Communards

AMAUTA 32 EI Rabulismo y el Indigena POR FRANOI80O PASTOR Uno de los aspectos de nuestra sociomorfía en que más claramente se ve el absurdo desastroso de haber impuesto en Indoamérica normas orgánicas europeas, el que con término convencional llamamos jurídico. La absurdidad institucional aludida, por sí y por las taras ingénitas de nuestro estado social, deviene amoralidad profesional y explotación del aborígen.
No pocas veces se habla de la corruptela de la función jurídica, como hecho general. Pero no se ha comprendido aún dibidamente el carácter especial, sombrío y deletéreo, que tiene ese mal sobre la población indígena. Si en las ciudades la inmoralidad profesional se solapa en el sordido hervidero de litigios, en las provincias suele desembozarse y desafiar a todo principio de justicia y dignidad.
Ahí el título de doctor rodea de cierta aureola de omnisciencia e inmunidad al sujeto que lo exhibe. Quien, desde luego, no es el inocente jumento de la fábula, disfrazado con felina piel, sino lo contrario.
Es un criterio ya usual, en los proyectos económicos de los abogados flamantes, que las provincias, señaladamente las andinas, son excelentes plazas. es que entre los parásitos de la raza indígena hay que poner, al lado del gamonal cura y subprefecto, al abogado; con la diferencia de que el uno roba de hecho, el otro a nombre de dios, el otro al de la patria, y éste nombre de la Justicia.
Cuando los abogados son naturales de la región en que actuan, casi siempre suelen ser, directa o indirectamente, propietarios de tierras, y entonces, muchas veces, hay que ver todo aquello de que es capaz la mezcla de latifundista y leguleyo. Sin embargo, éstos pueden tener el freno del miramiento de sus paisanos y su posición económica puede ponerlos a salvo de una necesidad apremiante de lucro.
No ocurre lo mismo con los numerosos abogados emigrados de las ciudades a las provincias. Llevan el lícito fin de ganarse la vida. sea por calidad intrínseca o por ansia de dinero, lo cierto es que entiéndese que hay excepciones fuera de sus medios sociales, allá en los miserables pueblos de indios y serranos les es inútil y molesto seguir con ese embarazo fardo que se llama honor.
Sin embargo, es hidalgo reconocer el favor que la difusión de la abogacía de cierta índole ha hecho al terratenientismo. Antes, las usurpaciones de tierras a los indios eran hechos visibles, fácilmente constatables. Hoy no. Hoy nadie mejor que un gamonal está pertrechado de expléndidos títulos de propiedad. El propietario indígena, justamente por su espíritu agrario, no entiende de papeles. el no indígena adquisidor honrado, por esto mismo puede no tenerlos perfectos. Pero el expoliador, precisamente porque tiene culpas y rescates que temer, se cuida bien de asegurar las tierras que ha usurpado con todos los recaudos que las leyes mandan. He ahí uno de los productos que ha dado el prolífico contubernio del rabulismo con el gamonalismo. es así como, si se sometiese a juzgamiento la cuestión agraria indígena con el criterio de nuestra legislación, resultarían santificados los ladrones y condenados los inocentes.
El tinterillaje, doctorado o no, es pues una de las formas del gamonalismo. de las más arteras. Porque está irresponsabilizada con el amparo tutelar del fetiche legislación. No es esta la ocasión de describir detalles. Pero desde las sutiles trapacerías papelísticas hasta el adueñamiento de tierras de toda una comunidad, mediante el socorrido título de haber adquirido la parcela de uno de los comuneros, y hasta la grosera suplantación, no ya de una firma, sino de unindividuo. hay una gran variedad de modos de utilizar las leyes para explotar al indio. Entre tanto y esto no deja de tener su humorismo siguen los graves legiferantes capitolinos creyendo en la sacrosantidad de sus códigos, destinados a uso inverso del que ilusionaron. Siguen los catedráticos ilustres platicando sobre el maná que del Derecho nos llueve. siguen los altos magistrados igando justicia. no sospechan que, ingenuamente, en cuantas sabias sentencias, arregladas a derecho, decretan la estrangulación de algun aborígen.
Mientras los peruanos civilizados viven encantados de haber implantado una sistemación constitucional y judiciario con los artefactos ya muy usados recibidos de la Europa burguesa, el gran cuerpo social autóctono lucha triturado dentro ese mecanismo, extraño a él. Por eso el indígena siente una aversión, diremos, zoológica a todo lo que es no indio, vale decir a todo lo que es occidental.
Lo que viene de los civilizados, llámese autoridades, milicia, Estado, etc. etc. para él son una sola cosa: amo y ene migo. Désen las leyes que se den, vijan los códigos que vijan, créense las instituciones que se creen, el indio vive completamente vuelto de espaldas a todo esto que llamamos Nación Peruana. Agrario por excelencia, el indio, se contenta con poseer su tierras y contemplar su ganado y su sol.
Pero conoce la mordedura del rabulismo ya cuando el gendarme se presenta repentinamente con la orden judicial de embargo, del que él nunca supo nada. cuando el misti. papel y látigo en mano, le va a lanzar de la tierra de sus padres y sus hijos. Así opera el tinterillaje, puesto a órdenes del latifundismo. por esto, cuando se ven rimeros de expedientes en las oficinas judiciales o los centenares de escrituras y documentos que el terrateniente saca a relucir en sus controversias con el indio, no puede uno menos que pensar: qué de negruras encerrarán esos papeles bajo su blancura de osamenta.
Se ha dicho que el indio es pleitómano. Esta afirmación, así como tanto que, del indio dicen nuestros célebres intelectuales, es pura palabrería Pasa con el indígena y la tierra algo que no comprenden los no indígenas ni los sociólogos y juristas. No entiende él aquello de tener derecho. ni entiende que con su tierra tiene o pierde un valor económico. No piensa en ello, ni quiere pensar. El sólo siente que su tierra es su vida misma, que con ella le une intima, ancestralmente, un vínculo de sangre. Por eso, desposeído o amenazado de serlo, se desorbita. Convencido, aunque no del todo, de que la Madre Pacha y los cerros tutelares ya no le oyen, de que los santos de la parroquia sólo atienden a los wirakochas. y anoticiado del sumo poder de la autoridad. recurre a ella. entonces se le verá pedir, rogar, clamar, insistentemente, empobrecido, momificado en puertas de juzgado o estudio de abogado, semanas, meses y años. Es esto lo que puerilmente se ha interpretado como pleitomanía. Por lo demás, harto se sabe cómo terminan esos pleitos, en que generalmente el indio tiene a su favor la justicia y las leyes en su contra.
Una experiencia amarga hace que el aborígen tema diabólicamente a los doctores y autoridades, y que guarde, con el místico fervor con que esconde su amuleto, los papeles o títulos, que casi siempre no son verdaderos títulos.
La propiedad indígena, respondiendo a su antecedente sociológico, no se funda en papeles sino en la posesión y trabajo de la tierra. Es increible pero real el caso del indigena que dió sus títulos a su defensor y éste, comprado por el gamonal, los cambió, devolviendo a aquel cartas y periódicos que el indio guardó con la misma unción. En fin, para quien comprenda el desconcierto y dislocamiento social y psíquico que sufre un pueblo por la superposición de una cultura completamente extraña, tal es el caso, de los nativos de América, fácil le será también comprender la