Amauta 51 LOS CRIMENES DEL INVIERNO POR FELIX DEL VALLE os digo una cosa, lectores: es preciso que se legisle des.
de abajo, viviendo los sufrimientos de los de abajo, y no desde arriba, cuando, si se han vivido, se han olvidado tales sufrimientos. La existencia no la podemos modír, dosificar, juzgar con nuestro pensamiento si no lo llevamos impregnarse de las peores calamidades. Solo entonces seríamos humanos, es decir, justos. Yo, en conciencia, sinceramente, no me atrevería a condenar a ese hombre del pueblo sevillano, tan noble, tan dócil, tan ignorante y resignado. Condenarlo se me antojaría cometer otro crimen, porque sé lo que son en España, el hambre y el frío, inspiradores, en verdad, de estos actos, que resultan, más que crímenes de los hombres, crímenes del frío y del hambre que aquellos no han creado.
FELIX DEL VALLE.
Madrid, 1927.
Jú bi lo del amigo nuevo amigo luminoso y triste aquí cantan mis palabras rosadas y aquí estoy todo entero este grito de júbilo doblalo entre tus sueñosCuando uno siente y piensa más en los desheredados es en invierno. Las clases acomodadas lo ignoran. El dinero, entre otras cosas, sirve para vivir, sin hacer mal papel, ignorándolo todo. En el Perú, en nuestra Lima, tibia, mórbida, donde todo es débil, desde el carácter hasta las estaciones, ni el obrero puede saber lo que es un rigor universal. Por azares de la fortuna, a mí me ha sido posible vivir dos inviernos en esta corte, sin recursos, abandonado a mí mismo. Ha habido instantes en que mi pensamiento no ha tenido sino dos caminos a elegir: volver a Lima o desaparecer. Para lo primero me ha sobrado cobardía; para lo segundo me ha faltado valor.
Un escritor, un hombre de conciencia y de corazón, no puede, no debe venir a Europa a conocer exclusivamente la superficie social, lo epidérmico y anecdótico. La vida es algo más que superficie y tránsito. El escritor, por insignificantes que resulten sus alcances, no puede ser turista. Tiene que entrar y registrar, observar y estudiar allí donde los otros pasan y no ven. Es fácil escribir, más o menos bellamente, con palabras de joyería y períodos de efecto para halagar a los señoritos del Palais y a las chiquillas de San Pedro. Tal es un público para el escritor que llamaremos de primeras letras. Quienes se quedan allí no tienen derecho para incorporarse, ni siquiera en ca.
lidad de adherentes, a cualquier movimiento que ambiciona los más altos propósitos humanos.
Para sentir estos propósitos, más que las ideas conocidas, más que los faros cardinales que las han expuesto, precisa vivir la miseria. Tonifica el alma a la par que deprime y desalienta el cuerpo. Este, después de todo, es el carbón que se quema. Aquella es la mirada humana más encendida y alerta a medida que nuestra carne sufre y va trocándose en cenizas. Cada día de miseria, en efecto, va consumiendo las energías del cuerpo, pero, a cambio de ello, la llama del espíritu se agranda y fortalece. En la miseria somos más humanos. La justicia se ha organizado casi siempre al margen de lo que debiera ser su verdadero fondo: la miseria. Las leyes sociales son inhumanas y duras. Juzgan, desde los mismos puntos de vista, al criminal de arriba que al de abajo. Cabe algo más inhumano. El crímen no podrá tener nunca justificación, si ustedes quieren, pero sí mayores disculpas en los de abajo que en los de arriba. pienso desde aquí, desde mi cuarto frío y húmedo, desde mi cuarto, solo encendido por mí pensamiento, en el último crímen, cometido en Sevilla. He aquí a un hombre, un artesano sin trabajo, con ocho hijos. Dos habían muerto de hambre y de frío. Quedaban seis candidatos a la muerte en las mismas circunstancias. El hombre, precisado por la tragedia que vivía, entró a robar. Fué descubierto. Tuvo que matar. Ahora está en la cárcel. Interrogado ha dicho, sin cinismo, francamente. Me ha salido mal. Peor de lo que me iba no me podía ir. He matado, es cierto. Pero la sociedad, me ha asesinado a dos criaturas inocentes.
Las palabras son de un hombre honrado, convertido en asesino, empujado al asesinato por fuerzas extrañas a él.
Hay que meditar mucho en ellas. Hay, sobre todo, que ponernos en su caso. Nosotros tenemos mayor elasticidad de pensamiento, mayores recursos mentales para huir del crímen, pero a aquel pobre hombre, agotado por la miseria y por el frío, viendo desaparecer una a una sus criaturas, sin auxilio y sin apoyo, solo con sus músculos inútiles. qué otra solución podía germinarle en el cerebro que no fuese la del robo y, ya, en esta escala, la del crímen? No disculpo; expongo rápidamente el hecho. Ni siquiera trato de comentarlo como merece. Sólo modernios piratas de humo en los aviones de tu orgullo viajando la argolla de los horizontes la alegría se hartaba de ruidos en tus labios y en tus mástiles ébrios marineros salados descargaban recuerdos de sus guitarras.
tu viniste a encender tus faroles en mi ánimo tu quebraste la sombra y diste ala misa remos resecos en mi barco de viento que giraba en la noche sin rumboen ti estoy fardo triste y humoso tirado en tus puertos con rotas amarras llovidas de lluvias mohosas torre violenta en mi vida jaula de retorcidas emocionesaquí estamos los dos juntos turbados mirando al fondo opaco de esta noche sin ojosdesmenuzados alegres aventureros grávidos de paisajes.
desde el trampolín de tu alma rayaremos las tardes de humos huracanados el vitral de tus ojos desdobla mis actitudes algo cantan mis músculos y en los espejos suenan músicas adormecidas oh aquí estamos amigo y nuestro orgullo navega las polvaredas de la lluvia nuestras vidas andan solas por los caminos en los amaneceres rojos juntos agitaremos deseosas banderas de ALEGRIA OSCAR CERRUTO