Anarchism

36 Amauta ENERGADURA DEL ANARQUISTA soy apretón de manos a todo lo que vive poseo plena la vecindad del mundo mi alma lame las paredes de la humanidad como una llama y chamusca el dolor asomado a algún balcón.
el arroyo usa un ritmo asilábico aprendido a mi acento el futuro va enroscado a la inflexión madura de mi voz voy colocando postes en las parcelas del tiempo soy el amundsen de mí mismo nados a hacer fortuna graves señores pulcramente trajeados, dueños de un Buick o de un Hudson. Presentaba Carlos la extraña particularidad de ser generoso, compasivo abnegado. Además con aficiones literarias y artísticas y un poco bohemio, no se preocupaba de conseguir una clientela seria y puntual en sus pagos; lo esperaba una vida pobre, modesta y oscura.
Por estas cualidades y excelencias espirituales, por su sensibilidad y su comprensión del arte, por su fuerte y clara cultura, Elguera quería y estimaba a Oliver. Habían vivido muchas horas de bohemia juntos. Al taller del escultor, Carlos, cuando estudiante, traía sus libros.
Miguel había acompañado mucha veces a su amigo al hospital. las mismas desigualdades y diferencias de sus caracteres los unían más; Elguera era alegre, expansivo, locuaz, más sensual que sentimental, quizás un poco egoísta. Oliver triste, silencioso, huraño, escondía bajo su reserva, un poco altiva, un gran sentimentalismo. frente a la vida estaba desarmado por ese mismo sentimentalismo. Miguel, en quien la sensualidad era mas fuerte que el sentimiento, estaba llamado a dominar, a vencer a triunfar; había en él, a veces algo de un Benvenutto Cellini.
Esa tarde como todas Elguera y Oliver salieron juntos del taller, una vez idos todos. Descendía la noche sobre la ciudad. En el cielo de un azul violeta brillaba ya un lucero. En silencio los dos amigos fueron caminando. De una confitería iluminada a profusión, venían rumores de voces, de risas, de violines que repetían una tonada de moda. Sobre el asfalto reluciente corrían los automóviles, mezclándose sus bocinazos y sus clamores, a la música que resonaba en los cafés y en las confiterías.
Elguera y Oliver, insensiblemente, habían llegado a un paseo situado en las afueras de la ciudad. Amplia, agreste, con majestuosos árboles un poco inclinados, la avenida se encontraba, a esa hora, casi solitaria. Solamente un hombre y una mujer, cerca de una fuentecilla, bajo un ficus inmenso, se miraban sin hablar, las manos enlazadas.
Un estreinecimiento sacudió a los jóvenes; en Oliver fué el corazón que se emocionó. Elguera sintió el anhelo de una efímera comunión carnal, de una embriaguez fisiea ardiente y fugitiva. Que tarde es! dijo el escultor, después de un momento.
Le respondió Oliver. Volvamos. Confiésalo, Carlos. Eres un romántico incorregible, un sentimental candoroso e ingénuo. Miguel, cariñosamente, tomaba el brazo de su amigo para quitarle toda acritud a su ironía. Seguramente que sí. Yo creo que el amor es toda a vida; a lo menos sería toda mi vida.
La voz del jóven médico temblaba un poco y su rosro se to rnó grave. No. Miguel hablaba con energía. El amor no pue.
de ser toda la vida de un hombre. Es un episodio; el arte, las ideas la ciencia, las actividades intelectuales son mas grandes, más nobles que el amor de una mujer. Yo nunca sacrificaría mi arte a una mujer.
Las palabras del escultor vibraron duras, retadoras, audaces.
Lentamente murmuró Carlos. Pues, yo por una mujer amada creo que daría mi vida.
cuantos explorándose se acerquen al infinito comprobarán las dilatadas leguas de mi viaje habrá un cartel en cada incertidumbre hablo, y a mis palabras no les falta ni una probable dimensión marcho, y los caminos quedan habitados para siempre grito, y de las campanas gotean sonidos porque mis iras apuñalean todas las torres donde siembro un odio crece una bandera para los hombres de imposible presente nada de sangre: me corre un viento por las venas mi corazón es una veleta en lo más alto de mi vida MARIA WIESSE Aiborto HIDALGO