AMAUTA 35 EL ORGULLO INGLES POR CESAR FALOON He aquí lo más grave y lo más peligroso de una parte, acaso la más poderosa, de las clases directoras inglesas: el orgullo. Esto no hemos podido verlo antes, porque nos lo ha descubierto el conflicto con los nacionalistas chinos. Hasta ahora se mantiene un poco oculto, disimulado por los compromisos internacionales y por las buenas maneras. Pero en cuanto los nacionalistas chinos han arrancado la bandera inglesa del municipio de la concesión de Hankow y la han sustituído por la suya, y en cuanto las demás potencias se han negado a comprometerse en una acción armada contra China, la vieja Inglaterra, áspera y medioeval, ha sentido herida su inmarcesible autoridad de dominadora del mundo, y ébria de orgullo, se ha erguido retadora ante todas las fuerzas de la razón, de la política y de la sagacidad.
Los largos años de la post guerra con todos sus incidentes político diplomáticos, separaron los pueblos mucho mas que la guerra misma. Numerosas generaciones han sido educadas en el culto del odio recíproco predicado en el hogar, en la escuela y en la prensa.
Este sentimiento innoble se infiltró en todas las esferas sociales, inaugurando un estado de paz armada y emponzoñando el ambiente de cordialidad y de colaboración total, en que todas las naciones libertadas del yugo español deben desenvolver su inteligencia y su acción.
Hace pocos años empezó la reacción. Gentes de los dos paises se emanciparon de ideologías postizas para desbaratar la montaña hecha con papeles de periódicos y con notas de cancilleres.
Ahora podemos vernos y conocernos.
Nuestra visita a la capital de Chile nos lleva a la conclusión feliz de que las diferencias diplomáticas de la hora actual no son sino una simple consecuencia del error fundamental cometido por los firmantes del Tratado de Ancón que se empeñaron en elevar al Perú y a Chile al rango de democracias maduras y estipularon un proceso electoral como desideratum de la soberanía de Tacna y Arica. Los firmantes del tratado de paz no supieron ponerse a tono con la realidad de nuestros pueblos ni medir las consecuencias indiscutiblemente funestasque tenían que derivarse.
Esta es la médula de la cuestión. Las generaciones emponzoñadas por el error, han muerto. Las palabras de Vicuña Mackenna están inscritas sólamente en los bronces de los monumentos chilenos. Actualmente se opera en Chile una transformación radical del pensamiento que o.
rienta al pueblo hacia la unión definitiva y fraterna con el Perú.
Yo coincido cordialmente con mi querido amigo Francisco Javier Fermandois, ex presidente de la Federación de estudiantes de Chile, cuando dice que de la nueva generación latino americana depende en parte considerable el porvenir de nuestra Patria Grande. En efecto, nosotros tenemos que convertir en realidad este ideal. La amistad entre Chile y el Perú es el primer paso que debemos dar. Muy bien, amigo Fermandois. Nosotros somos soldados de la misma batalla, nosotros nos emocionamos igualmente ante la figura egregia de Higgins y de Carrera, nosotros no olvidamos cuántas veces hemos estado juntos en la Historia, nosotros sabemos cuánto hay de común entre nuestros los nosotros tenemos la evidencia segura de que auroras de dias mejores tienen que ra.
yar para los pueblos de nuestra América EDUARDO GOCOCHEA.
Para ver este lado de la actitud inglesa el más importante es necesario prescindir de los comunicados de la Foreign Office y fijarse en el tono de los comentarios de la gran prensa, en las numerosas cartas a los periódicos y en la manera como se describe la salido de tropas para Shanghai. El primer sentimiento de Inglaterra cuando los chinos invadieron la concesión británica de Hankow fué de sorpresa. Hasta entonces ningún inglés había pensado nunca en la posibilidad de un ataque semejante. Los chinos, sin embargo, se apoderaron de la concesión y se han quedado con ella. Esto ha sacado de quicio a muchas aimas inglesas. El ataque, aunque les pareciera un ataque inusitado, han querido explicárselo, después del primer momento de sorpresa, como una desviación inconsciente de las turbas desenfrenadas. Pero la negativa rotunda e indeclinable de las autoridades nacionalistas a devolver la conce.
sión, les produce un sentimiento mezcla de ira y de asombro.
No obstante, Inglaterra no quiere, en la irtimidad de su conciencia, reconocer el cambio de la situación. Ha hecho gestiones para combinar en una empresa guerrera a todas las potencias. Como las potencias se han negado a unirse a eila, se ha lanzado sola a la aventura. Pero ni siquiera vacilante, inquieta, calculando todas las probabilidades. Esta sería su actitud si considerase el caso como un negocio.
Mas Inglaterra lo considera como un acto de amor propio, de defensa de su derecho divino. Por esto no le importa la opinión de los demds países ni la fuerza de los nacionalistas ni los derechos de China. Sus tropas van a restablecer el orden creado por Dios, y dentro del cual, lo primero es el inglés, luego el blanco y después la Justicia, el Derecho y demás invenciones teóricas.
Este es el sentimiento latente en el envio de fuerzas a Shanghai. Estamos viendo ahora cómo parten los soldados, cómo se les despide, cómo se comenta el envío en las calles y en los periódicos. Apesar del formidable acopio de cañones, de tanques, de aereoplanos, de ametralladoras, nadie le atribuye a ésto carácter guerrero. La guerra supone, por lo menos, igualdad humana, y ningún inglés se crée humanamente igual a un chino. Los soldados de Inglaterra van a Shanghai, en concepto de los ingleses, a restablecer el equilibrio natural. Por esto nadie crée posible su derrota.
Ningún inglés ha considerado todavía ésta posibilidad. Hay el convencimiento implícito y difuso de la inmortalidad de los soldados británicos.
La razón de tal estado de ánimo es, naturalmente, el orgullo. Ni las doctrinas ni la mecánica modernas han podido transformar el espíritu inedioeval de la vieja Inglaterra.
Sólo un pueblo lleno de orgullo, creyente en su superioridad sobre las demás pueblos de la Tierra, puede tratar el asunto chino como lo está tratando Inglaterra. Después de haberse quedado aislada, convertida, por una serie de cir.
cunstancias, no todas claras ni justas, en la encarnación del imperialismo, su mayor empeño y su más tenaz insistencia en las negociaciones con los nacionalistas es un punto de amor propio.
Para Inglaterra lo más importante es impedir la captura violenta de las posiciones por el pueblo chino. El gobierno inglés quiere negociar con los nacionalistas y hasta renunciar a sus privilegios. Pero eso de la toma por la fuerza de las concesiones no puede admitirlo. Sin embargo, no se le ocurre, como se le ha ocurrid. a Bélgica, renunciar in.
mediata y sencillamente a ellas y entregarlas a las autoridades chinas. Esto le parece una humillación. Inglaterra quiere seguir un largo proceso de negociaciones con los nacionalistas, en el cual dentro de extrictas y minuciosas fór.
mulas protocolerias, queden guardados todos los respetos a la divinidad británica, y la renuncia a las concesiones y a las