France

Amauta 25 De Crimen en San Francisco POR LUO DURTAIN (1) Tenga Ud. joven. Maravilloso! Observe Ud. los bigotes de los monstruos: se puede contar los pelos.
Ralph se sobresaltó como cogido en falta por uno de sus jefes en el Banco. Desde hacía algunos minutos se encontraba paralizado por un sueño vacío y singular: cantivas las miradas en el horizonte lanoso del Pacífico como las patas de un insecto en el vellón. Así, no había prestado atención a la vaga forma femenina que, a su izquierda, acababa de inclinarse sobre una especie de larga vista: el TELESCOPE PUBLIC, CENTS, que orna la terraza de Cliff House. Ralph no se había servido nunca de este aparato, aunque desde hacía años hubiese mirado cien veces desde la costa esas rocas pobladas de leones marinos que son, para sus visitantes, una de las curiosidades de San Francisco. El hombre del telescopio se volvía en ese momento hacia él con un no sé qué de severo, de policial, tan frecuente en los Estados Unidos en cualquier comercio: pareciendo medir las facultades pecuniarias del cliente y de instante en instante, pedirle cuenta del tiempo que empleaba en revelarlas. No es un insulto respirar cerca de una mercadería sin quererla y un deshonor no poder sacar la plata del bolsillo? Obedeciendo a una de las leyes no escritas de su país, Ralph se inclinó a su turno, sin mirar a la desconocida, sobre el binóculo que estu acababa de dejar libre.
Al principio, nada: oscuridad. El novicio había puesto mal el ojo. Después una claridad al final del tubo: espacio luminoso e indistinto. Ralph no había tenido tiempo de descubrir que había apuntado al cielo cuando, caida vertiginosa, un movimiento brusco del larga vista, lo condujo a una superficie minuciosamente plisada, cintilante y movible: el Océano. Maniobre lentamente, dijo la voz del hombre del telescopio, tan imperiosa como los conducid lentamente que se leen a la entrada de los parques.
Otra voz, mas dulce. Allá. Alce un poco. Eso es.
El joven tuvo la impresión de chocar con la roca blanca irregular, leche cortada, ennegrecida abajo por las olas: a tal punto la proximidad le pareció asombrosa. Las gruesas masas rugosas, desfilaban al alcance y aún al contacto de su mano. Ralph comenzaba apenas a controlar sus nuevos poderes, cuando surgió lo que buscaba: un monstruo. tan inmediato, tan viviente que parecía nacer de él mismo, de Ralph Sexton, hombre sin embargo y además, ciudadano americano.
Un cuerpo de superficies onduladas, enorme, gordo y resbaloso, tan informe que semejaba, más una víscera que un animal, casi obsceno, a tal punto aparecía turgente, repleto de materia, dormitaba pesadamente abandonado sobre la roca. su lado otro león marino, completamente igual, con su pelaje híspido, todavía mojado, rampabá sobre sus muñones con una grotesca agilidad.
El animal se detuvo, volvió la cabeza, parpadearon sus ojos y el observador tuvo la impresión de ser espiado a su vez, a pesar del. octavo de milla que lo separaba del islote. El cuello singularmente grueso y flexible, tendia con una extraña rigidez un craneo chato, sin pensamiento, cuya línea fugaba hasta la punta de in hocico guarnecido de bigotes amarillos. Se podía, en efecto, contar los pelos.
Esto era una certidumbre.
Talvez Ralph se hubiera dedicado a esta aritmética, si el marroquín negro de la boca no se hubiera abierto, bajando una corta mandíbula y levantando un ángulo agudo, marcado de palpitantes virgulas por las narices.
La imagen de un ronquido brutal fué tan visible que el joven no solo creyó escucharlo a través de los cristales, vecino, inmediato, sino que se sintió participar en él. Cómo, porqué prodigio, un hombre eficaz, cerebro y poder (tai era la noción de sí mismo en la cual Ralph creía con mas complacencia) puede por algo de este mundo sulponerse presente en un animal. Qué parte de su ser podía expresar este bramido. Absurdo!
El león marino cerró la boca. Brillando bajo el craneo liso, sus ojitos miraron al fondo del alma del joven con tal fijeza que este sintió que se ruborizaba. Este es Presidente Wilsson, dijo con énfasis el vendedor de proximidad. Lincoln y Mac Kinley estaban ahı hace poco. Mac es el mas grande, pesa mas de mil libras.
Estos animales emigran a las islas Farallone, particularmente. el hombre bajó la voz) en la época del celo. Hace veinte años, se veía hasta trescientos juntos. Disminuyen de número. Tienen miedo de los vapores. La caza está extrictamente prohibida.
Bruscamente cambió de tono: otros curiosos se acercaban. Telescopio que aumenta cincuenta veces! Los leones marinos a una yarda. La curiosidad más grande del Pacífico!
Ralph retiró su mano del cilindro duro y derecho que le salía de la cara. Ignoraba que, en ciertas estampås japonesas, el artista ha pintado sexos monstruosos sobre la frente de los amantes: sin embargo, fué con el sentimiento de volver a la decencia como recibió nuevamente en el rostro, con el perpetuo soplo frío del Pacífico, la visión de la inmensidad, cielo y mar. Los tres peñones de focas, que habían retrocedido de un sulto a quinientos metros de distancia, no mostraban sino como detalles casi imperceptibles, del tamaño de huevos de hor.
migas, los cuerpos de los animales. Entre tanto, mas allá, tres o cuatro grandes navios, de la China o de Australia, abatiendo sus humaredas hacia tierra, se dirigían a la estrecha entrada de la bahía sanfranciscana: la Puerta de Oro, umbral de la América.
Como desconfiando de las sugestiones del espacio Ralph se sintió feliz de en contrar otra vez a su izquier.
da un paisaje mas familiar (igual que cuando uno toca con la mano su pipa y su corta plumas en el bolsillo. En la perspectiva de la ribera, hasta donde se perdía la vista, el boulevard del Océano: separado por una playa de arena y una zona de espuma de esas olas mucizas, de tres millas de largo, que arriban del horizonte. Detrás del boulevard, la extremidad del continente americano: siluetus de usinas, bloques de villas, verdurus del Park, dominadas por las alas de los molinos holandeses, andamios de Scenic Railways, techos, kioscos, reclames. El lugar de diversiones populares, donde tantas veces como hoy había venido el sábado en la tarde. Todo un paisa(1) Luc Durtain no es, seguramente, tan conocido ni estimado como Paul Morand por la gente de letras «le Hispano América. Señal de que los descubrimientos de la gente de letras no se anticipan demasiado a los del público. Luc Durtain, poeta y novelista notable, no ha industrializado su ingenio. Desde Douze Cent Mille. La Source Rouge y Ma Kimbell su presencia en la literatura francesa, se ha hecho, sin embargo, demasiado evidente. René Lalou escribe, a propósito del último libro, Quarantieme Etage. que cada libro de Luc Durtain quiere ser a la vez una obra de arte y una conquista del mundo Las páginas que traducimos para los lectores de AMAUTA forman parte, precisainente, de este libro, magnífica conquista de Estados Unidos, lograda en tres novelas. De su excursión por el alma, el puieblo y la naturaleza de Yanquilandia, Luc Durtain regresó a Francia con estas tres novelas y varios hermosos poemas norte americanos. De su viaje a Rusia, con George Duhamel, hay derecho para esperar análogas captaciones. En la maleta de Luc Durtain, que no es un profesional del arte cosmopolita, viaja siempre una nueva conquista del mundo