4 Amauta La Escuela Nueva en Nuestra América Carta de Gabriela Mistral Julio Barcos Me ha llegado su libro en momento de intensa pesadumbre. 1) La Asociación de Profesores de Chile, la única agrupación de hombres que yo sentìa viva en Chile, cuyo coraje me hacía esperar en una volteadura de la escuela primaria y cuyos pequeños errores yo miraba sin enfado, por agradecimiento de la entraña cargada de bien que les sentía, se ha acabado o se acabará pronto. Cae por un escándalo que se ha levantado en torno de ellos por gente que no los ha oído sino que ha obrado por el muy vil dicen que dicen. con lo cual en nuestra América se mata la reputación de un hombre o de un grupo. Una Ud. este duelo casi personal a la pena cotidiana que siento observando en Europa el éxito creciente de un nacionalismo rabioso que prepara otra guerra para de aquí a o 10 añosLos libros que leen los niños se hallan infectados de este paganismo brutal y estúpido que es la soberbia local y el odio hacia el que tiene su casa ahí cerca, al otro lado del río, como quien dice. Acaba de proponerse a la Cámara francesa una ley que movilizará viejos, mujeres, y niños en tiempo de guerra y que. declara que los intelectuales deberán ajustar su criterio al de la nación léase del Es.
tado y adoptarlo en su trabajo (artículo de diario, libro etc. Léa Vd. en la revista Europa la noble respuesta de Romain Rolland sobre esta movilización de las concien cias. Se mira la mitad de la América nuestra en cacicazgo, en no se qué resurrección de la tribu, y el corazón aprieta.
Su libro me ha confortado un poco. Un poco, porque, aunque Vd. diga que el fondo suyo es optimista a mi me parece más bien desesperado. Los enemigos que Vd. señala son muy fuertes y hay todavía más enemigos de los que Vd. exhibe. De todos modos conforta ver un valor civil completo que se pone en medio de la plaza a pedir salud, desinfección, lealtad y hora meridiana para la educación popular, sacrificando con ello amistades, paz, sociego y hasta reputación. Porque al voceador de males le va muy mal en este mundo, amigo Barcos.
Ordeno un poco esta carta, en bien suyo y mío.
ta de la política, es decir, que no pertenecía a ninguna de las dos castas fétidas del hombre público sudamericano.
La Argentina es grande porque el anverso de su riqueza. cosa esta nociva de todos los tiempos es precisamente el Sarmiento civilizador, con pasión no vista sino en nuestro Vasconcelos de construir al hombre español de nuevo, en igualdad humana y en cultura. Quítesele a la Argentina su Sarmiento y, con San Martín y todo, y aunque yo respeto muchos hombres suyos, ella pierde los dos tèrcios de la mayoría de la edad que la atribuímos los segundones: Chile, Perú, etc, pues, con su sarmentismo, vigila lealmente la honra argentina. Es su país quien debe quemar el primero la escuela vieja, antes de que la polilla se extienda por su cuerpo con esa suavidad de algodón por la cual los otros maestros no se dan cuenta de su mal; es la Argentina quien debe volver a decir la palabra de salvación para ella y para los demás. Yo creo que lo hará: yo he sentido a su tierra un pulso vital y una voluntad de creación que sólo se siente en Norte América, y que me ha conmovido.
Dirá alguno. Por qué se mantiene ese ritmo poderoso de vida si la escuela, como se dice, está agarrotada?
Sencillamente porque en la Argentina las enfermedades criollas son contrapesadas y detenidas por esa inmigración enorme que los demás países nuestros no tienen y que le manda en 10 años la sangre que los demás rejuvenecemos en 50. Que la Argentina con esa intrepidez tan suya, que ie aportan el alemán, el judío y el italiano, quiera ser el Discóbolo de ésta y todas las reformas, y siga aceptando la honra de probar, de ensayar los tipos nuevos lo mismo de gobierno que de escuela, los que pasarán desde ella a los otros países. Corresponde a los organismos ricos este lote de riesgo y de hazaña.
Mi amigo yo creo en su Ministro Sagarna. Le he conocido una sencillez llena de modestia, que es la puerta abierta por donde pueden pasar muchas iniciativas. Porque la soberbia mestiza, la ridícila soberbia de nuestra gente y que yo he probado cuántas veces en el Ministro analfabétamente olímpico (perdone el vocablo no castizo. señor tieso de puro miedo de que el moverse le descubra la armazón de pobre diablo, el meteco hecho personaje oficial por nuestras pobres políticas, ese sí para en seco las iniciativas. Un hombre que no oye porque no está nunca seguro si sabrá contestar, y que, sobre todo, hace entre él, ministro por una semana o un mes, y el maestro primario, hombre de vida entregada a un oficio, un espacio que ni los dioses griegos establecían de cielo a tierra, es criatura con la que no cabe sino la sonrisa o la desesperación. Yo que no sé reir y aliviarme con la ironía, viví mientras fuí maestra, desesperada de mis manos y mis sesos inùtiles, puestos por el reglamento, al margen de cualquier creación eficaz.
Hay más que acogida cordial en el Ministro Sagarna.
él lée, él recibe el reflejo del movimiento educativo de o tras partes. Es un informado y un atento. De su inteligencia no hablo, aunque la tiene; la inteligencia está desacreditándose mucho en la América. Se entiende casi todo y no se hace nada, porque la pasión del bien no la calienta. Por qué no habíamos de formar una Liga sarmentiana por la educación nueva en la América y llevar al doctor Sagarna sus aspiraciones? Créame que cuanto he pensadoen este grupo de libertadores de los niños (los libertadores de hombres hicieron su faena en San Martín) yo cuento de anticipado con él y no cuento con más de dos ministro de Estado de los otros países.
LA ARGENTINA Se conoce que vivimos pared por medio en la semejanza de nuestras miserias. Su formidable crítica conviene a la enseñanza nuestra absolutamente. Acaso sirve lo mismo para el resto de la América. Por ser común el mal, debería hablarse de él sin quemadura de amor propio.
Hay verdaderas taras de raza en esta dolencia de la educación sudamericana. El español era, y sigue siendo, magnífico tipo de hombre, pero está tarado de estas llagas: el sentido aristocrático de la cultura, la pereza y la vanidad metidas dentro de su aristos, un desdèn fabuloso, un desdén insensato hasta la estupidez, del trabajo manual, cierto apego a la letra que apaga el espíritu, a pesar de sus místicos que odiaron la letra; y la consabida falta de organización que hizo su fracaso de colonizadores. Vd. sabe, mi amigo, que muy a la larga se mella una herencia; un siglo apenas si la muerde.
Pero volvamos a la Argentina. Al revés de los que llaman a Vd. un sin patria, yo le siento un celo tan vehemente que quema, por la honra de su país. La Argentina se creó, con Sarmiento un prestigio educacional, cierto mayorazgo de la cultura democrática que fincaba y finca todavía. especialmente, en la escuela primaria. Le tocó en suerte dar el primer presidente que no era ni un matón ni un trapecis(1) Como educa el Estado a tu hijo. por Julio Barcos. Véase la nota bibliográfica que aparece en este núinero en nuestra crónica de libros.