4 AMAUTA ga que sobre sus espaldas le echaba el blanco. El buey, 0tro amigo, colaboró con él en las faenas de la tierra, ahorrándole esfuerzo. Pudo reservar el tirapié (la chakitajlla)
para los barrancos. La pareja de bovinos avanzaba lentamente con el arado de palo. Por los caminos, tras el pequeño asno; por los sembrados, en pos del buey, el indio hace su trabajo silenciosamente. veces canturrea una tonadilla del viejo lar, a ratos intenta el diálogo con sus amiguitos. Diálogo frustrado. Ellos no responden. Ah sí, quién sabe, es mejor; dicen tan poco sus grandes ojos turbios. Marcus. Mareano. apacibles compañeros, cuánto parecido tienen a los buenos labriegos; como ellos, sufridos y resignados; como éllos, tranquilos, quietos, frugales. Del campo al establo, del establo al camino, todos los días, todos los años, hasta morir oscuramente, de puro viejos.
Ya el indio no solo tiene como amigos a Marcus. a Mareano. es ctro hombre como él quien le ha abierto su corazón. Es otro hombre blanco; cosa extraordinaria, un hombre blanco, su igual, su amigo, nó su opręsor, el amo siempre tiránico. este amigo le estrecha la mano y le mira a los ojos, de frente, sin temor, sin desconfianza.
Es el adventista, el bueno y alegre Miller, rubicundo hijo de Yanquilandia, que ejerce el apostolado de la Nueva Amistad.
Nada le exige Miller. Condori no tiene obligaciones para él; puede entonces obsequiarle como al hermano de raza, y así le acoge cordialísimo en su rústico home. y comen ambos del mismo plato y, beben de un solo vaso.
Santa amistad, tan esperada cinco siglos.
cainpos, húmedos los caminos, alegre el cielo, el viejo párroco aparece cabalgando en su tordillo pajarero. Desde allí, bendice a su pueblo. Estuvo ausente quince dias y se le antojo un siglo; nó, nó, con nadie cambiaría su amada parroquia. Ni el curato de Sicuani, ni el de Lampa, ni el de Carabaya. En ninguna parte se hallaría tan a gusto como aquí. Va descendiendo el cura la cuesta del pueblo. Le sigue el sacristán montado en su escuálido jamelgo chumbivilcano. Tata, se ha emborrachado el campanero. Por qué hijo. No repican las campanas.
Si, la torre está silenciosa, no adivina la vuelta del señor párroco, no se dá por entendida de su obligación de regocijarse y sembrar el júbilo con sus lenguas de bronce.
Qué pasa que todo parece tan triste en el pueblo; ni un alma en las calles. Nadie ha salido al encuentro del pastor.
Un presentimiento aflige al buen abate y le ensombrece el rostro sonriente. Algo grave ha ocurrido, va a ocurrir, quien sabe.
Pica al tordillo con sus argentinas espuelas, y acorta las distancias un poco impacientemente. Ya está en la plaza, ya penetra a la cural. La ral está vacia. Tata, no hay nadie. No hay nadie.
Se miran las caras asombrados. Todo lo que ven les parece absurdo.
Dónde están los vecinos? Dónde está el económo? el campanero, y los alfereces, y la servidumbre? El hogar está apagado; sin pasto el establo, cerradas las cuadras.
Resuenan en el patio empedrado las metálicas pisadas del tordillo, y el eco devuelve sonoras las voces del sacristán. iPablucha. iJuliana. Meculás!
Desmonta el viejo párroco dificultosamente, se tercia el poncho, bájase la sotana, enciende un cigarrillo y se sienta sobre un poyo, pensativo. Entró quien sabe el Enemigo? Se aprovechó de su ausencia y el lobo cayó sobre el aprisco. Dispersó su pobre rebaño.
Meditaba el viejo, tristemente, ensombrecido el rostro de presentimientos fatídicoss. El ánima en suspenso como si aguardara dentro de un minuto la mala noticia, así fué.
El sacristán no se dió punto de reposo hasta encontrar a los buscados. Confundido en las sombras de las primera noche, allí estaba el fiel guarda del templo. Compareció también en las tinieblas el alférez de turno. De vez en vez brillaba como el punto lejano de una fogata el cigarrillo encendido del viejo párroco; antojábasele aparecer como una estrellita titilante, temblorosa. Los cuatro hombres hablaban a oscuras quedamente, como si un soplo de misterio les estremeciese el alma. La feligresía indígena en masa habíase desertado de la Iglesia Apostólica Romana. El domingo último los centenares de indios de la parroquia cerraron el templo con cerraduras nuevas. Clausuraron también la curai.
En medio de todo, tuviero un gesto de gentileza. Reservaron para su viejo párroco una casita en Kawana alta y una capilla próxima. Allí vivirìa el resto de sus años, sin que nada le pudiera faltar.
LA NUEVA ESCUELA Indalecio Mamani es el preceptor en el ayllu de Kollawa; salió diplomado de la Escuela Normal de Juliaca, hizo su práctica como maestro ambulante en Chucuito. La escuela ocupa un edificio recién edificado bajo la dirección del ingeniero de la Misión. Amplias salas iluminadas.
con bellas vistas sobre el panorama de la planicie y el cordón nevado de los Andes. El niño indio concurre con placer, porque el paisaje familiar lo tiene siempre ante los ojos.
El maestro indiano sabe lo que debe enseñar a los hijos de su raza, y cuando enseña lo hace con amor, con el ideal de rehabilitación como la luz de Sirio en las tinieblas de la inconciencia pedagógica.
La casa escuela es el orgullo del ayllu. Las familias aborígenes se sienten ligadas a ella, como diez años antes a la iglesia parroquial. El domingo, el salón de actos rebosa de público que, ávido, escucha la palabra elocuente de Indalecio Mamani, el educador de la Raza. Las almas embotadas de la grey andina comienzan a sacudirse de su sueño de piedra. Como un barreno penetra a lo hondo de esas conciencias la voz del maestro, y hay algo que se agita en el subsuelo espiritual de estos hombres olvidados de si mismos.
La escuela se sostiene por el ayllu: todos concurrieron a edificarla, todos también la apoyan como adivinando que de allí saldrán los Indios Nuevos, nunca más esclavos.
La escuela nueva es el almácigo de la Raza resurgida.
Trescientas, trescientas cincuenta escuelas de indios y para indios se desparraman en la altipampa ilímite. Cada año brota un ciento, y las primeras de los valles serranos ya alientan recién nacidas. La escuela fiscal es un convencionalismo; el preceptor fiscal, una plaza supuesta. El indio, donde existe una escuela suya no va más a la del maestro mestizo y descastado que sigue tratándolo como a siervo. Huye de las sucias casuchas que el Estado llama pomposamente Escuela Fiscal número 10589, Centro Escoiar número 5432. Cuántos millares de Indios Nuevos lian salido de la Escuela India. Cuántos más saldrán en este quinquenio?
LA NUEVA AMISTAD No tuvieron amigos; eran esclaves, y la amistad fué tabú para éllos. Sus amos, cuando les trataban mejor, sabían que les estaba prohibido aproximarse amistosamente a quienes, por ley y costumbre, tenían que ver como inferiores.
El indio quinientos años se pasó con la sola amistad del borriquillo. El buen asno, tardo, le ayudó a portar la car