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AMAUTA 36 EL CHARLESTON NUESTRA EPOCA POR MODESTO VILLAVICENCIO Todo baile traduce el espíritu de su época. Las danzas clásicas, por ejemplo, ceremoniosas, meditadas, ritmadas, son el trasunto de períodos de calma, de paz espiritual. Ni un paso más, ni un paso menos. Todo está dosificado. Tal acontece en los ciclos monárquicos de la historia occidental. Los bailes son como sus cortesanos, curvilíneos y genuflexos.
En nuestro período colonial, todo el narcisismo meloso de virreyes nobles y perezosos, se traduce en sus danzas cortesanas. La manera de tomar la pareja, las miradas lánguidas y respetuosas, las venias etc. retratan la fisonomía de una época infecunda que tenía la preocupación de copiar todo lo mediocre de España.
No precisa alejarse mucho para hallar danzas semejantes. Muy pocos habrán olvidado el minué y la cuadriila. Nuestros viejos que bailaron con el Mariscal Castilla o con don Manuel Pardo, saben cuánta zalamería y atildamiento se derrochaba en aquellas danzas.
Pero vienen los años cercanos de la gran guerra. La crisis histórica tiene su repercusión en el alma artística de todos los pueblos del mundo. El espíritu irrespetuoso de la época, arremete contra todas las formas clásicas del arte.
Al empuje de este fenómeno ululante y triunfador, no escapan los bailes antiguos. Ni el pobre vals se libra de la acometida revolucionaria. Entre tanto la pujanza arrolladora de los Estados Unidos, impone al mundo sus one steps, fox trot, camell, shimmy, charleston etc. En pocos años, el baile yanqui, conjun. amente con los dólares, conquista el planeta. Pero este hecho ¿tiene alguna explicación histórica. Por qué principalmente el charleston ha tenido una aceptación universal?
Sabido es que los Estados Unidos repudian todo lo que provenga de la raza negra. Sin embargo, su ánima faústica se ha entregado con un ardor extraordinario a propiciar y actuar una danza de origen negro.
El charleston responde a una necesidad orgánica y espiritual de la época. Es un símbolo de la civilización capitalista. Es un baile de negros, pero no precisamente para negros. El hombre moderno dominado por el espíritu de la gran urbe se lo ha apropiado para satisfacer una necesidad biológica: la de la violencia.
El charleston, en el area artística es equivalente, en política, a la actitud marcial y trepidante del fenómeno fascista. Los movimientos epileptoides y arrítmicos de la danza moderna, son como el símbolo de la cachiporra y del aceite de castor. Su espíritu de conquista es como un trasunto de las dictaduras. Ningún baile podría acomodarse mejor a la sicología tempestuosa del hombre actual.
Desde otros puntos de vista, el chárleston es equivalente del deporte. nuestras sociedades modernas las domina la admiración por el músculo, por el espectáculo brutal del box. Por consiguiente, no puede sustraerse al ejercicio de una danza, también beligerante y llena de fuerza primitiva.
El baile es un equivalente del trabajo, dice el doctor Gregorio Marañón. He allí por qué el chárleston tiene tantos partidarios entre las filas de la gente rica y desocupada. El hombre necesita emplear en algo sus energías.
El trabajo es un imperativo biológico. Pero el trabajo se desconoce entre la burguesía adiposa y ventruda que ha creado la era capitalista del mundo. Su ccio, pues, la conduce naturalmente hacia el chárleston: Es un medio de gastar energías y, por consiguiente, de combatir la obesidad.
En el mundo se esboza una corriente de opinión que repudia el chárleston. Se le niega estética y moralidad y se le reputa contrario a la salud. Los médicos declaran que origina la peritonitis o provoca el desprendimiento de algunas visceras. Sus movimientos violentos han causado la muerte intempestiva de algunas bailarinas. Pero estos hechos trágicos ¿han sido capaces de entibiar el entusiasmo de sus innumerables admiradores?
El charleston representa un estado de ánimo de la época. No es probable, por lo mismo, que sus detractoses logren amputarlo. Se trata de un fenómeno sicosociológico, semejante al que mantiene todavía en vigor las pelucas. Las gentes pueden demostrar su brutalidad exhibiendo sus inconvenientes para la salud. Pero esto no es suficiente. La subconciencia defiende sus fueros. Estimulada por la època presente, hace resurgir en el espíritu la violencia ancestral de nuestros antepasados cavernarios.
congreso fué la organización local; el del segundo debe ser, en lo posible, la organización nacional.
Hay que formar consciencia de clase. Los organizadores saben bien que en su mayor parte los obreros no tienen sino un espíritu de corporación o de gremio. Éste espíritu debe ser ensanchado y educado hasta que se convierta en espíritu de clase. Lo primero que hay que superar y vencer es el espíritu anarcoide, individuálista, egotista, que además de ser profundamente antisocial no constituye sino la exasperación y la degeneración del viejo liberalismo burgués; lo segundo que hay que superar es el espíritu de corporación, de oficio, de categoría.
La conciencia de clase no se traduce en declamaciones hueras y estrepitosas. Resulta sumamente cómico oir, por ejemplo, protestas de internacionalismo delirante y extremista a un hombre, atiborrado de revolucionárismo libresco, que no se ha liberado a veces, en su conducta y en su visión prácticas, de sentimientos y móviles de campanario y de burgo. La consciencia de clase se traduce en solidaridad con todas las reivindicaciones fundamentales de la clase trabajadora. se traduce, además, en disciplina. No hay solidaridad sin disciplina. Ninguna gran obra humana es posible sin la mancomunidad llevada hasta el sacrificio de los hombres que la intentan.
Antes de concluir estas líneas quiero deciros que es necesario dar al proletariado de vanguardia, al mismo tiempo que un sentido realista de la historia, una voluntad heróica de creación y de realización. No basta el deseo de mejoramiento, el apetito de bienestar. Las derrotas, los fracasos del proletariado europeo tienen su origen en el positivismo mediocre con que pávidas burocracias sindicales y blandos equipos parlamentarios cultivaron en las masas una mentalidad sanchopancesca y un espíritu poltrón. Un proletariado sin más ideal que la reducción de las horas de trabajo y el aumento de los centavos de salario, no será nunca capaz de una gran empresa histórica. así como hay que elevarse sobre un positivismo ventral y grosero, hay que elevarse también por encima de sentimientos e intereses negativos, destructores, nihilistas. El espiritu revolucionario es espíritu constructivo. el proletariado, lo mismo que la burguesía, tiene sus elementos disolventes, corrosivos, que inconscientemente trabajan por la disolución de su propia clase.
No discutiré en detalle el programa del congreso.
Estas líneas de saludo no son una pauta sino una òpinión. La opinión de un compañero intelectual que se esfuerza por cumplir, sin fáciles declamaciones demagógicas, con honrado sentido de sų responsabilidad, disciplinadamente, su deber.