Sacco y Vanzetti

19 AMAUTA E H La united Press anuncia los últimos fusilamientos las ciudades civilizadas hacen crujir las horcas las cabezas de los decapitados tienen los ojos vueltos hacia Rusia Sacco y Vanzetti trágica rosa de los vientos giran hacia los puntos cardinales de la Revolución los hermanos del bosque se esparcen por el mundo ¿no oís cantar las balalaikas?
Šachka Vegulev poeta, Sacha Yegulev obrero Sacha Yegulev en cada hombre.
dejamos occidentes incendiados y amanecemos en orientes de sangre.
las cabezas de nuestros hermanos nos llaman como campanas dolorosas a agruparnos arriba los pobres del mundo, de pié los esclavos sin pan.
BLANCA Luz BRUM DE PARRA DEL RIEGO casa escalera, no obstanie su aspecto insoportablemente triste produce hasta ahora en el autor un estado de ánimo de se rena contemplación. Boris Ivanovich, cada vez que ponía el pié sobre la escalinata, escupía con repugnancia a un lado y meneaba la cabeza mirando la grada rota y torcida.
Quince años antes Boris Ivanovich Kotofeyev había puesto por primera vez el pié en esta escalera y por primera vez había traspasado el umbral de esta casa donde había encontrado su suerte. Se había casado con el ama de casa. Lucheria Petrovna Bloquina. Se había convertido en el patrón absoluto de toda la propiedad. La rueda, el pesebre, el rastrillo y la piedra, todo se había convertido en su propiedad imprescriptible. Lucheria Petrovna había mirado con una sonrisa inquieta cómo Boris Ivanovich había devenido amo de todo. en los momentos de mal humor, no se olvidaba jamás de gritar y reprochar a Kotofeyev de ser un muerto de hambre, sin arte ni parte, beneficiado por sus muchas gracias.
Boris Ivanovich, aunque afligido, ca! laba. Le tomó cariño a la casa. Le tomó cariño también al zaguán con la piedra. se adhirió a esta vida durante quince años.
Existen hombres como éste, de los cuales se puede contar en diez minutos toda la vida, todo el ambiente de su vida desde el primer grito inconciente hasta los últimos días. El autor tratará de hacerlo. Se esforzará por narrar muy brevemente, en diez minutos y sin embargo con todos los detalles necesarios, la vida entera de Boris Ivanovich Kotofeyev. Pero realmente no hay nada que narrar. Esta vida trascurría tranquila y plácida. Si se hubiera querido partirla en varios puntos, señalar algunas etapas, se habría podido dividirla en cinco, seis pequeños períodos.
Héla aquí. Boris Ivanovich, terminada la escuela profesional, entra en la vida. Músico, toca en la orquesta. Novela con la corista. Matrimonio con la patrona de La revolución. antes de ésta, el incendio del pueblecito.
Todo era simple y comprensible. nada suscitaba titubeo alguno. sobre todo, cada cosa era extraordinariamente estable, no casual sino fijada una vez para siempre. Hasta la revolución que al principio había turbado extremamente la vida de Boris Ivanovich, resultó después simple y clara en su planteamiento sobre algunas ideas determinadas, excelentes y plenamente reales.
Solamente, acaso, la aventura amorosa turbaba un tanto el sistema armonioso de la vida sólida y no casual.
Aquí las cosas eran algo más complicadas. Boris Ivanovich Kotofeyev, al principio de su carrera musical había tenido una relación con una corista del teatro municipal.
Era ésta una joven ordenada, rubiecita, con ojos claros indeterminados. Boris Ivanovich era un joven de 22 años, todavia bastante buen mozo. La única cosa que lo echaba a perder un poco era la mandíbula inferior colgante que le daba al rostro una expresión triste, extraviada.
Pero los tupidos bigotitos alzados enmascaraban suficientemente el desagradable defecto.
No está perfectamente conocido como comenzó este amor. Boris Ivanovich estaba sentado siempre al fondo de la orquesta y en los primeros años, por el miedo de no golpear a tiempo su instrumento, no separaba los ojos del director de orquesta. Ha quedado oscuro cuándo tuvo tiempo de entenderse con la corista. Por lo demás, en esos años Boris gozaba plenamente de la vida, paseaba de noche por los extramuros y frecuentaba las fiestas de baile, donde alguna vez, con una escarapela celeste que le servía de distintivo, revoloteaba como una mariposa por la sala dirigiéndo las danzas. Es muy probable que la relación se anudase en una de estas fiestas. En todo caso no le trajo esto fortuna a Boris Ivanovich. Al cabo de in mes la rubia lo abandonó, después de haberse burlado venenosamente de su mandíbula colgante.
Boris Ivanovich un poco mortificado por esta circunstancia y por una partida tan poco trágica, de la mujer amada, había decidido después de una breve meditación, mudar su vida de don Juan provinciano y de temerario amante por u li existencia más tranquila. Precisamente entonces Boris Ivan, vich se había trasladado fuera de la ciudad alquilando por un precio módico un cuarto bien abrigado con pensión.
Después se había casado. Luego se había producido el incendio. El fuego había destruído casi la mitad del pueblo. Boris Ivanovich inundado en sudor había transportado personalmente fuera de la casa los muebles, los colchones de pluma y había puesto todo sobre el césped.
Pero la casa no se había quemado. Solamente los vidrios se habían roto y la pintura, cuarteado. en la mañana siguiente Boris Ivanovich, alegre, radiante, volvía a depositar dentro todas sus cosas.
Este acontecimiento había dejado todas sus huellas por mucho tiempo. Durante varios años seguidos, Boris Ivanovich había contado sus emociones del suceso a los conocidos y los vecinos. Pero también esto al fin se había acabado. cerrando los ojos y pensando en el pasado, he aquí todo: el incendio, el matrimonio, la revolución, la música y la escarapela de director de baile, todo se fundía en una sola línea contínua e igual.
Hasta la anécdota amorosa se había borrado y transformado en un recuerdo irritante, en una anécdota fastidiosa: cómo la corista le había pedido una bolsa de cuero barnizada y él, Boris Ivanovich, ahorrando rublo sobre rublo, había reunido la suma necesaria para comprarla.
Así había vivido el hombre hasta los treintaisiete años, hasta el momento en que se había verificado aquel acontecimiento excepcional en su vida por el cual fué condenado a una multa de veinticinco rublos. Precisamente hasta el incidente por el cual el autor ha corrido el riesgo de gastar con su mano algunas hojas de papel y de vaciar un pequeño frasquito de tinta. TERMINARÁ EN EL PROXIMO NUMERO)