18 AMAUTA Benites lloraba un llanto lejano. Señor! Yo fui el pecador tu pobre oveja descarriada. Cuando estuvo en mis manos ser el Adán sin tiempo, sin mediodía, sin tarde, sin noche, sin segundo día! Cuando estuvo en mis manos embridar y sujetar los rumores edénicos para toda eternidad y salvar lo Cambiante en lo Absoluto!
Cuando estuvo en mis manos realizar mis fronteras garra gárra, pico a pico: guija guija, manzana manzana! Cuando estuvo en mis manos desgajar los senderos a lo largo y al través, por filamentos, a ver si así salía yo al encuentro de la Verdad. Una pausa descalzá siguió a estas palabras. Señor! Yo fuí el delincuente y tu ingrato gusános sin perdón! Cuando pude no haber nacido siquiera! Cuando pude, al menos, eternizarme en los capullos y en las vísperás y en las madrugadas! Felices los cúpullos, por que ellos son las joyas natas de los paraisos, aunque haya en sus selladás entrañas una flor de pecado en marcha! Felices lás vísperas, por que ellas no han llegado todavía y no han de llegar jamás a la hora de los días definibles! Felices las madrugadas, por que nadie puede tocarlas ni decir nada de ellas, aunque encoven soles maléficos! Yo pude ser solamente el óvulo, la nebulosa, el ritmo latente e inmanente, Dios!
Estalló Benites en un grito de desolación y desesperanza sin limites, que luego de apagado, dejó al Silencio mudo para siempre. Señor! Pero mi vida ha sido triste y tormentosa! Tú lo sabes. Si tropezaba y golpeaba a un guijarro, éste se ponía o llorar, diciendo qne él tenía la culpa! Si llamaba a una puerta para ayudar a padecer, se me hacía påsar a un festin! Qué he podido, pues, hacer, Señor. Jesús respondió con estas únicas palabres. Ajustarte al sentido de la tierra!
guro de haberla visto ahí alguna vez. Pero un sentimiento extraordinario de algo jamds registrado en su sensibilidad y que le nacía del fondo mismo de su ser, le anunció que se hallaba en presencia del Señor. Tuvo entonces tal cantidad de luz en su pensamiento, que lo poseyó la visión entera de cuanto fué y será, la conciencia integral del tiempo y del espacio, la imagen plena y una de las cosas, el sentido eterno y esencial de las lindes. Un chispazo de sabiduría le envolvió, dándole, servida en una sola plana, la noción sentimental y sensitiva, abstracta y terráquea, nocturna y solar, par e impar, fraccionaria y sintética, de su rol permanente, en los destinos de Dios. fué entónces que nada pudo hacer, pensar, querer ni sentir por sí mismo ni en sí mismo; su personalidad, como yo de egoismo, no pudo sustraerse al corte cordial de sus flancos. En su ser se había posado una nota orquestal del infinito, a causa del paso de Jesús y su divino oriflama por la antena mayor de su corazón. Luego volvió en sí, y al sentirse apartar de delante del Señor, condenado a errar al acaso, como número disperso, safado de la armonia universal, por una gris e incierta inmensidad, sin alba ni poniente, un dolor indescriptible y nunca experimentado en su vida, le colmó el alma hasta la boca, ahogándole, como si mascase amargos vellones de tinieblas, sin poderlas ni siquiera pasar. Su tormento interior, la funestu desventura de su esplritu no era a causa del perdido paraiso, sino a causa de la expresión de tristeza infinita y humanamente mortal que vió o sintió dibujarse en la divina faz del Nazareno; al llegar ante sus plantas. Oh qué mortal tristeza la suya, que de ser comparada a su goce en presencia de los niños, habría tirado de golpe la balanza, hacia el lado sin lado y sin platillo! Oh qué humana tristeza la suya, cual la que vigiló, a la luz de una víspera fatal, en un yermo olivar de Galilea, su oración muda y desolada, cuando goteó en el puro suelo su secreción de sangre y augusta, al compás de estas cárdenas palabras: Padre!
aparta de mí este cdliz! Oh qué infinita tristeza la suya, y cómo no la pudo contener ni el vaso de dos bocas del Enigma! Por ella sufría Benites un dolor desmedido y sin orillas. Señor. murmuró suplicante y bañado en llanto, al menos que no sea tánta tu tristeza! Al menos, que un poco de ella pase a mi corazón. Alomenos, que las piedrecillas vengan a ayudarme a reflejar tu tristeza!
El silencio volvió a imperar en la gran extensión incierta. Señor! Apaga la lámpara de tu tristeza, que me falta corazón para reflejarla! Qué he hecho de mi sangre?
Dónde esta mi sangre? Ay señor! Tú me la diste, y hé aquí que yo, sin saber como la dejé empozada en los rincones de la vida, avaro de ella y pobre de ella!
Benites lloró hasta la muerte. Señor! Pero tú sabes de esa sangre, ni blanca ni negra, roja como los crepúsculos y las incertidumbres, y líquida y sin forma, obligada a tomar la forma del lugar que la cobija tú sabes de los lugares de la tierra, con sus recodos agudos hasta casi confundir la entrada y la salida en un solo pasaje sin sentido, y con sus curvas tan cerradas y pequeñas que se las tomaría por simples puntos ciegos. Ay señor! Tú me diste la sangre, y yo fuí para e lla la curva ciega e inhóspita y el recodo sin entrada ni salida. Se oía callar al Silencio por el lado de la nada. Señor! Yo fuí el recodo sin entrada ni salida y la curva ciega e inhóspita en la vida. Cuando pude ser la tersura, el amor y la luz! Cuando pude detenerme en la inocencia, a despecho del tiempo y del espacio! Cuando pude cercenar las cosas por la mitad, tomarme sólo las caras y volver a sacar de los sellos otras caras y otras más hasta la muerte! Cuando pude borrar de una sola locura los puentes y los itsmos, los canales y los estrechos, a ver si así mi alma se quedaba quieta y contenta, tranquila y satisfecha de su isla, de su lago, de su ritmo! Cuando pude matar el matiz, y, convertido en zapador de lo probable, apostarme ante todos los tabiques, a blandir a dos manos el número 1, aunque cayese el golpe sobre la propia sombra de tal arma. CESAR VALLEJO.