AMAUTA 25 E IN S R L Es poco conocida por los lectores hispano americanos la famosa Defensa de Lenin por Jorge Sorel, No la hemos hallado aún en español en ninguna revista ni en ninguno de los libros de Sorel traducidos al castellano. Se trata, sin embargo, de un documento de extraordinaria importancia que señala magistral y concretamente la conexión entre el pensamiento del gran teórico del sindicalismo revolucionario y la obra del genial jefe del comunismo ruso. En pueblos donde es frecuente que militantes y propagandistas que creen inspirarse fielmente en el sindicalismo, manifiesten una total incomprensión de la revolución rusa, la importancia de estas páginas de Sorel se duplica.
Las publicamos por esto traduciéndolas de la última edición francesa de las Reflexiones sobre la Violencia.
DEFENSA DE LENIN El de febrero de 1918, el Journal de Genéve publicaba, bajo el título El otro peligro. un artículo que reproduzco en seguida en gran parte. La gran ola revolucionaria venida del Oriente, se propaga en Europa, pasa sobre las llanuras alemanas y estalla ya al pié de las rocas de nuestros Alpes. Debemos esperarnos que nuestro país tenga que sufrir una suprema prueba antes de haber conquistado definitivamente su derecho a la existencia en el mundo renovado que parirá la guerra. Nuestras insípidas y vanas querellas entre suizos románicos y alemanes son una página volteada, una triste página a la cual no hay que regresar. Otras luchas se preparan, diversas y serias. Otro foso se ha abierto que será más dificil colmar. Se hace más y más evidente que una agitación internacionalista concertada y métodica, se propaga a nuestras grandes ciudades. Ella tiende a provocar por la violencia, una revolución que de la Suiza ganaría uno por uno a los países vecinos. Antes de la guerra se había difundido en los medios sindicalistas una doctrina de la fuerza que tenía un evidente parentesco con la de los imperialistas alemanes. En sus Reflexiones sobre la Violencia. Jorge Sorel ha predicado este evangelio nuevo: El rol de la violencia, decía, nos aparece singularmente grande en la historia, siempre que ella sea la expresión brutal y directa de la lucha de las clases. 1) Nada se hace si no es por la violencia. Es preciso solamente que ella no se ejercite más de arriba abajo como antes, sino de abajo hacia arriba. No se pretende poner fin al abuso de la fuerza. Se quiere que la fuerza cambie de mano y que el oprimido de ayer devenga el tirano de mañana (2) esperando el inevitable golpe de báscula que repondrá las cosas en su estado primitivo. Durante su estada en Suiza, Lenin y Troztky han debido meditar a su gusto el libro de Jorge Sorel. Ellos aplican sus principios con la más temible lógica. Les hace falta un ejército para imponer a un gran pueblo, amorfo, y sujeto desde siglos a la servidumbre, la dominación tiránica de una minoría. Si quieren poner fin a la guerra extranjera, es a fin de proseguir más comodamente la guerra de las clases. Estos militaristas jacobinos pretenden establecer a su provecho un zarismo al revés. es este el ideal que se propone hoy a las naciones europeas. En Alemania el socialismo está impregnado del mismo espíritu despótico. El marxismo es el hermano enemigo del militarismo prusiano. Tiene el mismo espíritu, los mismos métodos, el mismo culto de la disciplina automática, el mismo soberano desprecio por toda independencia individual. 3)
Aunque más de una vez se haya acusado a los amigos del Journal de Genéve de ser agentes de la diplomacia oculta de la Entente, quiero creer que el profesor Paul Seippel, al escribir este artículo, no haya tenido el caritativo deseo de llamar sobre mi la atención de la asombrosa policía francesa. No tengo necesidad de hacer remarcar a mis lectores que este eminente representante de la burguesía liberal no ha comprendido nada de mi libro. Su caso muestra una vez más, como los polemistas que se encargan de defender la civilización latina contra las barba: ries nórdicas, orientan su espíritu hacia la estupidez.
No tengo la intención de merecer la indulgencia de los innumerables Paul Seippel que encierra la literatura de la victoria, maldiciendo a los bolcheviques de quienes la burguesía tiene tanto miedo. 4) No tengo ninguna razón para suponer que Lenin haya tomado ideas en mis libros; pero si fuera así, no me sentiría mediocremente orgulloso de haber contribuído a la formación intelectual de un hombre que me parece ser, a la vez; el más grande teórico que el socialismo haya tenido desde Marx y un jefe de Estado cuyo genio recuerda el de Pedro el Grande.
En el momento en que la Comuna de París sucumbía, Marx escribía un manifiesto de la Internacional, en el cual los socialistas actuales están habituados a buscar la expresión más acabada de la doctrina política del Maestro. El discurso pronunciado en mayo de 1918 por Lenin sobre los problemas del poder de los soviets no tiene menos importancia que el estudio de Marx sobre la guerra civil de 1871.
Puede ser que los bolcheviques acaben por sucumbir a la larga, bajo los golpes de los mercenarios enganchados por las plutocracias de la Entente: pero la ideología de la nueva forma del Estado proletario no perecerá jamás. Ella sobrevirá amalgamándose con mitos que tomarán su materia de los relatos populares de la lucha sostenida por la Repùblica de los Soviets contra la coalición de las grandes potencias capitalistas.
Cuando Pedro el Grande subió al trono, la Rusia no difería mucho de la Galia merovingia: él quizo que se transformase da alto abajo, de manera que su İmperio se hiciera digno de figurar entre los Estados organizados de su tiempo; todo lo que podía ser llamado dirigente (nobles de Corte, funcionarios oficiales) se vió obligado a imitar a las gentes que ocupaban posiciones análogas en Francia. Sú obra fué acabada por Catalina II que los filósofos de la época volteriana exaltaron con justo derecho, como una prodigiosa creadora del órden tal como se le comprendía en el siglo XVIII.
Se podría decir que Lenin, como Pedro el Grande, fuerza la Historia (5. Pretende introducir, en efecto, en su pa. tria el socialismo que, según los maestros de la social democracia, no podría suceder sino a un capitalismo muy desarrollado; la industria rusa, sometida desde hace largo tiempo a un régimen de alta dirección gubernamental, de policía represora e incuria técnica, se encuentra en una situación muy atrasada; no faltan socialistas notables para tratar de quimérica empresa de Lenin. Los buenos usos de las fábricas habían logrado imponerse a los capitalistas por el juego de mecanismos casi ciegos; el rol de la Inteligencia, limitandose a una crítica que señalaba lo que cada práctica podía enseñar de ventajoso o de malo, había sido bastante mediocre; si la economía socialista sucedía a la economía capitalista en las condiciones que Marx había previsto, inspirándose en observaciones hechas en Inglaterra (6. la trasmisión de estos buenos usos se operaría de una manera