MarxSocialism

16 Amauta LA CASA DE CARTON POR MARTIN ADAN ¿Cuáles eran nuestras ideas? La verdad, no las teníamos. Creíamos vagamente en vaguedades vaguísimas. Ramón lo dudaba todo. Yo soñaba a gritos con la monarquía. Un rey loco y santo, un Felipe Segundo que me hiciera su primer ministro. Enviaría yo a Ramón de embajador extraordinario a Pequín, y edificaría un castillo de azulejos en la cima del San Cristóbal. Daría yo de comer a todos, y al que se quejara lo haría mi privado. Ramón creía que alimentar imbéciles era una imbecibilidad, pero esto lo creía de mala gana. Lucho Mos era terriblemente socialista; llevaba una caricatura verduzca de Marx y una lista de ajusticiables en la cartera; no oía misa los domingos y fiestas de guardar, aunque comulgaba en la củaresma. Manuel era el absurdo mentor de estos muchachos absurdos: a cita insigne de uno de nosotros, repetía puntualmente la réplica famosa de Fulano en tal capítulo de tal libro, en letra cursiva. Manuel creía todo lo que decía en el momento mismo de decirlo, y era, por lo tanto, el más seguro en sus palabras, agenas pero magníficas.
nosotros teníamos, apesar de Belda y Azorín, una imagen pintoresca de la literatura universal. Así, nosotros supimos la vida, eterna como la de Dios Padre, de ese pobre Stephen Dédalus, un cuatro ojos muy interesante, nacido en Dublin y que mojaba la cama. Así supimos la trastada que seis personajes jugaron a un buen director de teatro, de cómo le tent de escribir y de cómo acabaron no existiendo. Así supimos de un mozo que pretendía ser discípulo del Diablo, como si éste quisiera desprestigiarse en la enseñanza. nombres raros que eran hombres Shaw, Pirandello, Joyce le bailaban a Raúl en la lengua como títeres embrujados por una bruja analfabeta. Conocernos a nosotros. Stephen Dédalus. 10 era el de Joyce: era sin duda un muchacho ambicioso que soñaba con desposar una yanqui rica; un muchacho muy inteligente y muy seguro de su conducta, tanto, que engañó a un convento de jesuitas. En cuanto al Hijo de Pirandello, opinó Mera que era inmoral por parte del padre un cornudo cínico imponer a un hijo de quien nada malo se decía, una madre putativa. Ramón se mordia el labio. El Discípulo del Diablo era un mozo vicioso y testarudo, seguramente lampiño. Teníamos un concepto behaviorista de la humanidad. Joyce. Un idiota. Pi randello. Otro idiota. Shaw. Un tercer idiota, más idiota que los dos anteriores, con su conceto histórico de la literatura, sus chistes fallidos y su manía de llevar la contraria; y sobre todo esto, casto, viejo y vegetariano; y sobre todo, irlandés, es decir, inglés, apesar del Papa y del home rule. La tía de Ramón se bañaba largo. Con una mano gruesa mojaba el gorro de trapo, y con la otra domaba las olas. veces una zapatilla asomaba a trecho corto de su busto insumergible: era su pie mataperro. Era una vieja que temía las piedras, gorda, humedona, buena veraneante; venía con el primer calor y se iba con el último. Alquilaba un ranchito temblón, con una ventana grande y un transparente inmenso. Un gato que parecía una negrita, y una negrita que parecía un juguete; la Parroquia detrás, y un fonógrafo de lata y palo. El patiecito era un cesto de papeles amarillos: la tía de Ramón no leía nunca los diarios. Ella escuchaba la retreta desde su comedor en una bata de motas. Una buena vieja. Gorda Volverá en diciembre. Ramón, en cambio, no volverán nunca. Nosotros leíamos a los españoles, a nadie más que a los españoles. Sólo Raúl hojeaba libros franceses, ingleses, italianos, en traducciones de un tal Sánchez o de un tal Gonzáles de Mesa, o de un tal Zapata y Zapater. Así. 1) Estas páginas pertenecen a un libro de Martin Adán. prosador y poeta peruano. que se titula también La Casa de Cartón.
Martin Adán es un debutante que desde su ingreso en nuestra asamblea literaria se sienta con desenfado entre los primeros. No tenemos ningún empeño en revelarlo, porque es de los que se revelan solos.
Su presentación no necesita padrinos. Aunque acaba de llegar, Martín Adán tiene ya el aire desenvuelto de un antiguo camarada. No diremos siquiera a qué generación pertenece, para que nadie afirme que le abrimos un crédito excesivo e imprudente a la nueva generación Su ficha bio bibliográfica está todavía en blanco. Pero La Casa de Cartón es un documento autobiográfico: memorias novelescas de la adolescencia estudiosa y aplicada, aunque un poco impertinente, de un colegial que, a pesar suyo, ganó siempre en sus exámenes las más altas notas. Si todo debut es un examen, Martín Adán tiene asegurado otro 20. Su nombre, según él, reconcilia el Génesis con la teoría darwiniana. Le hemos objetado, privadamente, que Martín se llaman los monos solo en Lima y el Barranco y que Adán es un patronímico inverosimil. Mas si Martín Adán se llama así realinente, no cabe duda que se trata de un humorista y hereje de nacimiento. Lo sacamos al público en flagrante heregía. La primera consecuencia de este debut será, acaso, una expulsión de la Lo deploraríamos mucho, porque Martín Adán, además de ser una persona muy bien educada, como los demócratas equívocos de Don Nicolás de Piérola, cuando no se sienten tales, se marchan solos.
Nosotros, excepto Raúl, nos ateníamos a la olla podrida literaria española y americana. Hay en ella como en ninguna otra cosas de gusto y provecho. Por esto es manjar, como en la insula Barataria, de canónigos y ri.
cachones. Allá Wilde para los curiosos que pecan por aburrimiento. Vengan los confidentes asexuales de Don Jacinto Benavente, con barba en punta, vientres parabólicos y pantalones de fantasía; sus hadas, que saben las costumbres de la buena sociedad; sus adúlteras, por mandato del confesor; sus vidas perfectamente humanas e inutiles; sus morales centrípetas; sus conversaciones cursis, todo lo de Benavente. venga también la literatura de Fernán Caballero, literatura credulona y bienaventurada, con licencia eclesiástica. la de la Pardo Bazán, que huele a ropero de vieja, con vagos efluvios de tomillo, llena de pecados que no llegan a cometerse ipiadosa intención la de la escritora. la acatarrada y bravia de Pereda, con sus muchachas severas, ceñudas, sombrías, que se dan al prójimo por amor de Dios. la de Pérez Galdós, práctica y peligrosa, con tìsicos y locos y criminales y apestados, pero que el lector ve de lejos, sin peligro. la de Maetzu, tabla de logaritmos que huele a agua de Colonia y en la que cabe todo, como en un saco de mano de Manchester, todo condensado por supuesto, llena de guarismos, digna como una soltera inglesa. la de Camba, diálogo de ferrocarril con un joven sin familia, sin empleo y sin filosofías, literatura calaverona, ingeniosa que tira a charla de fraile y se queda en falsa confidencia de periodista. la del Padre Coloma, llena de ángeles prudentes y escamados que no abandonan un inomento la citara, y de cortesanas de buena índole, y de consejos a los aristócratas católicos. las digestiones de Baroja, y los maitines de Azorín, y las vísperas de Valle Inclán, y las noches de Zamacois. Todo, todo, así, como venga, como caiga, pero sin inhumanidades; leernos a nosotros mismos, imaginarnos a nosotros mismos, enfurecernos contra nosotros mismos, despreciarnos a nosotros mismos, admirarnos a nosotros mismos.