AMAUTA 11 rivalidad con el padre y el correspondiente deseo de eliminación del mismo, aparte de otros aspectos importantes que comentaremos en su momento. Estoy en el comedor de la antigua casa de mis abuelos, la vieja casa de la calle de. que abandonara mi familia hace como dieciocho años. Es de noche, después de comida, y yo estoy extrayendo las pepitas de una chirimoya que está algo descompuesta. Surge cuñada de una de mis hermanas, y me recomienda que realice mi labor mediante el auxilio de un chorro de agua del baño, y así lo hago, más ya no es una chirimoya sino una canastilla lo que tengo que limpiar con agua. En esto oigo rumores de alarma que parten del comedor (yo estoy en el cuarto de baño) y allá vuelvo, algo emocionado: me reciben con la noticia de que hay penas. observo que ya no está en el comedor. Mi tía muerta hace años. me explica con visible impresión. la puerta de la sala estaba cerrada con llave y de pronto se ha abierto sola; no cabe duda de que han entrado por ahí (las penas. Al terminar mi tía, llega mi abuelo (muerto hace dieciseis años) en ropa de dormir y muy impresionado. Entonces empieza la búsqueda y mi tía señala el sitio en que está surgiendo la visión. Yo reacciono y, recordando cierto sistema que alguien recomendara alguna vez, empiezo a pronuncia el nombre de Dios con fuerza y repetinamen.
te, con el propósito a ahuyentar la visión que ya siento cerca de mi. Pero es inútil: cada vez la voy sintiendo más. Entonces resuelvo, desesperadamente, cambiar de sistema y voy al extremo opuesto: gritar groserías para ahuyentar a las penas. digo repetidas veces y dando miradas de inteligencia a mi abuelo y demás personas, haciéndoles comprender que es un gran sistema para acabar con las penas. Pero también fracasa, pues a poco grita mi tía. Ahí está, ahí. señalando un sitio próximo a mi. Miro asustado a la izquierda y, en efecto, empieza a surgir una figura cubierta por una especie de robe de chambre listada. Yo me retiro un poco, mirando absorto la aparición, que resulta ser mi padre, es decir, un mi padre de muchos años antes de su muerte (murió hace siete) con algo de cierto retrato suyo que conservamos, sus bigotes largos y su gorra de marino. Aparece silencioso mirándome algo sonriente, pero con una sonrisa macabra, indudablemente la sonrisa de un muerto. Tenía la cara inclinada, como caída, hacia la izquierda, y no se le veía ninguna otra parte del cuerpo, pues estaba totalmente cubierto por el batón listado. La emoción me despierta, pero he continuado el desarrollo del ensueño entre dormido y despierto, para recordar solamente el haberle increpado a mi padre que se hubiera presentado con esa forma tan anticuada de rostro.
El material de asociaciones libres del soñador es de sumo interés para la mejor comprensión de su ensueño.
En su mayor parte, éste corresponde a realidades infantiles del sujeto, reactualizadas al servicio de su complejo: el padre se presenta en condición de aparecido. de pena. es decir, de muerto, en un ambiente y en una época en que estaba muy lejos de morir, cuando el soñador tenía de cinco a seis años. Según recuerda éste, los rostros de las personas corresponden perfectamente a la época en que se realiza el ensueño y también minuciosas distribuciones domésticas olvidadas en vigilia. La casa en referencia fué, durante largos años, centro predilecto de tales apariciones nocturnas, según ha oído referir el soñador a sus familiares, teniendo este ensueño cierta semejanza con alguno de aquellos relatos, que tanto le impresionaran de niño, aquel en que, al sentir las penas. su abuelo se levantó en ropa de dormir a ver lo que pasaba, etc. Pocos días después del ensueño, el sujeto ha encontrado en su casa un retrato de su padre correspondiente a la época de la aparición, es decir, con sus bigotes largos y su gorra de marino. Más adelante, ha vuelto a tener un hallazgo de la misma especie: una fotografía de su familia en la casa del ensueño, correspondiendo los rostros de las personas retratadas a los que viera en el mismo. En resumen, queda, pues, paterte el rechazo del imago paterno, y la técnica empleada corresponde precisamente al poder mágico de las palabras, propio de la infancia del hombre y de la humanidad. La anacrónica participación de la hoy cuñada de su hermana) al inicio del ensueño, completa el cuadro edípico, pues ésta simboliza a la madre, toda vez que los demás elementos oníricos puestos en juego entre ella y el soñador fruta (fertilitas. canasta (locus fetalis. caño de agua. cuarto de baño, etc. concurren al intento de realización del incesto, que no se efectúa por la traumatizante aparición del imago rival, que, como se ha visto, es francamente rechazado, incluso al final, cuando le increpa el haberse presentado con esa forma tan anticuada de rostro, El mismo soñador presenta otros onirogramas de igual carácter, pero su consignación aquí alargaría demasiado este trabajo. Sólo diremos, en síntesis, que su complejo va evolucionando a medida que el sujeto va adquiriendo conocimientos psicoanalíticos bastantes a suavizar, socializándolas, sus relaciones entre lo conciente y lo subconsciente. Así, en otro ensueño en el que el contenido manifiesto es un segundo cataclismo celeste, no se emociona tanto como en el anterior, es decir, que no teme ya el incesto como lo temiera la primera vez; en otras palabras, habiendo amenguado, gracias a la autognosis, la tensión de fuerzas psíquicas entre lo consciente y lo subconsciente, la irrupción en la experiencia psíquica actual de complejos reprimidos no reviste los caracteres angustiosos del ensueño anterior, lo que evidencia, en este caso, el significado del conocimiento de la verdadera esencia de la motivación onírica. Es oportuno consignar que esta tendencia del sujeto a simbolizar con cataclismos celestes su dicho complejo tiene antecedentes históricos, entre otros, que, de niño, su madre solía hacerle explicaciones instructivas sobre astronomía, llegando en cierta ocasión a obsequiarle un tratado con numerosas ilustraciones, que el niño miraba siempre con singular delectación. Por último, cuando el sujeto está ya bastante orientado en onirismo y conoce, por lo tanto, a fondo su complejo, tiene un ensueño cuya ambivalencia demuestra de modo asaz claro una nueva fase de la lucha entre la tendencia subconsciente y la represión: ya no rechaza, en el ensueño, a su padre, sino que, por el contrario, al encontrarlo en un lugar público, tiene deseos de abrazarlo para manifestarle así el placer que experimenta al verlo después de muerto. es decir, resucitado (había muerto en realidad. mas el padre se aleja, a pesar de las súplicas del hijo, que indignado ante tal actitud tan poco paternal, saca un revólver y ile pega un tiro. modo bastante crudo de racionalizar las pristinos fundamentos del impulso parricida, que nos deja ver claramente la ambivalencia de los fenómenos afectivos, amor y odio, hacia el padre: el amor, manifiesto en la satisfacción de verle de nuevo en vida, y el odio justificado por el motivo banal de su inatención a la llamada clamorosa y el subsiguiente asesinato.
Empero, la regresión al pasado no es el único incentivo del ensueño: con frecuencia, al mismo tiempo que satisface un deseo de raigambre hedonístico infantil, el soñador realiza uno de motivación reciente: los sueños pueden tener, pues, simultaneamente, varias determinaciones. Hay más: tienen también una función de adaptación actualconcepto que nuestra experiencia personal confirma ampliamente. la actividad subconsciente no sólo es instrumento del pasado sino que intenta también la solución de los problemas vitales que plantea la situación presente del sujeto, a veces de manera tan clara que resulta fuente de inspiración para la conducta consciente. Nuestro amigo el Dr. Valdizán nos hace notar que la sabiduría popular no ignora esta función del ensueño, como lo acredita el dicho aquel de lo consultaré con la almohada. que las gentes usan para significar que determinarán la solución de un asunto pendiente después de dormir, esperando sólo del ensueño una inspiración feliz, en particular cuando se hallan en la impotencia de encontrarla por la reflexión.
Al lado de la propensión regresiva, sin inhibirla, se presenta la actitud progresiva, que se dirige al futuro, diseñando las líneas posibles del desenvolvimiento moral de la personalidad. Los símbolos pueden tener, pues, múltiples interpretaciones, ser a la vez medio de satisfacciones degresivas, medio de compensación de dificultades actuales y medio de preparación pectiva. Este último fin requiere una interpretación especial: el simbolismo que lo expresa es funcional. anagógico, es decir, que los elementos del sueño, imágenes de personas y de objetos, y su secuencia, representan las tendencias súbjetivas, las fuerzas endopsíquicas, en una palabra, se trata de una representación autosimbólica. Según esto, la interpretación conforme a la realización del deseo, es sólo la primera fase del análisis psicológico, etapa de pros