Subversive

32 Amauta Un caballo de gran alzada que parecía el barba de la cuadrúpeda tropa, le salió al encuentro al burro y le interrogó. No es un caballo. verdad. Es una cosa más despreciable todavía. respondió et asno desdeñosamente ¡Qué manera de apestar! Me ha dejado sin resuello. Un gallinazo es más tolerable. tú sabes lo que hicde ese animal asqueroso. Como que es el depósito donde vamos a parar todos nosotros. Pero qué ha venido a hacer esta bestia aquí. Yo creo que ha dado un mal salto y se ha reventado el vientre. Infeliz! murmuró un buey, berrendo en negro y cari blanco, interviniendo en la conversación y lamiendose, con cierta delectación, la flema del hocico. Es de lamentarlo porque es un buen amigo nuestro. Ustedes no saben lo que estos animales hacen por nosotros, especialmente por la familia caballar que es la que más padece los maltratos de los hombres. Qué hay, qué hay. preguntó un mulo cojitranco, interesado al parecer con la noticia ¿Qué es lo que sabe hacer ese espantapájaros por nosotros, que hasta hoy no lo he visto todavía. Tú siempre renegón taimado. replicó el bueySiempre jactándote de que lo más pesado y rudo es para ti. Si fueras buey por un día. Ya. exclamó el mulo con sorna Tienes razón.
No es poca cosa perder uno lo mejor que tiene. Qué hablas tú de eso, bastardo del demonio? Preferible es perder eso que tù dices, que no es culpa de uno sino de la perversidad del hombre, a nacer sin parecerse a sus padres. Tómate ésa. rezongó por ahí el cerdo, mientras disputaba a los perros unos intestinos. Venir con soberbitas para que, a lo mejor, nos saquen a relucir nuestro origen cochino. Cochino tú. bufó el mulo, volviendo las ancas y tirándole una coz al puerco, quien la evitó con una agilidad impropia a su gordura. Paz. ipaz. ipaz! moduló, conciliador, un pato de plumaje negro y brillante como un cofre chino laqueado.
No hemos venido aquí a disputar ni reñir. Dejemos eso para los hombres, que nunca pueden estar mucho tiempo juntos sin decirse groserías y golpearse. Cállate, petulante. gruñò un perro sarnoso, irritado porque sus compañeros no le habían dejado nada que roer. Qué sabes tú de los hombres? De nada sabes nada.
Ni de nadar, ni de volar, ni de andar, ni de comer. Tu no eres más que una regadera con patas.
Todos los animales patearon la ocurrencia y con más furia las cabras, quienes mudas, discretas y modestas hasta entonces, se desataron en cabrioleos y estornudos, esquivando a la vez los asedios de un macho cabrío, hediente y barbudo, que, indiferente a la disputa, las perseguía, olisqueándolas y tartamudeando.
Pero el buey, que a pesar de la embestida maligna del macho, lo que le interesaba era desvanecer cualquier concepto erróneo de sus camaradas sobre aquella cosa que estaba ahí delante, y conservar también su prestigio de cornudo experimentado y entendido en los artefactos del hombre, volvió a tomar la palabra diciendo. Oye, Leal, tu inmemorial servidumbre al hombre, y a la cual tú tan ingenuamente llamas amistad, no te autoliza para faltarme el respeto que merezco y agraviar a mis camaradas por menos patas que tú que tengan. Tú bien sabes que todos los que estamos aquí hemos aceptado al fin el ser manejados y comidos porque éste nos ha convencido de que es más malo y bruto que nosotros; pero al someternos no hemos transigido con su maldad, no menos traicionado a nuestra especie. Está bien que él nos monte, nos cargue y nos coma, ya que no lo podemos evitar; pero que nosotros por conservar la vida y por roer un hueso hagamos lo que ustedes los perros, en olerle los pies y lamerle las manos, eso nunca, nunca! No tienes, pues, derecho a lanzarle a nadie tus ladridos Sigue tú envanecido de que en las historietas y cuentos te pinten como amigo del hombre. No nos importa. Yo me río de esas paparruchas. Amigos nosotros, que somos iguales. Pero tú, que en cualquier momento recibes un pun.
tapié de tu amigo y te quedas tan fresco. Por eso, ante este horrible cuadro hay que lamentarse. Tú, precisamente por perro, no puedes comprender todos los alcances de este accidente desgraciado. Se trata de un amigo del mejor de nuestros amigos. esto hay que decirlo, delante de todos ustedes y muy alto. Yo sí, yo sí lo comprendo. relinchó un caballo de gran alzada, que acababa de llegar y oír las últimas palabras del buey. Un automóvil menos es un caballo más. Ah, si cada hombre tuviese una cosa de éstas. Para qué mas caballos que montar. Magnífico! exclamó el mulo. Qué burro soy!
Cómo no se me había ocurrido semejante cosa. Qué mulo, dirás. protestó el burro. Dá lo mismo. añadió el puerco. Burro es el hijo de burro, aunque su madre sea.
Pero esta vez el puerco si fué alcanzado. Una violenta coz del macho lo hizo rodar por tierra, dejándole en suspenso la frase intencionada. La familia caballar protestó bulliciosamente. El barba de la tropa se le echó encima al inulo a mordiscos y patadas y éste, por no ser menos, le respondió en igual forma, produciéndose tal estrépito y confusión que las aves del bosque se espantaron, mientras los burros a prudente distancia, rasgaban socarronamente sus entrecortados acordes, haciendo de contrabajos en esa endiablada sinfonía zooiógica. iPaz. paz. paz. volvió a graznar el pato negro, aleteando furiosamente. Van ustedes a concluír matándose y a eso no hemos venido aquí, sino a ver como mueren los que nos matan. Sí, compañeros; paz o me retiro sin decirles todo lo que creo necesario exponerles esta noche. mugió el buey, visiblemente malhumorado. Qué hable. clarineó en tono subversivo el caballo que había causado el alboroto, sacudiéndose los hijares con la cola y volviendo a entrar en el círculo que rodeaba al automóvil Ya no volveré a hacer caso de ese hijo de mala madre. Belicosos se han vuelto ustedes murmuró una de las vacas, las cuales hasta entonces se habían limitado a rumiar y lamerle el ombligo a sus crías Cuando recién llegaron ustedes al potrero no estaban así Había que verlos. Tú, al menos, eras una alforja vieja y a cía. De dónde has sacado tanta susceptibilidad y brío. De la algarroba, de la algarroba, señora mía. contestó un burro medio balandron. Usted ya sabe cuales son las virtudes de la algarroba. Uno es según lo que se come, y según lo que se come es lo que produce. esto no es una burrada, como podría usted creerlo. si no, allí está usted: buen pasto, buena leche. Así les he oído decir a los hombres. por algo lo dirán. a la algarroba le debemos también nuestros mejores hijos. añadió un asno joven, echándole miradas estrábicas a una burra de buenos cuartos, la cual a cada insinuación de aquel soltábale una coz, estirando el cuello y castañueleando las orejas coquetonamente. parece que los hombres lo han entendido también así, pues yo tuve un patrón que sólo desayunaba con yupisingua y el cual decía a los que le observaban maliciosamente el desayuno. Hay que ayudarse, mi querido amigo, hay que ayudarse. Basta. Basta! No siga usted, joven, con esas conversaciones, impropias de la seriedad de este acto. Déjelas usted para cuando esté usted entre los suyos. Muy bien dicho. asintió el puerco, a quien le había pasado ya el dolor de la patada mular. Esas cosas para burros, pero no para animales bien criados como nosotros. Vuelves a tus marranadas observó el buey? Mira que animal bien criado tú. Cállate definitivamente,