cuya mirada lúcida y compasiva nos hace enrojecer de nuestra sinrazón. Sed la paz la Antígona eterna que se rehusa al odio y que, cuando sufren, no sabe distinguir entre sus hermanos enemigos. 39. Gandhi es el sostenedor ardiente de esa no resistencia apasionada que le es propia. Quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las toriuras, el ostracismo absoluto y la muerte misma, por impedir a nuestro movimiento convertirse en violencia o en precursor de violencia. 40) En ello reside el dramatismo admirable de esa vida de resignación y de sacrificio. La verdadera Desobediencia Civil. que Gandhi preconiza no comporta ninguna excitación. Es una preparación al sacrificio mudo. 41. Rolland describe, en un in crescendo maravillo