10 AMAUTA do: en el centro mismo del disco lunar aparece una pequeña mancha rosada que, rápidamente, va intensificándose y creciendo hasta convertirse en un gran punto rojo sangre. La emoción aumenta. De pronto la luna se transforma en una esfera de reloj luminoso, pero sin agujas, conservando su aspecto lunar achatado. La mancha roja, sigue intensificándose hasta tomar un color rojo retinto, semiamoratado, casi negro. Cuando llega al negro, los números de la esfera, que han conservado su rojo vivo inicial, van desapareciendo fragmentaria y bruscamente, la luna se raja como se rajaría la esfera de un reloj y se apaga inmediatamente. Al apagarse se siente una detonación formidable pero lejana, en el espacio. La noche se hace más oscura y trágica. Temblor.
Cataclismo horrible. Truenos horrisonos. La sensación es de fin del mundo. En el máximum de espanto dirijo la mirada el cielo obscuro y elevo fervorosamente mis súplicas: Señor, Dios mío, ten piedad de mí.
Perdóname, Señor, todo el mal que he hecho. Santísima Virgen María, no me desampares otras plegarias angustiosas, pidiendo también por todos los míos. Cuando el cataclismo llega a su crisis, yo despierto asustadísimo, el corazón violentamente agitado.
Vuelvo a dormirme esta vez de costado, pues he atribuído a la posición de espaldas la pesadilla e inmediatamente vuelvo a soñar con la luna; la noche es clara y apacible, la luna, esta vez en el cenit, está muy blanca y luminosa, perfectamente redonda y del tamaño que se ve ordinariamente. De pronto, surge de nuevo la manchita roja, en el cen.
tro mismo. ante la proximidad de un segundo cataclismo, hice por despertar, lográndolo, muy emocionado.
Vuelvo a dormirme y sueño entonces que estoy en la misma cama con dos de mis hermanas, una profundamente dormida y la otra ligeramente, tanto que se despierta al sentirme, sonriendo.(Pollutio. Volví a dormirme y no tuve más ensueños.
El relato de esta pesadilla que presentamos, constituye una clara demostración de la función del ensueño como guardián del sueño. Tiende a realizarse el incesto, que la censura reprime. Se manifiesta, desconectada, la ansiedad correspondiente, pero frente a otras imágenes, en apariencia ajenas al incesto, racionalizando; justificando el horror hacia el mismo, horror que experimenta el sujeto antes de que haya motivo de alarma en el juego de las imágenes mismas, en sí. Cuando la aparición del motivo protervo es inminente, el sujeto despierta: despertando se evita el desastre de la imposición de lo subconsciente. El ensueño tiene, pues, como ha dicho Freud, y este onirograma lo patentiza, la misma función que el sereno que vela por la tranquilidad del vecindario, pero que, llenando aún sus funciones, tiene que despertarlo cuando hay un peligro mayor. En dos ocasiones sale triunfante la censura: en la tercera fra casa en parte, pues aparece el incesto, mas no con el imago de la madre misma, sino con un substituto. aquí es oportuno puntualizar las asociaciones posteriores del soñador, que ha tenido, la tarde previa al ensueño, una cita amorosa, con una mujer casada, cita de obligado platonismo a causa del lugar en que se realiza y del cual ella se despide antes que él. Más tarde, cuando él se retira de la casa, a pié por un camino de campo, se detiene a contemplar la luna, que acaba de salir, gigantesca, y muy amarilla. Al referirse a este punto, el sujeto hace esta declaración. Yo estaba muy contento. Conviene hacer notar el estado civil de la amiga del soñador, quien, en este aspecto, por parcial identificación de aquella con su madre, muestra así su tendencia incestuosa, que, no consumada con la vicariante, en sueños se actualiza con otro sustituto más afine al par que más prohibido. Se ve también claro el simbolismo de la luna. cuya contemplación tanto complaciera al sujeto al salir de su cita. que representa a la madre, cosa bien establecida por Sadger en los sonámbulos y que nosotros hemos constatado en los sueños y en algunos mitos. Es de advertirse que el sujeto, en la época de este ensueño, desconocia el psicoanálisis.
Respecto a la censura, cabe preguntar por qué relaja su vigilancia durante el sueño. El hecho se debe, sin duda, a que las fuerzas psíquicas no pueden tener el modus vivendi de que disfrutan, si en parte no se permite a las inferiores alguna libertad para su ejercicio, y es innegable que el momento en que el individuo es incapaz de acción exterior, es el que más conviene a la censura para permitir a las tendencias reprimidas que se expresen, ya que entonces sus efectos tienen menos trascendencia.
El contenido profundo de los sueños, la sub base, está, casi sin excepción, constituída por actividades de espíritu que se remontan a la infancia del soñador: el sueño es, pues, un retorno a la infancia, una regresión al período de la vida en que, por su genuina limitación, los deseos son satisfechos casi en totalidad; período en que el individuo, por eso mismo, alimenta el sentimiento de omnipotencia personal, ya que la inclinación hedonistica de su alma no ha sido aún castigada por los desmentidos de la ruda realidad: en la noche, cuando descansa del yugo de los hechos exteriores, el espíritu se refugia en lo que es para él el paraíso perdido. Una breve reseña de las características de la mentalidad del niño y de su desarrollo, completará nuestra exposición: el hecho de nacer encarna para el nuevo individuo un rudo golpe de la realidad inclemente; las impresiones del exterior la vida misma hacen sentir necesidades de retorno al estado perdido al venir a la luz, cuya satisfacción por equivalentes acabadamente consumada en la primera dormida del bebé es la fuente del goce elemental y primitivo de que es capaz quien se inicia en la existencia telurica. Ahora bien, esta satisfacción de las necesidades primarias es condicionada generalmente por la madre, y como su repetición es frecuentísima, el niño llega a asociar las emociones de bienestar, de confort, de placer, con la persona que las condiciona, lo cual determina una adhesión afectiva consiguiente, que se marca profunda e indeleble en el alma del sujeto, por ser el primer surco en la tierra virgen de la inexperiencia, el fundamental semeion en la tabula rasa de la mente. Por otra parte, el padre interviene en la familia como control, como representante de la autoridad inapelable, como instrumento de adaptación de la mentalidad del niño a los rigores de la realidad del mundo mate rial y de los imperativos del mundo moral. El padre impresiona al niño como la encarnación misma de la ingrata disciplina, hostil al blando bienestar que condicionan los cuidados y caricias de la madre, despertando un sentimiento de rebeldía, atemperado y reprimido después por sentimientos contrarios, de cariño, respeto y gratitud. Ese mismo sentimiento de rechazo respecto al poder del padre, más tarde, hace nacer en el espíritu infantil un deseo compensatorio, de voluntad de dominio, a imagen y semejanza de la del padre, que no por substituído por afectos más nobles y socializados, deja de quedar en las profundidades como reliquia con vida latente. El sedimento que deja en la personalidad la experiencia de los primeros años, es como el paraíso perdido, al cual se ansía retornar eternamente, de manera especial e intensa en los momentos difíciles de la existencia, en que capitula la adaptación consciente de alta tensión, pues entonces, en la infancia, se vivía conforme al principio del goce, se estaba, gracias a los artificios de la familia, celosa cauteladora del confort del individuo incipiente, al abrigo de las injurias de las cosas y de los seres: los deseos todos se satisfacían gratamente a medida de su aparición, o por lo menos, con pequeño retardo.
Este romance familiar puede caracterizarse, respecto a la madre, como adhesión amorosa, sensual en su origen, que hace de ella primero un vehículo de placer y después un ídolo; respecto al padre, como repulsión por momentos franca odiosidad tornándose más tarde su persona en ideal del sujeto, nucleo de la instancia suprema de su estructura mental: el super. yo. Estos factores afectivos de la personalidad incipiente son los que en psicoanálisis constituyen el complejo de Edipo, designación que se explica, si nos damos cuenta de que la conciencia del adulto, imbuída de horror hacia ciertos instintos, asaz crítica, suspicaz y maliciosa, por efecto de la educación moral, re chaza los elementos de la personalidad inmadura que, en valores de esa mentalidad adulta, resultan de orden sexual y censurable; más claro: la conciencia del adulto, al enfocar los elementos afectivos de la infancia, en lo que respecta al contacto con las personas, los genitaliza y hace pecaminosos.
El contenido latente del último de los ejemplos de ensueños que hemos presentado (IV. evidencia con claridad uno de los factores del dicho complejo, el relativo a la madre; en los que siguen, se pone de manifiesto, en forma que no deja lugar a dudas, la contraparte, o sea la