AMAUTA 14 FRATRICIDIO Llegaron en la noche al pueblo las noticias de la sublevación.
Ya desde dias antes, temerosa la autoridad del estaHido indígena que provocarían las torturas que se inflingieron en la hacienda del cacique a los cabecillas, habia logrado reforzar la guarnición provincial con soldados del ejército. Eran sesenta hombres de infantería suficientes para acabar con los indios rebeldes.
Todavía en plena oscuridad salió la expedición a dominar a los sublevados. Había que caer en la madrugada sobre el poblacho, sin darles tiempo para huir. Terminantes eran las órdenes. Se tenía que hacer un escarmiento. porque la insolencia de los indios no era tolerable. Pretendían nada menos que recuperar las tierras detentadas por el señor Diputado. la luz indecisa del alba, comenzaron a descender.
En el fondo del vallecito se acurrucaba la aldehuela de Inkilpampa, con sus casuchas aglomeradas, sin formar calles.
Un agudo silbido atravesó el espacio como una saeta. Era la señal de peligro. De la semidormida aldehuela, como de un hormiguero, emergian decenas de indios que se fugaban por los cerros vecinos.
El jefe de la expedición ordenó fuego, y se inició la cacería. Parapetados los tiradores en las peñolerías, disparaban sus fusiles certeramente. Después de una hora, se hizo alto.
Al traqueteo de los rifles repetido indefinidas veces por el eco, sucedió el silencio.
Los soldados bajaron al ayllu con sus armas a la cazadora, humeantes aún. Iban a cobrar las piezas.
Habian caído exánimes ocho, mortalmente heridos seis El llanto de las mujeres y de los niños se mezclaba a los gorjeos de las avecillas madrugadoras. Trozos del Wayllar próximo al riachuelo estaban regados de sangre.
Este de poncho rojo a rayas negras se mueve aùn. El cabo Pedro Kispe se le aproxima. El rostro bañado en sangre la herida es en la cabeza y los ojos nublados ya por la muerte fijan su postrer mirada en el soldado. Algo ha visto el moribundo y se extremece. El cabo, compasivo, le limpia el rostro ensangrentado con el poncho.
Breves segundos más, y la exclamación simultánea. Wayk echay. Hermanito mío. La sangre se ha revelado; pero la muerte pone fin al diálogo que comenzaba. Fratricida!
cho comparació ante el señor. Hombres, mujeres y niños, desde el amanecer comenzaron a llegar al patio de la hacienda.
El mayordomo pasó lista, y el patrón fué revistando a su gente. Podía notarse que fijaba mayor atención en las mujeres.
Cuando Santuza fué examinada, el amo no pudo contener su sorpresa. Dónde había estado antes esta cholita linda que él no la había visto? solas ya con el mayordomo, pudo averiguar y saber que Santuza era hija del pastor Lucas Kusi y que no hacía un año que estaba en el rancho. pues pasó toda su infancia en la vaquería de Pantipata. Supo también que Silvestre el Kollana la acababa de tomar por mujer.
Al siguiente día, el patrón ordenó que el Kollana cumpliese una comisión urgente a la ciudad. En la carta que enviaba con el propio comisionado, dábase instrucciones precisas a fin de alejar de la hacienda a quien poseía una mujer que interesaba al señor.
Silvestre fué enrolado en el ejército como remiso al cumplimiento de la ley militar. el patrón quedó libre, sin odiosa restricción a su derecho de dueño indisputable de las hijas de sus esclavos.
Trascurrieron tristes los días de cuartel para el Kollana; su pasión por Santuza crecia en la soledad de su encierro. Pocos días después le llegaban las primeras noticias. El patrón, como lo tenía por seguro, no había respetado el hogar del marido ausente, y su pobre Santuza era ya una víctima nueva del insaciable robador de la honra y la inocencia de las infelices mujeres de la gleba indígena.
Pero, él no sería un consentido. No se conformaría como los otros. No era un jefe? El agravio adquiría en su persona una gravedad excepcional. Este patrón malvado no hallaría en el un vengador de todos los crímines, de todas las ofensas que recibía su raza? Largas horas de la noche, en el insomnio de los celos y la impotencia, Silvestre elaboraba su plan de venganza. Le obsesionaba el sangriento propósito y podía leerse en su rostro taciturno el odio que le roía el corazón.
Era un domingo de abril, salía por primera vez de su encierro militar Silvestre el Kollana. Observaron sus compañeros que Silvestre había perdido desde la víspera su hosquedad; estaba también alegre como los otros. Participaba de sus proyectos de holgorio. Si, irían a divertirse con mujeres. Beberían en abundancia. Sumaban buenos soles sus propinas.
Trascurrió el día rápidamente. Antes del toque de silencio, estarían en el cuartel, se les había advertido. Desde las seis de la tarde, el grupo de reclutas perdió la pista de su compañero el Kollana, y cuando penetraron a las cuadras, no estaba tampoco allí. El castigo era inevitable para el faltón. Seguramente se emborrachó y a esas horas, roncaba la mona en alguna chichería.
Las patrullas no encontraron en la ronda al retrasado.
Al siguiente día, nada se supo de Silvestre Se deserto. la hora del descanso, el cabo instructor desdobló el diario de la tarde, y se puso a leer. Lo rodearon aquellos reclutas que sabían ya lo que es un periódico y hasta de letreaban algunos trozos.
Había una noticia. El soldado Silvestre Tito, del regimiento número 17; asesinó al propietario de la hacienda EL CRIMEN DEL DESERTOR Santuza Waman era la mujer más bella del rancho. Los mozos se la disputaban, y en las fiestas Santuza atraía sobre sí todas las miradas y los mimos de jóvenes y viejos.
En el último carnaval, Santuza se había comprometido con Silvestre Tito, el kollana de Ch ok epampa. Fué aceptado el galán por los futuros suegros, y la nueva pareja de indios inició la convivencia. Se casarían después de la pascua, el año próximo.
En una chocita oculta en el cerro, sombreada de viejos molles, vivian felices los novios. Desde la puerta se contemplaba los maiszales, y Santuza, mientras preparaba la comida, podía distinguir perfectamente a su fuerte y viril kollana encabezando las faenas rurales. Deslizábase alegre el tiempo; el patrón de la hacienda hacía varios meses que se hallaba ausente, y el administrador era un buen hombre.
Una tarde se recibió la noticia traída por el ordinario. Antes de ocho días, el patrón volvería. Fué general el disgusto; pues no se había olvidado su despotismo, su innecesaria crueldad con los peones y colonos.
Nadie se sentía seguro de no atraer sobre sí la cólera del amo tiránico.
Aquella mañana del domingo toda la gente del ranLA DANZA HEROICA Se había sublevado la indiada.
Su rebelión se reducía a negarse a trabajar para el terrateniente. Llegaron abultadísimas las noticias al Cuzco y el prefecto, alarmado mandó cincuenta gendarmes a dominar la sublevación.