AMAUTA 34 LA REVOLUCION DEKABRISTA POR HUGO PESOE Hace ciento un años, el 14 de diciembre de 1825, estallaba en San Petersburgo un movimiento revolucionario, ardiente de pasión largo tiempo contenida, anhelante de ideales férvidamente soñados.
Nó grito de falanges de pueblo invocando la Libertad, sino movimiento incontenible de un manípulo de elegidos que quiso apresurar la hora del sacrificio para realizar violentamente los sueños vividos en los cenáculos secretos.
Mas los tiempos no eran maduros. Los ideales todavía demasiado lejanos en el tiempo, todavía demasiado altos en el espacio, parecieron quedar intactos sobre las cimas de lo inaccesible.
La revolución fué sofocada por la metralla imperial.
ANTES DE LA REVOLUCION La condición de Rusia bajo Alejandro explica en gran parte el estado de ánimo que debía producir los sucesos de Diciembre de 1825. Podemos reprochar a Alejandro que en los primeros quince años de su reino hiciera correr a torrentes la sangre de sus soldados sobre todos los campos de Europa. Qué cosa habría podido detenerle frente a la necesidad de la defensa del Estado, concebida con la mentalidad que hoy se definirìa imperialista y que él había heredado de su padre Pablo I, de la abuela Catalina II y de todos sus antecesores desde y antes de Pedro el Grande. Qué cosa habría podido hacerle creer ilegítimo conducir a su pueblo a todas las contiendas guerreras que nacían de su diplomacia intolerante y ambiciosa?
Por otra parte su pueblo, como tantos otros, atravesaba todavía aquella era del mundo aún no tramontada en nuestros días en la cual sobreviene a las naciones un estado pletórico que hincha las venas del orgullo, excita los centros nerviosos que presiden los instintos de la vida animal, hace brotar un súbito deseo de expanderse, de moverse, y hasta de destrozarse, con tal de hacer algo que dé libre desenvolvimiento, en alguna santa guerra, a la vida que pesa, a la vida que hierve. No faltaban entonces como no han faltado más tarde altos móviles que aducir, sacras aspiraciones olvidadas que erigir, retocadas, sobre los altares. el pueblo ruso (como tantos otros)
entonces, como más tarde, inmoló en la embriaguez artificial no pocas vidas humanas sobre aquellos altares.
La diplomacia y las guerras de Rusia de 1801 a 1814 no son, en suma, imputables a Alejandro ni a su pueblo; ni tuvieron, por lo demás, uno influencia decisiva sobre aquellos que debían devenir los Dekabristas.
Es sobre el terreno de la política interna que se debe juzgar al monarca, y sobre las condiciones polìticas y sociales de su pueblo que se pidió estrecha cuenta a su sucesor, en nombre de la Humanidad.
La augusta abuela de Alejandro I, que intelectualmente había fornicado no poco con los Enciclopedistas. tal vez más por una manifestación de su esnobisnio constitucional que por un sincero impulso moral le puso al lado como educador al francés La Harpe. Mentor y alumno dedican largas horas a entusiasmarse por los escritos de Rousseau, se muestran extasiados por la luz de la nueva filosofía, abren los ojos sobre los monstruosos errores que forman la base de los gobiernos absolutos. lloran lágrimas hirvientes sobre el pasado, y hacen santos propósitos para el porvenir.
En la nueva constitución del mundo, también la cara Rusia debe gozar de los beneficios de las nuevas instituciones. Porquè no abdica Alejandro antes de subir al trono? Ah! nó. El se sacrificará bajo el peso de la corona imperial solo porque su intención es dar un día a su país la Asamblea Legislativa. Tales son las palabras que el joven Alejandro escribía a un amigo, la víspera de ascender al trono de todas las Rusias.
El comienzo de su reino hizo creer por un instante que alguna vez los monarcas pueden ser útiles a la Humanidad.
Para resistir a los lazos de la burocracia que, apoyada en potentísimos magnates de la sangre y del orohabía sofocado siempre todos los soplos generosamente li bertarios que habían intentado inspirar las leyes en épocas precedentes, se atrincheró detras de un sabio triunvirato de consejeros no oficiales: Kotchuboi, Czartorinski, Speranzki.
Hoy, éstos, con sus teorías sobre el buen tirano, tendrían que resignarse a figurar, en convenientes oleografías, en algún museo de provincia, para uso de los adolescentes fascistas. Entonces, al contrario, representaban espíritus innovadores en quienes se fijaban de abajo miradas de intensa y conmovida esperanza, mientras en lo alto provocaban un estupor desdeñoso marcado por pequeños estremecimientos helados, propios de un miedo que se dá cuenta de existir.
Speranzki declara estar convencido de que un gobierno no podía ser legítimo si no estaba completamente basado sobre la voluntad general del pueblo.
El mismo consejero privado del emperador elaboró un ponderado diseño de carta fundamental del Estado(1809)
en que se propone, además de la creación de un cuerpo de ministros responsables, la institución de una Dunta o cuerpo legislativo elegido por las Asambleas Proyinciales, y de un Senado, sobre los cuales reposase un Consejo de Estado presidido por la Corona. Reformas todas en perfecta armonía como nota el mismo Kovalenski con las ideas del monarca y de su siempre amado La Harpe. Porqué escuchó Alejandro la voz calumniosa de los nobles que pintaban a Speranski como un peligroso anar, quista o como un nuevo Cromwell. Porqué lo exilió. Porqué no actuó tales reformas? En estos breves apuntes sobre su nefasto reino no puedo intentar la delucidación de estos puntos.
El hecho es que las buenas intenciones que habían animado al monarca en el primer período de su reino se redujeron a conceder la institución del Consejo de Estado y de Ministros exclusivamente designados por él.
Aquellas y otras excelsas miras, especialmente después del Consejo de Viena, cedieron muy pronto el campo a propósitos absolutamente reaccionarios. El voluble monarca tan accesible primero a las insinuaciones de su preceptor y del triunvirato, más tarde a las influencias de las diplomacias napoleónica, inglesa, absbúrgica alternativamente, y en fin a los panfletos de los nobles y al magnetismo de Araktcheeff no podía sustraerse al influjo de los repetidos congresos de la Santa Alianza. Concebida y creada ésta por él, con fines filosófico místicos, como lo indica su mismo nombre, se convirtió bien pronto en instrumento de Metternich; y su objeto práctico inmediato fué, como se ve, el de oponerse con todo medio a las justas aspiraciones de los pueblos, sea en el terreno de la iudependencia na.
cional, sea en el de las libertades constitucionales, que ya comenzaban a ser reclamadas a gran voz en todos los ángulos de Europa.
Las medidas represivas suscritas por el Zar en Carlsbad (1819) contra Alemania, en Troppau (1820) contra la España constitncional y el Portugal, la persecución de los liberales piamonteses (entre los cuales se contaban Pe.
llico, Pallavicino y Marroncelli mandados a Spilberg. el