30 Amauta EL FIN DE UN REDENTOR POR ENRIQUE LOPEZ ALBUJAR Pocas noches como aquella noche lunar. Su nítida opalescencia hacía resaltar la sombra de los algarrobos, en torno de los cuales los chilcos se apretujaban como manada de carneros en torno de su pastor. Las chozas, a la vera del camino, silenciosas y amodorradas, no daban más indicio de vida que los ladridos de algún perro malhumorado o las guiñadas de algún candil agonizante.
Aquí y allá los maizales agitaban sus pompones floridos, y por entre sus filas, espaciadas y simétricas, los algodoneros, escarchados por el ampo de sus bellotas reventonas, se extendían hasta perderse en el horizonte como serenos lagos de sombra.
El ambiente convidaba una aventura dieciochesca, Prestábase para una cita de amor como para una emboscada de odio; para el parrandeo bullicioso, como para la meditación melancólica. Tal vez si por eso los siete mozos que aquella noche tornaban de una excursión la bahía de Bayóvar, excitados por el romanticismo del paisaje y la sensación de la velocidad automovilística, unos tumbados sobre los mullidos asientos del studebakery otros de pié, saludaban; botella en mano entre grandes risotadas, los transeuntes que iban encontrando en el camino.
El chofer, que era el mismo dueño del automóvil, contagiado también por la alegría, lanzaba de cuando en cuando un hurra y se volvía para decirles alguna cuchufleta, que todos celebraban bulliciosamente. Cincuenta kilómetros. ordenaba uno por ahí. Sesenta! agregaba otro. Cien y déjame bajar primero, cholito exclamó un, tercero, hipando y haciéndose sobre la boca la señal de la cruz con un vaso de whisky. el studebaker rodaba, rodaba con empuje mastodóntico, bebiéndose a grandes tragantadas la cinta de luz que él mismo se iba tendiendo por delante, y dejando de trás, entre una ancha y espesa cola de polvo, las maldiciones de los jinetes asustados. Unas veces, contenido en su carrera por las ondulaciones del terreno, los baches y los troncos flor de tierra, o las cuestas arenosas, parecía encabritarse y tascar impaciente el freno que lo sujetaba. Otras, libre de obstáculos y tentado por la dureza de la pista, entregábase audaz al riesgo de los sesenta kilómetros por hora, ese suave deliquio de la carrera rauda y fascinante. en estas alternativas de la marcha, que hacía estremecer al auto y zarandear y reír a los viajeros nervioSamente, que lo llevaba y lo traía entre la transición dedos velocidades, como la burbuja de un nivel en balance, el chófer, pegado la rosca del volante, iba indicando, con cierta suficiencia, los puntos del camino: San Clemente. Cruz Tume. Vamos entrar ya en el callejón de Miraflores.
Todos lanzaron una exclamación de alegría. Muñuela estaba cerca. Allí pensaba el grupo hacer un gran alto, como decía militarmente el director de la banda, y llegar cierta casa, echar abajo las puertas, si era necesario, y uanear un poco con las chicas, que eran cariño sas y entradoras como diablos. Yo. dijo el que iba al lado del chófer vuelvo con hambre de bailar. Con hambre o con sed. preguntó uno. No me corrijas, que yo se lo que digo: con hambre. Bailar es lo mismo que comer. Cuando uno está con una muchacha entre los brazos, bien ceñidita, cara con cara y haciendola girar, qué cosa hace sino comérsela, comérsela con los ojos, y la boca, y las manos, y. Basta, hombre, basta! Comprendido y aprobadoasintió el de adelante. Conste entonces que en materia de léxico estoy la misma altura que en materia de whisky, que no es poco decir. Ya. en lexicomanía, lexicografía, y lexicowhisky. Oye exclamó uno de los de atrás, que había estado dormitando, a pesar de los zarandeos del auto. y en materia de burrología ¿como andas. Ahí voy contigo. Es cuestión de puntos de vista, que diría Einstein. Por ejemplo: si tú te subes una torre y me ves desde allí, claro es que me ves menos burro que tú; pero si bajas y te pones junto a mí, tù resultas más borrico que yó.
Una carcajada formidable cayó como un chubasco sobre el aludido, celebrando la chusca chirigota, y el vaso de licor comenzó circular. Bebe, hombre, bebe añadió el de la chirigota, dirigiéndose al mozo de la comparación. que esta es mi sangre, porque la tuya no la hemos visto venir hasta ahora. Te equivocas. Yo soy el que ha costeadó la gasolina. Bueno; esa es para que el auto beba, pero la que has debido obsequiar para beber nosotros, esa se te quedó en la tienda. cuidado que, si mucho me apuras, te descubro que la gasolina ha sido capoteada del garage de tu hermano. Capoteada! Mi plata que me cuesta. No es Verdad, Ricardo. Hombre, ni aunque pusieras por testigo Santo Tomás, porque tú en lo de no dar eres como Tunney: ni quien te quite el cinturón. Señores! gritó uno de los asientos del medio, al parecer el más prudente y el menos bebido. atención, que ya estamos en Miraflores. Pero qué suerte la tuya, Montenegro. No has de abrir la boca sin hacer verso. Ya me explico por qué tienes la Juanita como una ñoña romántica. Desde que le dijiste en un poema vanguardista que su boca era un binomio de treintidós incógnitas perladas, por ningún alge.
brista despejadas, no sabe ya más que entornar los ojos y lenguetearse los labios.
Las risotadas no le permitieron contestar de pronto al aludido. Pero en el momento que se abría de brazos, reclamando silencio y se echaba atrás, con afectada imde los espirales incendios con melena de chispas, de las nubes, de los aeroplanos, de las trayectorias de los automóviles en las plazas desiertas, de los carriles cintilantes y de las constelaciones.
La belleza de los avisos luminosos tiene por elementos: 10 la originalidad sorprendente.
20 la sintesis fascinante.
30 la alegría infantil.
40 la ilusoria joyería efímera.
50 la velocidad de la luz que corre dibujando el borde de la palabra o el diseño de la cosa por glorificar.
60 las pausas de tiniebla que interrumpen y avivan la luz creando una mùsica.
70 la respiración coloreada y palpitante de las letras y de los números que refuerza y avalora el lenguaje humano.
80 la clara inconfundible elocuencia a distancia de los hombres futuros. MARINETTI.