Víctor Raúl Haya de la Torre

AMAUTA 25 GONZALEZ PRADA URQUIETA POR MIQUEL ANGEL URQUIETA Lo que El poeta Serafin Delmar, cuya juventud ávida de renovación le ha colocado en las filas de vanguardia de la reforma social que se va incubando en América, ha publicado un breve artículo que es a la vez loa y exégesis de la obra revolucionaria de don Manuel González Prada.
González Prada, como muy gráficamente lo dice Delmar, tiene los Andes para pedestal de su gloria. Los Andes, para el joven poeta, simbolizan toda esta raza indio española que inverna todavía al abrigo de las grandes montañas y empieza a incorporarse, sacudida por sus intelectuales y sus obreros, para la gran obra constructiva del futuro. El día en que se incorpore, será esta enorme masa humana, consciente y germinal, el mejor monumento de González Prada.
Pero González Prada no está solo, señero y único, como piensa Delmar, en el impulso inicial de esta hazaña que va creando el Perù nuevo y acaso la América del porvenir.
Junto a González Prada, ni más adelante, ni más atrás, hay otros que si no tan altos, están bien a su lado por la importancia de la labor realizada y por la intensidad de las inquietudes suscitadas en las nuevas generaciones peruanas.
irre es que González Prada actuó en escenario mayor la capital. actuaron los otros en escenarios más pequeños las provincias. y bien sabido es que en la talla y en la trascendencia del actor influye la magnitud de la escena que enmarca sus actitudes y proyecta sus palabras.
Ni esto ni lo que luego he de decir significa que yo pretenda disminuir el valor de González Prada en la historia del pensamiento americano. Nunca, posiblemente, dió la América española, y por ende el Perù, varón más cabal, moral e intelectualmente. Verdadera majestad de la inteligencia en una època en que las risibles majestades de la sangre no son más que fantoches decorativos, hueros como esos enormes huevos de avestruz que se exhiben en los museos. Prada fué varón perfecto, cuya palabra y cuya acción marcharon siempre a un mismo compás. Sólo tuvo, que se sepa, un acto de debilidad: aquella vez en que, para humillar a don Ricardo Palma en 1912, aceptó la dirección de la Biblioteca Nacional, y cuando Lino Urquieta, sin poder refrenar su impulso tan sincero como injusto, lanzó su célebre precación contra una época en que hasta los robles se doblan y los catones se alquilan. Prada murió como había vivido: de pie. Su criterio fué tan recto como su espina dorsal. Si físicamente su figura prócer imponía admiración, sus ideas, su vida austera, sus campañas demoledoras, iconoclastas, entusiasmaban y creaban en su torno prosélitos resueltos, fanáticos, que tal vez no alcanzaban a comprender del todo los sermones laicos del maestro, pero que captaban de ellos toda la fuerza electrizante, toda la belleza formidable y rotunda de sus frases henchidas, apretadas de pensamiento. En Prada las ideas, las palabras, se encienden como antorchas. Purifican, quemando, e iluminan.
Creo que González Prada no tiene doble en América. Acaso en algunos aspectos se parezca a Jose Martí, el apóstol cubano. Hay quienes, sin embargo, con tanta ligereza de juicio como pereza de análisis, comparan a González Prada con José Enrique Rodó. Es como confundir la musica sonora, y nada más que música, de la cascada imperturbable, con la fuerza efectiva del torrente que arrasa, barre, escombra y edifica. Rodó es opinión enteramente personal. no es más que un retórico, un minucioso y delicado modelador de frases por cierto muy elegantes, muy armoniosas y muy varias, a pesar de su tautología interior, pero frases solamente. ya pasó la época de las simples frases. González Prada hacía también frases, las forjaba, mejor, quién lo niega. Pero frases preñadas de ideas y de acción. Cada frase de González Prada es siempre un concepto audaz, una chispa cerebral que arde y se agita como esas lenguas de fuego de la leyenda bíblica, o es, a menudo, un puñetazo en el mentón de una sociedad podrida de convencionalismos. Rodó canta, muy virilmente, sin duda, pero solo canta. Prada esculpe y ruje a cada golpe de cincel. La prosa da Rodó deleita y es fiesta para el espíritu. La prosa de González Prada obliga a pensar, sacude el espíritu y le pone en guerra contra todo lo perverso.
Rodó, en síntesis, no es más que un literato, un literato enorme que bastaría, él sólo, para salvar las letras de América.
González Prada es un apóstol. Hay diferencia entre la literatura plácida, bellamente tranquila, y el apostolado de acción revolucionaria. La envergadura moral y la reciedumbre de espíritu de González Prada, no han sido hasta hoy igualadas en estos pueblos que engendró la audacia de España en la mansedumbre borrega de las autóctonos.
Voy diciendo todo esto para dejar sentado, antes de seguir adelante, mi devoción por González Prada. En mi campaña libertaria, desde 1918 hasta mi deportación en 1924, no he seguido más caminos que los que abrieron González Prada y mi padre. Esto no quiere decir que anduviera por ellos sin examen, a ciegas, sin advertir claros y zanjones que hacían preciso el salto, y a veces el puente, para seguir la marcha. Ambos caminos van paralelos a ratos, se cruzan o se apartan rara vez y en cambio se unen, para ensancharse, casi siempre. No son, en resumen, sino un solo camino. Un sólo río, diré mejor, cuyas aguas impetuosas barren y construyen. Roturando lo viejo de la conciencia popular de mi patria y en formidable esfuerzo de aluvión, han transformado la roca esteril y arisca en tierra feraz.
Sostuve mi adhesión a Prada durante seis años de periodismo tenaz, constante, agrio, desde mucho antes que se hiciera la revolución en el espíritu de la Federación de Estudiantes del Perú y antes de que Víctor Raúl Haya de la Torre. el espíritu más generoso y justo como le llama Romain Rolland. creara en Enero de 1922 las universidades populares González Prada. realizando, sin sospecharlo tal vez, uno de los anhelos que Lino Urquieta sostuvo desde 1901. Haya de la Torre es el Pablo de Tarso de la nueva religión. Tuvo también su camino de Damasco. Ninguna idea surge sin el agitador que la propague iluminadamente y la meta en la conciencia popular. Sin San Pablo, el cristianismo no habría extravasado el estrecho recinto de Judea. Muertos González Prada y Lino Urquieta, Haya de la Torre, juvenil, optimista, hecho para el heroísmo civil, recogió las doctrinas de los precursores para llevarlas en triunfo, renovándolas, ampliándolas, actualizándolas, por el mundo entero. En el Perú, primero, en la América en seguida, desde Chile hasta Cuba y los Estados Unidos, y luego en Europa: en Francia, en Inglaterra, en Suiza, en Rusia, donde Lunatcharski, comisario del pueblo para la educación de la república sovietista, se arrebató de entusiasmo y admiración y envió a la juventud del Perú, en Setiembre de 1924, un fogoso mensaje de simpatía por su labor educadora del obrero. Claro está que en torno a Haya de la Torre, haciendo piña con él, hay una muchedumbre de estudiantes y obreros. claro está, también, que contra Haya de la Torre y su falanje de pioneros de la nueva ruta se derraman babosos, hediondos, verdes de iracundia estéril, todas las calumnias y todos los dicterios de la mendacidad con privilegio. Pero la falanje avanza y se hace legión de legiones, más aguerrida, más compacta, más numerosa cada vez. Hay cien para reemplazar al que flaquea, deserta o cae. La baba apilada en montaña