30 AMAUTA L A MO NA POR GAMALIEL CHURATA Gruesa techumbre de totoras y de pajas. Habéis tenido ciertamente varias oportunidades de conocer la choza del indio puneño. La ventana mide apenas diez centímetros; es un hueco practicado, a manera de pupila, en uno de los lienzos, en aquel de los lienzos que mira al sol. Su color, además del ocre de la tierra fructífera, suele ser el blanco o el siena. Un cubo. Junto a él unido por el vértice del ángulo referente, otro cubo y más allá otro de menor volumen y luego los rectángulos numerosos donde se aposentan los rebaños. El plano verde. Verde veronés. El aire vibrante.
Son las diez de la mañana. Húmedo de tibia húmedad. Primavera.
Su cara es fea, seguramente. Gorda no es. Al menos, viéndolo bien no parece. Flaca, tampoco. Trabaja tanto y tan sin descanso! Cuando se trabaja así no se tiene los ojos en el abdomen y desde luego no se engorda. Pero es de una fealdad graciosa. Tiene ademanes desenvueltos y una picardía obscena en la mirada.
Se llama Encarnación. La dicen: Encarnita; y ella se goza con el diminutivo.
En el primer parto estuvo a punto de morir. Si no es el kollawaya se habría ido al otro mundo. Con ciertos sobajeos en el vientre y la cadera y cuatro lagartos que mató en el patio, diciendo misteriosas palabras, el kollawaya la hizo parir. De lo contrario habría muerto. El marido se puso loco. SI TU ME LA SALVAS, decía, TE DARE CUANTO QUIERAS. Cinco días pujó Encarna. Ya le faltaban las fuerzas. Su flaqueza de ánimo la fortalecía para los extremos furores. MATAME, TATITO: YA NO PUEDO, gemía la meneona. Deseaba terminar de alguna manera. Miraba a su marido más abatido que ella misma.
Acaso una sonrisa se agazapaba entre sus labios. El dolor del hombre era mayor ¡claro! Los oblicuos ojos de una mujer alumbrando al clavarse ese es el término en el marido, tienen elocuencia de volcanes que antes de vomitar sus lavas clavan un ojo en el cielo ya sobreespantado de estrellas. Un hijo es siempre una venganza de la naturaleza.
El quiere decir que no estamos llamados a terminar con la generación la obra espiritual que, a cada rato, creemos llevar a sus ápices, y que debemos esperar de nuevos frutos nuevas perfecciones. Ciegos de hosca torpeza en todo procedemos así. Nos conceptuamos la fórmula definitiva y cuando el hijo balbuceando nos hace entrever el aspecto fugaz de una nueva belleza, nos enfurruñamos como felinos groseros contra la nueva belleza que él trajo, empeñados en que ésta que ya llevamos gastada sea la ÚNICA belleza del mundo. Moraleja: los hombres cuando han pasado los treinta años casi siempre son lo más burro de la tierra. Pero que de esta triste averiguación nos consuele saber que la Encarna parió y que su macho con la alegría del suceso, loco y loco, se dirigió a los corrales y cogiendo por las astas a un toro matrero lo dobió, lo unció, lo refregó de hocicos en el suelo. Loco claro. Loco de alegría.
La debilidad de sus menores siempre está a expensas de su crueldad tanto como él a expensas del juicio definitivo que el profesor forma de su estiptiquez mental, pues a una brutalidad incalificable, une un caracter servil de los peores respectos. Es uno de los pocos que conservan sus cuadernos cuidadosamente aforrados, aunque la grasa y ese intolerabie olor a tostado mal digerido los haga gaseosos y a él temible a la pituitaria. Por lo demás, nunca está entre los chicuelos que por un momento de amplio regocijo dan dos o una hora de reclusión. Por esa causa, sus copias rara vez no están con el día. Muchas veces, y debido a ello, logra destacarse entre los demás, o casi siempre, puesto que los resultados apetecidos son esos. Tanto en la vida como en la escuela, el gamonal posée un sentido práctico de resultados inmediatos. Persigue la solución de un interés próximo. En la escuela, lucirse, para inponerse llegado el caso. Se dirá que siendo así el gamonal a la postre resulta un ejeinplar de hombre tesonero capaz de altas acciones. No. El gamonal olvida lo que engulle mentalmente, como evacua lo que ingiere por el estómago en grandes cantidades, sin que lo uno ni lo otro hubiera llegado a produducir el extracto vital. La prueba podría yo ofrecerla en los Diarios de Debates de esta República representativa, donde se ha levantado un monumento a la necedad y a la impudicia; de lo primero, que de lo segundo se vé en los poblachos, sin salirse muy lejos de las calles centrales, otras pruebas de esta falta de honradez digestiva.
El gamonal es el prototipo del machacón. Ha convenido en que atorarse de letras es ser un sabio y que se es más sabio y más fuerte en relación al número de horas consumidas en rumiar los textos absurdos de colegio. Por ello, en el colegio, el gamonal, es el mejor alumno; en la vida, si tuvo suerte, el hombre; pero, en verdad, una bestia!
Vela hasta las once o doce de la noche, deja la cama apenas amanece y reempieza los fatigantes y fatigosos estudios con un sonsonete muy parecido al avemaría de los llamos en el corral. Se podría inventar una sinfonía con el tema. Su nombre acaso éste: sinfonía de la brutalidad angustiada.
Es el primero en llegar a la escuela. Pero no se toma este trabajo inútilmente, robando alguna hora al plácido sueño infantil del amanecer, por ir a corretear con sus compañeros al campo perpetuamente vestido de fiesta para el corazón del niño. No; el campo es para el majjta una incitante tienda de refresco, un aromoso cajón de dulcero.
El gamonal está pervertido. Es un instinto de cálculo sirviéndose de un cuerpo canijo y miserable. Llegado, se colocara frente a la puerta principal en espera de la llegada del profesor, con el objeto de hacer ostensible su aplicación y formalidad. El profesor lo nota, pero cuando el profesor no pertenece al género del asinus gamonalis, lo cual es bien raro, sufre de una dolorosa impresión frente a esa ruina precoz.
Bien, pues. El gamonal a los diez años es un muchacho tímido y tonto, a quien, con toda facilidad, como se le pinta una mosqueta en el trasero, se le cuelga rabitos de papel. Es producto neto de hacienda. Se le reconoce por un fuerte olor a trigo tostado y en que en sus relaciones de amistad prefiere al mozo cuyo poder de puñadas le haya rodeado de una de esas admirables aureolas de trompeador que tanto se admiran en la escuela. Este le es tributario en cambio de una chuwa de chancaca y buena porción de tostados.
El mayordomo tiene, montados y dispuestos a partir en rondaje por todas las cabañas de la hacienda, cinco karabotas duros de rictus y mentones patológicos. Estan embufandados hasta cerca de los ojos para defenderse del látigo pampero. Sólo dejan ver las negras pupilas centellantes.
El chogchi impaciente hunde la mirada en la lejanía nítida y gris. La respiración se vé en el frio de la madrugada. parten. Ha ordenado el mayordomo una requisa minuciosa. No debe quedar, sin ser inspeccionado, ningún rincón de la propiedad. Parten. Los caballos toman diversas direcciones levantando nubes de polvo. Tu marido. Se fué al pueblo, tatay.