18 AMAUTA de las rodillas de la señora o de cómo es posible mirarse el propio rostro en el samovar. El autor do esta respuesta a los críticos que han olvidado toda medida y que evidentemente por gusto de escándalo, lo acusarán de alterar la realidad provincial. Pero nosotros no alteramos la realidad.
No somos pagados para esto, respetables críticos.
Por otra parte la realidad no cambiará absolutamente por culpa nuestra. el cuadro a la acuarela de nuestra vida provincial, permanecerá inmutable.
Es triste, compañeros.
El autor, por ejemplo, ha conocido a un tipo campesino así, que vivía modestamente como viven casi todos, comíu y bebía y ponía las manos sobre las rodillas de su dama y la miraba en los ojos y ensuciaba la servilleta con la merinelada y recibía en préstamo tres rublos sin restituirlos. Sóbre este hombre precisamente el autor escribirá su pequeño cuento. Pero talvez, este cuento no tratará del hombre, sino de un estúpido y fútil incidente a causa del cual el hombre, por un forzado pago, resultó damnificado con veinticinco rublos. Se debe diluir este caso con la fantasía. Crear en torno de él una verdadera intriga matrimonial? No.
Las cosas de este género que las escriban los franceses.
Nosotros procedemos lentamente, poco a poco, sobre el nivel mismo de la realidad rusa. Al lector alegre, que busca el vuelo vehemente de la fantasía y espera detalles y acontecimientos picantes, el autor lo remite a los autores extranjeros.
CAPITULO II Pero prueba entre nosotros, a asomarte con estos asuntos a la literatura. Prueba, pongamos, mandar a la Luna en un proyectil a nuestro ingeniero Kuritsin Boris Petrovich. Se reirán de ti. Se ofenderán. Dirán: cuántas mentiras ha inventado este perro.
Así, escribes con la plena conciencia de tu desesperación. no hay ningún consuelo. en cuanto a la gloria. qué cosa es la gloria? No se sabe todavía cómo se volverá la historia mundial universal ni en cual fase estará la Tierra en el sentido geológico. He aquí que recientemente he leído en un filósofo alemán que toda nuestra vida y toda la flor de nuestra cultura, esto es, nuestros miserables dieci.
seis mil años, no son otra cosa que el periodo interglacial.
Confieso que un estremecimiento ha pasado por mi cuerpo después de haber leído esta noticia. Deveras. Figúrate, lector. Por un minuto aléjate de tus preocupaciones cuotidianas e imaginate este cuadro: Antes de nosotros ha existido una vida y otra cultura que después han desaparecido.
Ahora florecerán de nuevo y de nuevo quedará todo completamente borrado. Talvez a nosotros no nos tocará esto, pero el sentimiento ingrato de algo perecedero, no eterno, casual y completamente mutable constriñe a pensar de nuevo y siempre en toda nuestra vida.
Tú, por ejemplo, has preparado un manuscrito y solo con la ortografía has tenido que sufrir lo imposible. no hablemos ya del estilo. y en tanto, dentro de quinientos años, un mamut con su enorme pata pisoteará tu manuscrito, lo hociqueará y lo arrojará a un lado como a una suciedad incomible.
Así es claro que no hay consuelo para ti en nada. Ni en el dinero, ni en la gloria, ni en los honores. no te queda sino rabia contra la propia literatura. Qué hacer? La vida es ridícula. Es verdaderamente aburrido vivir en la Tierra.
Te vas, al campo, fuera de la ciudad. Fuera de la ciudad ves una casita. Una palizada tan fastidiosa. Hay una vaca tan aburrida que te dan ganas de llorar. Su flanco está sucio de estiercol, mueve la cola, mastica. Hay una mujer envuelta en un chal gris de malla. Hace algo con las manos. El gallo dá vueltas. Oh! hasta qué punto es aburrido todo esto. se acerca a esta mujer un campesino rubio que parece una planta que camina. Se acerca y mira con sus ojos claros, semejantes a dos pedazos de vidrio. Qué cosa hace la mujer? Sollozará, se fregará una pierna contra la otra, bostezará. Eh, dirá, vamos a dormir, me aburro. se irá a dormir. vosotros decís: dad rienda suelta a la fantasía. Oh señores compañeros. Pero donde hallar esta fantasía. Cómo adaptarla a esta realidad? Decidlo, hacedme esta gracia, este gran favor. si se vá a la ciudad, donde las linternas iluminan con una luz clara, donde los ciudadanos en plena conciencia de la propia grandeza humana, van adelante y atrás, también ahí qué fastidio. No hay ahí tampoco la vehemencia de la fantasia. Prueba lector, sigue a aquel hombre que pasa. Tonterías, nada más. Sabrás que este hombre va a pedir prestados tres rublos o bien que va a una cita amorosa. Llegará, se sentará frente a su dama, le dirá algo acerca del amor o talvez no le dirá nada y simplemente pondrá su mano sobre la rodilla de la dama y la mirará en los ojos. bien viene para estar junto con el patrón. Tomará una taza de té, se espejeará en el samovar. qué cara torcida, por Dios Sonreirá dentro de sí, dejará caer una gota de mermelada sobre la servilleta, se pondrá la gorra de medio lado y se marchará. Pero si le preguntàs. hijo de un perro, porqué ha venido, qué idea universal encierra todo esto o cual beneficio para la humanidad. él mismo no lo sabe.
Ciertamente, en el caso dado, en este cuadro aburrido de la vida de la ciudad, el autor toma a hombres mezquinos, insignificantes, semejantes a él mismo y no absolutamente a grandes hombres de Estado o a trabajadores de la cultura, los cuales verdaderamente irán por la ciudad, el diablo sabe por qué negocios y circunstancias sociales importantes.
El autor no los tenía en mente cuando hablaba, por ejemplo, Esta breve novela comienza con la completa y detallada.
descripción de toda la vida de Boris Ivanovich Kotofeyev.
Kotofeyev era músico de profesión. Tocaba el triángulo en una orquestå sinfónica. Acaso exista también un nombre especial para este instrumento. El autor no lo sabe.
En todo caso, ciertamente, al lector le habrá ocurrido ver al fondo de la orquesta, a la derecha, a un hombre curvado con la mandíbula un poco colgante frente a un pequeño triángulo de fierro. Este hombre hace tintinear melancólicamente su instrumento poco complicado en los momentos debidos. Habitualmente el director de orquesta con este objeto guiña el ojo derecho. Existen profesiones extrañas y sorprendentes. Existen profesiones tales que uno se siente presa de terror pensa ido como un hombre haya llegado a ellas. Cómo un hombre ha podido llegar a pensar pongamos en marchar sobre una cuerda, en silbar con la nariz o en hacer sonar el triángulo.
Pero el autor no se burla de su héroe. No. Boris Ivanovich Kotofeyev era un hombre de excelente corazón, no estúpido y de media cultura.
Boris Ivanovich no vivía propiamente en la ciudad, sino en un suburbio o por decir ásí en el seno de la naturaleza.
La naturaleza era verdaderamente muy extraordinaria, pero había pequeños jardines junto a cada casa, había hierba, fosos, bancas de madera, cubiertas de cáscaras de girasol y todo creaba una atmósfera plácida y atraj ente.
En primavera era, verdaderamente, un encanto.
Boris Ivainovich vivía en la Alameda Posterior, casa de Luchería Blonquina. Figúrate, joh lector. una pequeña casa de madera color amarillo, una reja instable y baja y un ancho portón torcido de color pardusco. El zaguán.
En el zaguán a mano derecha, un pequeño pesebre. Un rastrillo con los dientes rotos que está ahí desde los tiempos de Catalina II. Una rueda de carro. Una piedra en medio del zaguán. Una escalinata con la grada inferior de menos. Subiendo a la escalinata se encuentra a la puerta tapizada. El pequeño vestíbulo, semioscuro, con un barril verde en un ángulo. con la puerta feble hecha de tres tablas. Sobre la puerta un pequeño ventilador de madera.
Un pedazo de vidrio a modo de ventana. encima una tela de araña. Ah el conocido cuadro tan dulce al corazón. Todo esto era en cierto modo delicioso. Delicia de la vida tranquila, aburrida, plácida, Hasta la grada de menos de la no