AMAUTA 33 EI niño y el sentido de lo maravilloso POR MARIA WIESSE (APUNTES DISPERSOS)
la felicidad. Sabía el poeta que nadie más digno, ni más apto que el niño para recibir la revelación del misterio y la visita del ensueño; por eso elige a Syltil y a Mytyl para que vayan en busca del simbólico Pájaro Azul. 11 La vida en su severa labor de destrucción no solamente vá deshojando la rosa frágil de nuestras ilusiones; también nos priva de aquella facultad preciosísima de sentir pura y profundamente lo maravilloso; resta potencia a la imaginación y únicamente los artistas y los poetas conservan, en toda su integridad, el privilegio propio de los niños de trasladarse a la región encantada de los ensueños, de las maravillas y de las quimeras. Recordáis algunos de los relatos poblados de pequeños seres irreales y de criaturas fantásticas que una abuela, una tía o una criada, narraban para deleite de vuestra infancia. No es cierto que los personajes de aquellas fábulas doradas y azules, color de luna, color de mar y color de sol, se os antojaban de carne y de hueso?
Mezclados a vuestra existencia eran vuestros amigos, vuestros compañeros, vuestros protectores y también, a veces, vuestros enemigos. Vuestro espíritu, entonces, daba tanta fuerza y quizás más a lo invisible, como a lo visible; sin perder su belleza, el misterio tomaba caracteres de realidad y, en cada uno de vosotros, había un soñador y un poeta.
Cuando Maeterlinck escoge los seres que habían de ir en busca del Pájaro Azul, no se detiene en los jóvenes, ni aún en los adolescentes todavía impregnados de las mieles y del fresco aroma de la niñez. Dos pequeñitos tiernos y puros se internarán en el país de los símbolos y de la fantasía; dos pequeñitos traerán en sus manos candorosas el ave milagrosa de un poco la mirada se vé el caserío de la finca perdido en una rinconada a muchas leguas de distancia. Hacia esos lugares se vé parpadear una luz.
Alrededor de la fogata hay un maravilloso registro de gestos. Todos tienen torva mirada, labios gritadores en impenetrable mudez. Están reunidos para maldecir, y aunque alguno habla exponiendo planes, no se le toma en cuenta. Hay una sola verdad; y es que deben alzarse, invadir la finca y acabar con los malditos. Cómo se hará ésto? Lo importante es que se haga. Uno se yergue sobre los demás. No es para mandar. Es para dejar que sus nervios tiemblen mejor. Circula una cita. Iremos! luego no se oye más que el general llanto surgiendo de la pampa enorme enrojecida de coraje. No hay cosecha. Pero los graneros están repletos en la Hacienda. Adelante!
En medio de una planicie suficientemente extensa para causar la admiración de cualquier lechuza, hay un cerro de cono truncado scbre cuyo plano se alzan dos chullpas de prieta roqueda. Están semidestruídas, pero conservan aún la grandiosidad del pasado. Hablan con lenguas multicolores, si se les mira como a juguetes persistiendo en las arrugas de los siglos. Ellas, a pesar su conformatura semitrágica, son para el hombre divergente, adornos del Tiempo, como aretes y cachivaches de momias.
Rectangulares, como toda obra inkásica, hacen pensar en una angustia superior a la risa, pero que llama a risa siempre, desde que la risa es canal por donde evacuan las cloacas interiores. En alto relieve hay tallados dos pumas: son el símbolo de la libertad concedida por la Naturaleza a los hijos que se alimentaron de su sangre!
Observar al niño, estudiar su personalidad, seguir atentamente el desarrollo de todas sus facultades es de lo más atrayente, interesante y seductor. Esta observación, este exámen, este estudio demás está decirlo son obra de amor y cálida vibración de vida. Y, sin embargo, casi todos los métodos trazados para estudiar al niño carecen de fuego vital, son rígidos análisis hechos sin la inteligencia del corazón y elaborados cerca de los libros; estos sicólogos de la infancia jamás se han inclinado sobre un pequeño y a su ciencia se han escapado los matices más encantadores del espíritu infantil.
Han mirado al niño sin devoción y sin ternura y el resultado de esta contemplación inafectuosa ha sido algún in folio sin belleza y sin poesía y, además, inexacto.
Más que estos sicólogos de biblioteca, más que estos analistas sin corazón conoce al niño un poeta. Un poeta como Rabindranath Tagore, por ejemplo, que lleno de amor por los pequeñitos dice cosas admirables sobre ellos; cosas que reunen una radiante hermosura y la precisión más rigurosa.
Acercarse a un niño es aspirar toda la fragancia de un poema, es gustar toda la gracia de una canción. Cualquier chiquillo es un imaginativo y siente intensamente lo maravilloso. Parece que ante los pequeños brillara una claridad que nuestros ojos no pudieran percibir, parece que para ellos existiera un mágico reino, a nosotros inaccesible. Lo que nos deja indiferentes o apenas nos hace sonreir porque hemos perdido toda frescura e ingenuidad los asombra y los deleita y el universo les habla un lenguaje, que ya nosotros no podemos comprender. Habéis visto la sorpresa adorable interrogación de sus inteligencias virginales con que miran el mar, el campo, la luna, las flores, los pájaros, los perros, los gatos. Qué expresión de encanto ilumina el rostro de un chiquillo que ve deshicerse, sobre la arena de una playa, las altas olas azules y verdes, que asiste a los juegos de su gi.
to, o que toca los pétalos suaves y finos de una flor. Goza con todos sus sentidos y la poesía del mundo penetra profundamente en su alma clara, límpida y risueña como arroyuelo saltando entre guijarros.
No es siempre necesario iniciar al niño en la vida de la quimera y de la fantasía; es espontáneo en él el sentido de lo maravilloso y sin haberoido hablar de duendes, de hadas, de elfos, brujas, gigantes y ogros, presiente a todos aquellos hijos del ensueño y lo atrae lo misterioso, lo poético y lo irreal.
Hay chiquillos, en quienes es tan fuerte este don de sentir lo fantástico, esta intuición de la fábula, que sus cerebros alcanzan una verdadera potencia creadora. Estos chiquillos inventan pequeños cuentos, forjan narraciones e historietas, dan vida a personajes y a animales raros; yo sé de un niño de apenas dos años y medio, que sin haber oído jamás un cuento de hadas, ni sufrido una impresión de susto, había hecho de una figura de porcelana china la encarnación del mal, del misterio y del terror. La llamaba Lafo y la miraba con gran recelo; lo que más temor le inspiraba, en el muñeco, era su abanico, del que decía que era malo, bien malo. Otro chiquillo éste de tres años y tambien libre de toda impresión terrorífica imaginó la existencia de un ser medio mujer medio araña, cuyo nombre era LA PALOMA. LA PALOMA, en compañía de sus hijitos, cometía toda clase de fechorias nocturnas, se escondía en los cuartos oscuros, golpeaba la puertas y las ventanas; al relatar estas cosas la carita de (CONCLUIRA EN EL PROXIMO NUMERO)