Amauta 27 como la había visto al principio sino de alas temblorosas, dilatadas. Sensible a lo que había en él de certidumbre, ella saboreaba también su timidez, el rubor más pronto que el suyo. Tal como una mujer de Londres o dé Estokolmo, al llegar a Italia se maravilla del tinte moreno y de la agilidad cálida del pasante que se acerca a ella como delegado por los palacios de mármol, las iglesias color naranja y los horizontes de zafir sobre los cuales se perfila: así Dorothy, la mujer del duro Middle West, resumía en el encuentro de este hombre las miltiples nove dades de un viaje soñado desde los años de la escuela superior. Qué importaba que en este momento en Duluth, con un agosto tórrido parecido a la boca de un alto horno, se errase sobre un asfalto ablandado por el calor y se buscase en vano el abrigo de verduras polvorientas. Aqui, en esta sorprendente península de San Francisco, el aire, es decir, la brisa de Pacífico, es igual en temperatura de un extremo a otro del año, acaso más fresca en verano. La mujer, pues, con el anacronismo de este frescor que a ella la obligaba a ponerse su gabardina y colgaba sobre los hombros de los paseantes el eterno sobretodo sanfranciscano, con la novedad del océano (a pesar de que la había decepcionado un poco: sin darse cuenta, ella habria querido ver en el horizonte las costas del Japón) se complacía de la manera de este hombre: algo de más fino, de más ligero que la de los hombres de Minnesota, la mirada mas decidida alrededor suyo, una agilidad que irritaba su deseo. Yo suponía al Pacífico más verde. Con olas más altas.
Se diría el Lago Superior, visto de Beaver Town. Deveras. Tiene olas tan fuertes el lago. Claro. Tenemos verdaderas tempestades y naufragios con gruesas cifras de vidas perdidas. No solamente colisiones e incendios. Oh, se respira aquí el mismo viento, se diria. No debe haber el mismo olor allá. Aquí la brisa huele a esponja. esponja? dijo ella asombrada.
No conocía sino las esponjas de caucho y se acordó de diversos objetos de toilette íntima; después, de un neumático roto durante una expedición con una a miga a Ashlana. Viajaban sin recambio las imprudentes. Se habían ensuciado inútilmente las manos hasta que pasó un auto.
Solicitos jóvenes trabajaron con esa conmovedora devoción sin recompensa que caracteriza ahí la actividad del hombre: las dos mujeres miraban de lo alto de una rambla, sentadas sobre las americanas de sus esclavos. Ella se vió en seguida, en un bosque cercano: los labios carnudos y vivientes del tercer gentleman, el que no bombeaba.
Dorothy palideció: el ronquido del león marino, que había resonado silenciosamente en Ralph, se hacía esculchar en ella, sin imágenes particularmente marinas.
Las alturas de Sutro tienen por ornamento un jardin público creado por una de esas fortunas que asimen en Estados Unidos los roles del Estado. El Dodge de Ralph depositó a los jóvenes en una magnífica avenida de palmeras. Dorothy no había conocido jamás este árbol sino en los conservatorios y en el cinema. Detrás de las palmeras tropicales completamente abiertas, creía ver mares poblados por bandidos y piratas, templos misteriosos y esos héroes simpáticos que van a descubrir en islas preñadas de peligros, las pruebas de la inocencia de su madre o de la pureza de su novia, sólidamente recompensados por innumerables dóllares. El hombre que marchaba a su lado estaba como en su casa: a cada nueva mirada, la joven lo agregaba a sí mismo, creando una especie de multitud de imdgenes movientes cuya caricia desean vagamente todas las Dorothy de América. En verdad, la espalda fuerte bajo el delgado sobretodo tenía gestos de METTEUR EN SCENP. De otro lado, cacaso, porque la desconocida sonreía recuentemente le pareció a Ralph, al cual se le había antojado al principio un poco vieja, bastante rejuvenecida cuando pasaron el enorme portal?
En seguida, después de que Dorothy hubo admirado la piscina, sus vasta pozas de agua fría y caliente, anbos se arrojaron en el tumulto de las diversiones amontonadas entre el parque y Sntro: se hicieron sacudir, chocar retornar, precipitar, soplar en la cara; cayeron en los abismos y se deslizaron sobre las cimas de las montañas rusas; se llenaron de confites y de helados. Ralpht. por decencia, rehusó los perros calientes. esas populares salchichas con mostaza servidas calientes en un pan abierto.
El automóvil rodaba ahora a lo largo del Océano por la Esplanada. La mujer embriagada respiraba el cielo, Ralph se ofreció a acompañarla a visitar el palacio de la Puerta de Oro, largo puente de verdura que el corazón de San Francisco tiende al Pacifico.
Entre los tamarindos secos enraizados en la arena, consumidos y cepillados por el soplo perpetuo de la mar aparecieron unos mástiles tras las rejas. El navío de la expedición de Admudsen. Atrevido viaje. Naufragado aquí? preguntó Dorothy. No. Comprado muy caro. donado a la ciudad. Oh espléndido! dijo ella, conmovida a la vez por uno y otro excitante: el peligro y el dinero.
Los dos dejaron atris rápidamente el caparazón de.
navio heroico, alfileteado como un coleóptero por las lan!
zas de las rejas. La viajera quería ver cerca cstos cu.
riosos molinos traídos de Europa, cuyas alas giraban al soplo del Pacífico.
Encima de las dunas y de los pinos, la gruesa torre terminaba redondeada en domo: una de esas abominables ideas pue conciben las imaginaciones inexpertas, pasó por el espíritu del hombre que se ruborizó mucho.
Se diría dos aeroplanos en cruz, dijo la mujer señalando las alas. Polaco. Holandés, rectificó él, feliz de escapar a la obsesión por un detalle preciso de otro orden. Polonia es acaso, una provincia de Holanda. no es cierto. Sin duda, dijo él, sacudiendo el canasto de sus recuerdos geográficos. menos que no sea lo contrario, Holanla una provincia de Polonia.
Como dos sábios que discuten un raro fenómeno y no sin orgullo ven manifestarse en la discusión sus profundos conocimientos, así con cierto sentimiento de eruditos, evocaban los dos jóvenes americanos, la pequeña Europa lejana que había regido antes el globo: demasiado honrada ahora de que se ocupasen de ella en San Francisco.
Los hermosos paisajes del parque se aglomeraban en.
tre tanto en el parabrisa que, no pudiendo contenerlos, los volcaba como un cuerno de abundancia de cada lado. El auto se deslizaba sobre ese maravilloso concreto cuyo lujo esparcen las rutas americanas a profusión sobre millares de millas: y surgian masas de follajes, se abrian valles salvajes, huian lagos inaccesibles. Sobre praderías apenas cercadas, rebaños de bisontes y de elks, antiguos poseedores del suelo americano, husmeaban un suelo que parecía todavía virgen del paso de los conqnistadores. Mien.
tras el jardinero francés se conduce como un déspota con el suelo y los árboles y mientras sutiles arreglos subsisten en el parque inglés, lo que necesita el americano, a algulnos cientos de pasos de sus rasca cielos, son trozos de naturaleza conservados salvajes, con su verdadera roca y su verdura intactu, fragmentos puros del continente. Condimentos talvez de la civilización? En todo caso, belleză singular de las ciudades americanas.
El Museum. Macizas columnas egipcias bajo las pirúmides del techo uplastante. El jardin japonés: es cómico ver las pagodas como sobre cajas de té. Más divertido es todavía subir sobre el puente en semicirculo. No son los monumentos grandes objetos destinados, como las atracciones de las exposiciones, a haceros mover de manera extraña, a haceros girar la nucu, pura sorprender su secreto? Si penetrúis, hay que voltear a derecha, a izquierda, otrrpar sobre grudas. He ahí la Arquitectura.