Amauta 41 EI Sentido del Ridiculo en la Educación POR GUILLERMO MERCADO Hay el peligro del profesionalismo con su carga de preceptos, y puramente preceptos, que va ganando en gordura académica al hondo y sencillo emotivismo educacional. El duro tecnicismo del profesor primario va dejando pasar en balde ricos caudales de sugerencias por empezar en sus acerbos de consumo diario supérfluas y extrañas metodizaciones de enseñanza. Verdaderas plagas emigratorias a la inteligencia del magisterio nacional.
Como si el raciocinio lo conformara todo, lo definiera todo, se han dejado de lado razones y circunstancias hijas del medio; hechos y motivos sicológicos de la raza que, en oscura confusión, modulan sin embargo en mentes de privilegio la voz de la personalidad de que son esencia.
Ellos que son el oro más puro y el grito más salvaje de nuestra nacionalidad, urgen y han urgido siempre de la lámpara del vetador o del afán del artista para alcanzar su expresión final en el teatro del mundo o desfilar en la marcha de los pueblos en la forma de una cultura original y respetable.
Esto deviene del comienzo de la vida social del hombre, mejor y más justamentè, esto deriva de la cuna de toda nacionalidad que es la escuela primaria. En ella, como en la tierra, hay que abonar sabiamente antes de sembrar mecánicamente. La plasticidad infantil impone fuertes ventilaciones y profundos desentrañamientos hereditarios antes de su consiguiente modelado; espera los grados de una tem peratura ad hoc y el comando de leyes subconcientes para la estupenda obra de arte que está llamada a ser. Es la misma función inicial del artista maleabilizando la arcilla hacia la mayor sublimidad de modelarse en la forma más bella.
Es evidente que el maestro, el nuevo maestro, dentro de la actual sensibilidad del mundo, va tornando su aspecto hierático de antiguo institutor por la actitud dinámica de un creador de fuerzas o por el gesto visionario de un descubridor de mundos. Arte y heroísmo son pues el alma de la pedagogía más cercana a la función de educar.
Porque toda conformación del espíritu bajo ciertas normas de educación será cabal si su concepción bordea los lindes de lo perfecto o de lo bello; y será extensa si la voz del descubrimiento halló bases firmes en la tierra del alma. este mundo de cosas, si bien desapercibidas pero interesantes, pertenecen las rápidas experiencias, los análisis y las meditaciones que sobre sus consecuencias me regocija exponeros ahora someramente.
nosotros, el niño dibuja y desdibuja un número infinito de ellas plenas de la risa que es la música de la salud. Cuando ríe o llora siempre hay cantando un canario en su frente. El niño es un regocijo sin tregua que llega a las notas más claras de la armonía, es un motivista sencillo y original; cuántas de sus recreaciones por lo ricamºnte emo tivas podrían envidiar las obras de artistas adocenados.
El niño es bello en sí y por sí mismo porque compendia toda la alegría en lactancia de la naturaleza.
Pero he aquí que de momento, el niño está maniatado por normas falsas de vida social. El hogar despreocupado y la escuela sin amor, le fatalizan ajustándole el espíritu y guillotinándole la alegría por hacer de él un endeble modelo de cortesías rígidas de sociedad. El padre de la casa, en quien también se reflejan los tecnicismos escolares, busca en el alma del hijo escolar el saber rancio de la biblioteca guardada en vez de querer gustar la alegría cultivada y la voluntad virilizada en la forma de frutos que sazonan. El niño rigurosamente vigilado va perdiendo la alegría y hasta la percepción alegre de las cosas del mundo, para reemplazarla por un silencio temeroso, primero aprendido y después habitual hasta para contagiarse de lo que más propiamente le pertenece: sus juegos cotidianos. Ya el niño en su propio hogar simula respeto lo que es puramente miedo, y en la escuela cariño a su maestro lo que es hipocresía. Su desbordante curiosidad por conocer las cosas y hechos exteriores tórnase en convencional interés de aprender una lección; ríe, juega, salta, en las horas que debe hacerlo, ya no en las horas que sentiría hacerlo; en la calle dá la limosna al mendigo orgullosamente por un deber de caridad que él no entiende, y no por la sencilla y humana voluntad de darle; entre sus compañeros quiere y estima a los bien vestidos por los vestidos solos, y desprecia a los pobres porque son andrajosos.
Así el niño a medida que avanza, va olvidando ese claro y bello sentido que tenía de las cosas y de sus semejantes; su actitud espontánea, rotunda frente a la vida, su captación vibrante ante el universo que corresponden a la libre sinceridad. Vése de pronto parado en medio de dos mundos distintos: un mundo interno con fuerzas propias, de an.
helos y propósitos contenidos y el otro externo de convencionálismos impuestos y de heterogéneos mecanismos.
El primero casi perdido en la oscuridad del olvido; atrayente, acomodaticio el segundo, el niño vése absorbido por éste para constituir en él un nuevo factor militante, un ser ya sicológicamente ad hoc, un individuo en el noviciado del ridículo.
Encuéntrase así el nuevo factor hasta que el momento sicológico, fotográficamente ridículo ha de llegar. Cuando el adolescente prematuro pesimista ya del éxito sobre la vida abandona la escuela, constituye un ente enfermizo, sin alegría en la marcha y sin valentía en el pensamiento. Es un abúlico, un ente ridículo. Los intrediatos estudios superiores los realiza perezosa y derrotadamente, hasta que la elección definitiva por el oficio o profesión que debe adoptar viene a desnudar por completo el tipo de nuestro estudio. Todas las profesiones han sido pintadas deslumbradoramente por los padres o tutores, el joven aspirante, hinchado de ilusión pero sin franqueza de actitudes que es la fuerza original de la voluntad, no escogerá aquella que le motive sacrificio pi le grite el propio ser, puesto que las determinantes fuerzas vocativas del espíritu han desaparecido suplantadas por el frío mecanis.
mo de las conveniencias, si no que le convendrá elegir aquella que le proporcione mayor lucro y mejor lustre social, adoptará una falsa resolución, se resolverá mentidamente, ridículamente; porque el camino de su escogimien.
to no es para sus pies sino para la vanidad de su parte a los ojos de los demás. De donde se tiene que todo lo LO RIDICULO El niño es una fuente de energías, un sistema de fuerzas violentas que se desplazan variadamente. Los instintos nunca colman mas satisfactoriamente sus apetitos que en este período de la vida del hombre. Sin referirnos a los enfermos mentales, el niño sano es robusto de goces y de actitudes, rápido en decidirse y radical en determinaciones; contento o malhumorado, triste o juguetón, deja huellas sensibles en el hogar o en la escuela con más que menos perdurable sensación. Dentro de su pequeño mundo es casi un dominador. Los hechos y fenómenos de la naturaleza los recibe desnudos, los recibe con verdadera trascendencia los domina imitándolos. No es extraño ver a un niño construir casitas de madera y producir un terremoto, un incendio, imitaciones que nunca adolecen del más insignificante detalle añadido a la realidad. Imitar, copiar, remedar fielmente he ahí el placer más propio que el niño experimenta colmándose una felicidad. El niño al lado de los hombres serios, graves, es una hechura más compleja de sugerencias; mientras aquellas permanecen con una sola expresión frente a