18 AMAUTA L G MO NAL POR GAMALIEL CHURATA (CONCLUSION, VÉASE EL NUMERO ANTERIOR)
Que los temas musicales que el indio desenvuelve en su rústico carrizo obedezcan a melancolía, a tristeza añeja, fruto de itimaes, imperio y conquista, podría ser uria afirmación respetable para quien no presenciara el devenir andino y lo que es más, para quien no hubiese sentido en sus inquietudes arder la llama oculta que es el mandato de la raza. El indio es de espíritu vibratil, pero nó bullanguero; la naturaleza es épica, pero no revoltosa. el huaiño que ha sido hasta ahora interpretado como un bailable sin otra trascendencia, encierra cuanto ha pensado: en el momento de las cóleras vengadoras es la representación completa de su poder y en la danza la invitación viril del mancebo fornido y florido. Acaso el huaiño en ciertas actitudes describe la unción guerrera y siempre un impetu de dominio.
El marido de la Encarna, alguna vez hubo de piIlarla debajo del hijar anheloso del mayordomo. Aquella vez vació toda su cólera. El mayordomo no tenía armas con qué defenderse. Tuvo que soportar el castigo del hombre.
Cada porrazo parecía matarlo. Ese esqueleto primitivo daba la impresión de una maquinaria de muerte. El mayordomo pidió auxilio; pero ¿a quien? El cornudo se lo prestó dejándolo semimuerto en el suelo tantas veces complice. Encarna la miró con pena. Se la llevó reprendiéndola, amonestándola; casi con dulzura.
Pero a los ocho dias encontraron al mayardomo con la cabeza cercenada en su propia habitación, mientras el marido de la Encarna picchaba su coca habitual.
Así permane ció hasta que se lo llevaron a la Cárcel.
cuencia y en todas direcciones. Vibran en lejanías y, como si la montaña recogiera la voz, se les oye bramar junto a los corrales de la alquería. El mayordomo está convencido que el ataque no tardará. Pero no sabe que cuando habla le están oyendo orejas enemigas acurrucadas en el fondo del patio. Antes que lo ataquen, pensando intimidarlos, parapetado sobre los techos y ventanas, vacía sus cartucheras. Entonces los indio, brotan del suelo y se inicia la lucha. Ya se perciben los ayes de algunos heridos y en el reposo bestial de la noche el quejumbroso balido de las ovejas que rompen la estaca del redil y ciegas se echan a huir impelidas por el espanto de los hombres. La indiada trata de forzar la puerta principal. Ellos esperaban que se abriera pronto; pero ya han sido degollados los encargados de hacerlo.
Presto se vé surgir una llamarada humeante dentro de las pajas de la techumbre y un alarido de placer y victoria enronquece. Los gritos se centuplican estentóreos y epilépticos. El fuego, en lenguas, lame los muros y se contorsiona en el espacio. Desde el mojinete donde se defendía bravamente ha caído uno de los hombres de la finca, uno de los malhabidos secuaces del ganonal. Ha caído entre las fauces, sobre el haz de leña verde, carne fresca para el kancacho. Lo trucidan con desesperado gesto. Lo maldicen. Lo parten. No le dejan tiempo para confesarse, lo cual es el último dolor del católico. La puerta no cede; pero con felina agilidad se ha visto a un muchacho trepar paredes, el an3 Todas las noches gime el viento entre las breñas, silba en el vericueto, amenaza sordamente entre los pajonales. En sus chillidos alguien descubre pasos del huaiño, Es a veces la canción pastoril, motivo de paz arcádica y el puñal que degüella y justifica.
En la quietud penserosa de la parcela cuán dulce y grato al espíritu el discurrir cadencioso de la existencia animal.
Cuando miramos, es la chita que balando busca en la conglomeración de carneros el pezón de su ubre. Sabe reconocer la voz de su madre, su dulce entonaciòn. Esto ocurre al atardecer cuando el zagal arrea el ganado al establo. Dios fraterniza con la luz dorada y la enciende de misterioso hondor. Ah! entonces se comenzó a oir los breves, espesos rugidos. Ya, hacía el medio día, para quien oye y sabe comprender, la pampa estaba preñada de cóleras. Ya se oía el breve y espeso rugido. Phu! Phu!
Compactos grupos de indiada, des.
cendiendo los cerros, armados de garrotes, cuchillos, rifles, hondas, ya de noche, se aproximaban al caserio. En la Hacienda se tuvo noticia tarde y luego se procedió a cerrar las puertas, armarse y mandar propio a la capital en solicitud de fuerzas de policía. La indiada se acercaba. Eso era evidente. Silbaron algunas piedras. Quién comanda a los indios? Eso no se sabe. Alguien va! Los phuttutos rugen con más fre19 Dibujo de Quispez Asin