9 AMAUTA La simbolización tiene frecuentemente sor base la afir.
mación subconsciente de una semejanza interesada con algo ajeno al sujeto: en esto consiste el proceso de identificación o introyección, muy observado en las neurosis. El proceso contrario, no menos usual, es el de proyección: gracias a él, el individuo atribuye a otras personas caracteres y tendencias que en realidad no son sino caracteres y tendencias endopsíquicas, esto es, partes de su yo, que la censura no lo permite ver directamente como cosa propia; este mecanismo da también la clave de la paranoia.
El mecanismo del proceso onírico se aclara al comprender que los huéspedes de la subconciencia son enemigos naturales de los de la conciencia, pues obedecen a móviles sensuales en pugna, naturalmente, con los principios sociales que priman en ésta. Pero como quiera que, por su misma antigüedad, los subconscientes tienen a su servicio buena parte de las energías de la psiquis, siempre logran expresar sus necesidades proclives. Ello tiene lugar de manera disimulada con imágenes que son un compromiso entre esas tendencias y la censura con que la conciencia trata de impedir su actualización. De este modo el drama aparente del sueño es como una mascarada: debajo de los disfraces hay otros personajes y otras intenciones que los ostensibles: esos motivos ocultos constituyen lo que se llama contenido latente del ensueño. Harto complejo es el modus operandi gracias al cual el contenido latente, el motivo real, se transforma en contenido manifiesto. o actualización ficticia; hay que considerar en él, en primer lugar, la representabilidad, que significa la conversión de las tendencias e ideas ocultas en cuadros plásticos, en formas figuradas; después tenemos la condensación, o sea la unión o combinación de varias imágenes en una sola figura de múltiples valores, lo cual constituye el factor principal del carácter disparatado del ensueño; otro proceso es el desplazamiento, es decir, la desviación de la importancia de las imágenes, tomando brillo y entidad las que psicológicamente valen poco, a expensas de las que encarnan más genuinamente las intenciones de la subconciencia. En el fondo, tales procesos, aparentemente diversos, implican un solo objetivo y concuerdan en el modo de perseguirlo, constituyendo en su conjunto una forma de lenguaje alegórico; la simbolización, por último, lo encarna acabadamente. Todo el trabajo del sueño, por el que se trueca el contenido latente en substancia manifiesta, que no es otra cosa que la figuración representativa y alusiva siendo la simbolización su forma típica por la frecuencia y por la generalidad. viene a ser, en síntesis, una combinación de imágenes condicionada por la interacción de las tendencias primarias y las fuerzas censoras.
Hemos dicho ya que la actividad subconsciente se orienta en forma definida hacia la consecución de determidado fin, que es lo que precisamente corresponde como fórmula general a los sueños, esto es, la realización de deseos o el acabamiento de impulsos, tendencias o posibilidades de diverso orden y origen. En el niño, el ensueño es generalmente la realización literal de un hecho que en la vigilia no pasó de ser simple posibilidad lisonjera, del todo inocente, de suerte que ahí el hecho no tiene más importancia que ser el medio de conseguir, imaginativamente, un placer que no pudo verificarse en la acción efectiva: es el desquite o compensación alucinatoria de una incapacidad personal o de una limitación impuesta por el fenomenismo exterior. Las cosas se complican en el adulto, aunque el esquema psicológico del ensueño permanece el mismo. Entonces el deseo deja de ser inofensivo para la conciencia, de suerte que es rechazado por ella, lo cual determina la deformación de los factores escénicos que lo actualizan: por esto constituye la realización interlope de deseos reprimidos. Por otra parte, las fantasías, para aliviar los impulsos de la efectividad subconsciente, no necesitan ser razonablemente verosímiles, pues la esencia de la submentalidad no es concorde con el sentido de la realidad, sino exclusivamente acomodada al principio del placer.
Se objeta con frecuencia a este modo de comprender los sueños, que no puede explicar aquellos en que lo que se efectúa es no solamente extraño a todo deseo posible siro también opuesto, como sucede en las pesadillas. Talaserto no tiene fundamento sino en apariencia: el análisis exbaustivo de sueños de esta indole confi, ma siempre el aozbamiento del imsuso o la realización del deseo. Nosotros hemos tenido ocasión de analizar uno que consistía en la verificación de algo que es precisameute lo que menos puede ser el desiderátum para un mortal no irremediablemente desdichado. Se trataba, en el sueño, de la propia muerte del señador, a causa de una hemorragia cerebral.
La interpretación fácilmente nos demostró que el sujeto tomaba su muerte ilusoria como simple medio. en verdad muy insensato para la razón, como que era un medio de orden sado mascquista de castigar con el remordimiento y la admiración a un enemigo que poco tiempo antes le había irjuriado; satisfacía, asimismo, el deseo vanidoso de hacerse reconocer como hombre de actividad intelectual superior, pues se identificaba con un atleta del pensamiento, muerto por hemorragia cerebral pocos días antes; satisfacía todavía un tercer deseo, ligado al narcisismo, pues se comparaba con Marco Aurelio. lo cual cornota una exaltación de la propia belleza y grandeza moral repitiendo en el último trance su santo y seña postrero: aequanimitas.
Otro ejemplo ilustrativo de que sólo en apariencia puede ser el ensueño la realización de un acontecimiento no deseable, es el siguiente: Un joven enamorado sueña que al ir a casa de su muchacha. es mal tratado por la familia y sale desdeñado por la niña. Al análisis, se descubre que, en lo intimo, desea romper sus relaciones amorosas con ella, pero sin quedar mal él; en otro lugar, donde pasa los veranos, tiene una amada digna de mayor aprecio sensual y sentimental (después de algunos años, nuestro soñador se ha casado con esta segunda dama. El ensueño, que realiza la más útil función como protector del equilibrio psíquico, sirviendo de verdadera válvula de escape a las tendencias instintivas, desempeña al mismo tiempo el papel de guardián del sueño. de manera que para que uno pueda dormir, es preciso que sueñe. Alejandro Dumas ya había intuído este hecho: Il y a qu un sommeil sans rêve, le fort sommeil, la mort. En efecto, parece positivo que la actividad cerebral no puede ser nula en ningún momento, y que cuando es mantenida por estímulos sensoriales, el estado de sueño no es posible: por consiguiente, la actividad mental, para dar lugar al descanso de las funciones de percepción, debe concentrarse en el mundo de las puras imágenes, que es el del sueño. Esto se ve claro en el siguiente relato: III. En víspera de despacharse correo para el extranjero, pensaba que no debería acostarme sin antes escribir una carta para París, en francés, y otra para Cambridge, en inglés; pero el sueño se apodera de mi protegido por esta ilusión hipnagógica: dos damas, una hablando francés y la otra inglés, me llaman a la calle; yo estoy descansando en la tienda donde tanı veces, de jove he visto salir a una muchacha que me gustaba Se puede argüir que los sueños mismos, las pesadillas, sobre todo, son causa de la interrupción del sueño; pero en realidad, aun en este caso, el sueño desempeña siempre la alta función de protección de la psiquis: la defensa contra: el desplacer. Freud explica muy ingeniosamente el hecho.
en este caso, según él, actúa como un sereno cuyo pri.
mer deber es reprimir los disturbios, tanto como es necesa.
rio para no despertar a los ciudadanos; pero igualmente cum ple de modo muy apropiado su deber cuando despierta al vecindario en el caso de que las causas del disturbio le parezcan tan serias que lo imposibiliten para dominarlas por sí solo.
Hé aquí, a este respecto, el ensueño de un individuo normal: IV. Una noche obscura, el cielo negro, profundo, tenebroso, sin una estrella. Es un sitio medio campo, medio ciudad, o mejor, arrabal.
Repentinamente, surge la luna, enorme, amarillenta en forma achatada, casi ovoidal; su tonalidad amarillosa la la sensación de una bombilla eléctrica que por icbilidad de la corriente no puele alumbrar. Las manchas lunares, grises, intensas. Me emocionó sin causa aparente hasta llegar a un momento de máxima intensidad, pero ya por un motivo defini