54 Amauta EL CUZCO CATOLICO POR EMILIO ROMERO En el Cuzco los indios estaban habituados a presenciar las grandes solemnidades religiosas incaicas. Se sentían sugestionados, atraídos al boato y magnificencia de las fiestas católicas. Los indios vibraban de emoción ante la solemnidad del rito católico. Vieron la imágen del Sol en los rutilantes bordados de brocatos de las casullas y de las capas pluviales; y los colores del iris en los roquetes de finísimos hilos de seda en fondo violáceos.
Vieron tal vez el símbolo de los quipus en las borlas moradas de los abates y en los cordones de los descalzos. Así se explica el furor pagano con que las multitudes indígenas cuzqueñas vibraban de espanto ante la presencia del Señor de los Temblores en quien veían la imágen tangible de sus recuerdos y sus adoraciones, muy lejos el espíritu del pensamiento de los frailes.
Vibraba el paganismo indígena en las fiestas religiosas. Por eso los vemos llevar sus ofrendas a las iglesias, los productos de sus rebaños, las primicias de sus cosechas. Más tarde, ellos mismos levantan sus aparatosos al.
tares del Corpus Christi llenos de espejos con marcos de plata repujada, sus grotescos santos y a los pies de los altares las primicias de los campos. Brindaban frente a los santos con honda nostalgia la misma jora de las libaciones del Capac Raymi; y finalmente, entre los alaridos de su devoción que para los curas españoles eran gritos de penitencia y para los indios gritos pánicos, bailaban las estrepitosas cachampas y las gimnásticas kashuas, ante la sonrisa. petrificada y vidriosa de los santos.
El regionalismo cuzqueño tiene un sensualismo extraño, soberbio, voluptuoso. Los millares de indics que rodean la ciudad con sus ritos secretos, convierten a pocos años la religión en una mezcla informe, grotesca de fórmulas de gentilidad desvirtuada y de lo español mixtificado.
Los indios cambiaron de fetiches pero adoraban siempre a Dios. en esa adoración desbordaba intenso sensualismo.
Así fué formándose el ambiente colonial cuzqueño digno del más alto interés y de detenido estudio. En las clases menos incultas, se formaba un sedimento de conservadorismo profundo, un amor intenso a todas las manifestaciones externas de la religión. De ahí tenemos el aspecto monumental de la ciudad. Las hornacinas tajadas en los soportales, las antiguas cruces de madera verde, los zaguanes sonoros donde aún resuenan ecos de avemarías monótonos y beatos.
Pero lejos de la ciudad, y aún dentro de ella, estaba la masa indígena, turbia y embrutecida, que significaba para la beata ciudad de las cien torres, la mano de Satán roja y encendida sobra las rotas murallas de Saksahuamán.
Por sobre las ruinas de los palacios incaicos y por entre los muros, cubiertos de musgo del viejo arruinado templo de las akllas, el viejo sol pagano y bueno, iluminaba el Cuzco. La masa indígena era la tentación del Cuzco y debido a ella, el Cuzco adquiere un sello nacional, inconfundible, una fisonomía propia que dará con el tiempo gloria perecedera, a despecho de las procesiones penitenciales. La masa indígena, inconsciente de su gran papel del porvenir, ejercía en la evolución social una influencia más poderosa que los conventos. No en vano las indias espléndidas vivían cerca de los conventos de místicos frayles o de las parroquias, en las quebradas tibias; no en vano corría aún por los canales sagrados de las intihuatanas, la chispeante sora de los incas. Esta cercanía de los indíos, desvía inconcientemente la historia del Cuzco hispánico. La esclavitud, la opresión, las castas, todo el bagaje feudal que traía la colonia, era derrotado palmo a palmo, sin saberlo, por la cercanía de los indios. con el correr de los años, un nuevo elemento nacional iba a ser el que poblara las aldeas cuzqueñas con levadura de porvenir. en efecto. No en vano en las proximidades de los conventos, en las húmedas sacristìas y en las porterías de las casas religiosas, vivían las indias espléndidas y sazonadas. No en vano en las proximidades de la ciudad ex imperial había un ir y venir de la masa indígena bajo el sol multimillonario que fecunda los maizales afrodisiacos en las quebradas de panllevar. La influencia del indio en el Cuzco hispánico se observa antes que en nadie, en los mismos frailes conquistadores de las conciencias.
Desaparecida la primera generación de frailes catequistas, de aquellos que como Tomás de San Martín pe netraron en las sierras, caminando sobre los Andes salpicados de abismos y desvirgando las florestas, dando ejemplo de valor y de hombría digno de admirar; desaparecida esa generación de frales fuertes hechos de la madera de Ignacio de Loyola y de Quijote de la Mancha, las generaciones de frailes posteriores pertenecen ya a una nueva cepa. la cepa nacional.
Precioso tema el de las historias de curas. Los curas nuevos, aquellos que tenían ya algo del sol de los incas en las venas, son la primera muestra de la influencia indígena en el Cuzco hispánico. Descoyuntados de la metrópeli, en estos nuevos curas surgen los primeros gritos nacionales, aún dos siglos antes de que se piense en la independencia de América. Estos frailes que llevaban una vida plácida cargados de sobrinos; que no perdonaban el espeso chocolate de las mañanas preparado por las regordetas manos de la fermosa aya, son asáz pintorescos e interesantes, bajo sus viejas tejas verdosas, para la historia nacional.
Recordemos a aquel don Juan de Espinoza y Medrano llamado el Lunarejo. pico de oro, autor de cuatro libros, el cual estando un día en la cátedra sagrada ante el pueblo que se apretujaba por oirle mejor, vió que impedían a empellones a una vieja india la entrada al templo. Este genial cura dijo ante el silencio emocionado de la multitud estas frases dignas de Vicente de Paul: DEJADLA ENTRAR POR FAVOR, ESA INDIA ES MI MADRE. vemos ya en este gesto a la raza que gruñe sobre los muros de los conventos cuzqueños. Ya vemos a la raza cuyos biceps fuertes se delatan bajo las relucientes sotanas incensadas.
Aquellos curas que se rebelan contra los curas españoles. Aquellos que predicen desde los púlpitos un nuevo evangelio político; aquel canónigo Francisco Carrascón que fué antiespañol desde el fondo de su alma, son ya curas de la revolución mucho tiempo antes de la revolución misma. No fué en la casa de un cura donde estalló la rebelión del inclito Tupac Amaru? veces surgen entre estos nuevos curas peruanos, tipos sentimentales y apasionados. Lo dice la leyenda trágica del Manchaypuito y de tantos otros que dominaban a los hombres simplemente con el badajo de las campanas parroquiales. Son curas que señalan una nueva época. Ellos entendían la religión en forma distinta, instintiva y prosaica. Ya no era el misticismo ni la fé vi.
sionaria de los primeros frailes. Era en ellos el primer grito de la raza india que pululaba hecho carne, por las calles evocadoras del Cuzco ex imperial.
EMILIO ROMERO