4 AMAUTA de los transportes. Cada industria es un caso particular y exclusivo con sus necesidades, sus posibilidades y su sicología propias. No se les puede aplicar a todos el mismo principio, porque todas no cumplen el mismo fin; yi tienen fines diferentes, por fuerza deben gobernarlas principios tambien diferentes.
Mas los leaders mineros, consciente o inconscientemente, prescinden del hecho cierto y se amparan en la teoria falsa. Abandonan el hecho concreto de las minas y defienden la teoría socialista. Como ellos no presentan ni defienden otra cosa, el país solo ve la teoría, y a ella se atiene. Al país le exponen, de uno y otro lado, dos teorías y el país, claro está, se queda perplejo. Quien opina en el conflicto lo hace de acuerdo con simpatías por una de las doctrinas en pugna. Por juicio claro sobre el hecho económico minero no opina nadie. El hecho económico está abrumado por las teorías contendientes.
EL CARÁCTER DE LA CRISIS dustria en su totalidad, y como la base industrial del país en el carbón, el estado no puede cruzarse de brazos y dejar a la minería manejarse a su antojo.
Lo mas importante del problema es, sin embargo, otro asperto. Si la industria minera continúa gobernándose por el régimen del laissez faire. puede cuando las circunstancias de la libre concurrencia la obliguen como ahora, rebajar indefinidamente los salarios y aumentar las horas de trabajo. Esto, desde el punto de vista de los patrones, es muy lógico. Pero es contrario al interés industrial del pais.
Porque el obrero no es solo un productor. También es un consumidor. Si gana salarios altos y trabaja una jornada corta, consume más y, consecuentemen beneficia a las 0tras industrias. Aquí aparece también el carácter nacional del problema. La minería británica ocupa a un millón doscientos mil hombres, los cuales significan, poco más o menos, unos cuatro millones de consumidores. En un país de treinta y siete millones de habitantes, cuatro millones de almas con una exigua capacidad adquisitiva producen un trastorno profundo. Porque así como consumiendo intensamente determinan un formidable acrecentamiento de la producción, consumiendo apenas la disminuyen en idéntica medida.
Cuanto menor sea el consumo del numeroso conglomerado minero, mayor será, naturalmente, la escasez de trabajo en las demás industrias, y habrá, por tanto, más desocupados. Este aspecto también le interesa a toda la colectividad. Los desocupados se sostienen a expensas de los contribuyentes. El ejército de desocupados pesa ya mucho sobre el tesoro nacional y su aumento puede, no solo causar un gran estrago a la hacienda pública, sino provocar un verdadero conflicto social. Porque el desocupado es un peso enteramente muerto scure el país. Ni produce ni casi consume. Cada desocupado le cuesta al país, además del socorro directo, el porcentaje de producción posible representado en él. Un millón de desocupados no le ocasiona a Inglaterra una pérdida de un millón de libras semanales, sino de cuatro o cinco o diez, cuantos millones representa la producción normal de un millón de trabajadores.
EL ERROR DE LA FEDERACIÓN Visto así el problema en contraste con el país, no en relación con los intereses particulares, se advierte en seguida la endeblez, de la doctrina patronal. Pero la doctrina de los leaders mineros tampoco es más fuerte. Si los leaders mineros pudiesen garantizar la eficiencia del estado para administrar las minas de modo de sacarles utilidades suficientes para pagar altos salarios a los mineros, poner al día las maquinarias y, lo más importante, redujeran su doctrina al caso concreto y objetivo de las minas, sin presentarla como un principio aplicable a todos los medios de producción y de cambio. la nacionalización sería sin dudala mejor solución del problema. Pero nadie, mucho menos los leaders mineros, pueden garantizar la eficiencia del estado, no ya para administrar las minas, ni siquiera para apoderarse de ellas. El Estado también tiene sus principios y estos principios, ninguno de los cuales le predispone a incautarse de las minas, son el primer obstáculo para la nacionalización. Los técnicos del estado, y con ellos es indispensable contar, no encuentran todavía entre sus ideas la de la nacionalización de las minas.
Para nacionalizar las minas lo primero, pues, es convencer al pais de la conveniencia pública de nacionalizarlas. Pero aquí está la quiebra de la doctrina de los leaders mineros. Los mineros no creen en la nacionalización específica y única de las minas, sino en la teoría socialista de la socialización de los medios de producción y de cambio.
Creen y piden la nacionalización de las minas, porque creen y piden la nacionalización de las panaderías, de las zapaterías, de los ferrocarriles, ete. etc. Sus proposiciones para resolver el conflicto no provienen de un juicio objetivo de la industria minera. Provienen de una teoria social. esto, la teoría, la generalización, es lo falso. El caso de la minería no es identico al de la sedería, al de la metalurgia o al Para darse cuenta del verdadero problema es necesa rio distinguir antes el carácter actual de la industria mine ra. La minería británica no es ya, económicamente hablan do, una industria, sino un elemento, ei más importante, de la industria nacional. Para descubrir el exacto sentido de la crisis es indispensable marcar bien esta diferencia.
Cuando la minería inglesa se dedicaba preferentemente a proveer de combustible a las industrias europeas, era en realidad, una industria por ella misma. La mayor parte de su producto se exportaba y, naturalmente, sus relaciones con el país terminaban apenas el carbón salía de los puertos. La parte dedicada al consumo nacional constituía en contraste con la destinada a la exportación la menos importante.
Ahora, en cambio, la función primaria de la minería es abastecer a la industria nacional. La industria británica se ha constituído y desarrollado sobre la base de las minas y no puede subsistir ni progresar sin el concurso de ellas. este concurso necesita ser cada día más intenso. Porque para resistir la concurrencia de los demás paises industriales, Inglaterra se halla ahora en el trance de reformar su planta industrial, de ponerla al día, y el primer paso serio de la reforma es la electrificación. Comparada con los Esta dos Unidos, Inglaterra, en punto a electrifcación, es un país con cincuenta años de atraso.
Pero la electrificación del país no puede realizarse sino por medio del carbón. Inglaterra no tiene saltos de agua.
Naturalmente, si se descubre el modo industrial de extraer energia del mar o de la atmósfera, puede no necesitar del carbón. Mas esta probabilidad es demasiado incierta y el carbón es, y continuará siendolo por mucho tiempo todavía, primer elemento de su industria.
La crisis se ha presentado precisamente en el momento mismo del cambio funcional de la minería. Si no hubiese sido por la guerra y el desbarajuste de la postguerra, esta crisis se habria producido hace diez años. Pero la guerra hizo un paréntesis en la vida industrial del mundo y el desequilibrio de la postguerra creó luego un estado anacrónico. Debido a las huelgas mineras en los Estados Unidos a los conflictos sociales en alta Silesia y a la política francesa en el Ruhr, Inglaterra ha continuado siendo el carbonero del mundo, cuando ya había en el mundo carbón bastante para no necesitar tanto de ella.
Esta ha sido la razón del retraso de la crisis. En cuanto se ha restablecido la normalidad, se ha presentado la crisis. Es decir: la mineria británica se ha visto obligada a reducirse a sus funciones naturales sin estar preparada para ello. Constituida para funcionar dentro de una situación artificial, la normalidad la ha sorprendido con una organización defectuosa y nadie ha sabido, ha querido o ha podido sacarla a tiempo del apuro. CONCLUIRA EN EL PROXIMO NUMERO, QUE PUBLICARA, AL PIE, UNA NOTA POLEMICA DE JOSE CARLOS MARIATEGUI.