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AMAUTA 15 cetro también allá, en manos de generalillos y de asesinos. Tal es el abolengo de nuestro caudillaje, el abolengo del condotierismo latinoamericano; tal fué la herencia política de la monarquía, el sistema de gobierno por la espada.
En cada una de nuestras grandes revoluciones libertadoras vuelve siempre a ocurrir lo mismo, los que al principio no arriesgan ni entienden siquiera el movimiento, se adhiere a él ya que está triunfando o en una segunda etapa; juntan entonces soldados y sin más programas que hacerse del mando, eliminan a los patriotas y se instalan en el poder. La tirania, de esta suerte, cambia sus verdugos, pero no sus sistemas.
Tan nociva nos ha sido semejante política, que sólo pueden ufanarse de un verdadero progreso, aquellos países que como la Argentina eliminaron el caudillaje desde hace muchos años o como Brasil que nunca lo tuvo.
Uruguay también y Colombia, una tierra gobernada desde sus comienzos por hombres de letras, no por soldados y Costa Rica y Cuba, talvez alguna otra nación, han escapado a la tradición maldita; pero en los demás pueblos la lucha entre la barbarie en su forma más cruda y primitiva y la civilizacion en sus formas elementales e impotentes se prolonga y estorba el desarrollo nacional. La lucha armada por el poder, la ambición y la ignorancia, impiden el desarrollo de cualquier plan constructivo. Cada período negro de nuestra historia ha quedado bautizado de esta suerte con el nombre sanguinario de alguno de estos dictadores y caudillos que son baldón de nuestra estirpe. no solamente nuestro caudillaje ha logrado perpetuar entre nosotros la ignorancia y la tiranía sino que también, en lo que se refiere a nuestra política internacional, caudillaje es el enemigo nato del acercamiento hispanoamericano y el sostén de ese nacionalismo celoso que es tan contrario a nuestra buena tradición y al espíritu de nuestra cultura. Contradictorio de nuestra tradición porque desde el principio fuimos una sola nación bajo el de España; un territorio continuo, una lengua, la misma religión y la misma idiosincracia. Contradictorio asimismo, de los intereses más altos de nuestra raza, intereses claramente definidos por los fundadores de nuestra vida independiente, los Sucre, los Bolívar, los Hidalgo, que se propusieron crear naciones abiertas a toda la especie humana. una y otra vez la ambición y el cretinismo de los caudillos ha impedido que todos estos propósitos salvadores se consuman. Todavía ayer, vimos fracasar por décima ocasión, una de las coaliciones más urgentes. la caída de una especie de aborto demoniaco, que se llamó Estrada Cabrera, el gobierno civil revolucionario de Guatemala, se puso de acuerdo con los presidentes civiles del resto de Centro América y un día glorioso, el cable informó al mundo que los cinco presidentes de la América Central habían renunciado a sus investiduras, constituyéndose en gobernadores de provincia a efecto de convo.
car una Asamblea constitutiva de la nación Centro Americana. Pero enseguida un golpe militar, un golpe de Estado, úna resurrección del caudillaje, echó por tierra el gobierno guatemalteco y el plan de unión se vino abajo con gran beneplácito de los intereses norteamericanos que intervienen en la política de la América Central. Aquí como siempre, se nos aparece el caudillo, marchando en los bordes de la traición y eso no obstante que en su jerga de politicastro, llama todo los días traidores a los que no le siguen en todas sus infamias.
Pero no sólo ha sido el caudillo un malhechor del Estado, un malhechor de la política; también en el orden económico es constantemente el caudillo el principal sostén del latifundio. Aunque a veces se proclamen enemigos de la propiedad, casi no hay caudillo que no remate en hacendado. Lo cierto es que el poder militar trae fatalmente consigo el delito de apropiación exclusiva de la tierra; llámese el soldado caudillo, Rey o Emperador: despotismo y latifundio son términos correlativos. es natural, los derechos económicos, lo mismo que los políticos, sólo se pueden conservar y defender dentro de un régimen de libertad.
El absolutismo conduce fatalmente a la miseria de los muchos y al boato y al abuso de los pocos. Sólo la democracia, a pesar de todos sus defectos, ha podido acercarnos a las mejores realizaciones de la justicia social, por lo menos la democracia, antes de que degenere en los imperialismos de las repúblicas demasiado prósperas que se ven rodeadas de pueblos en decadencia. De todas maneras, entre nosotros, el caudillo y el gobierno de los militares han cooperado al desarrollo del latifundio. Un exámen siquiera superficial de los títulos de propiedad de nuestros grandes terratenientes, bastaría para demostrar que casi todos deben su haber, en un principio a merced de la Corona española, después a concesiones y favores ilegítimos acordados a los generales influyentes de nuestras falsas repúblicas. Las mercedes y las concesiones se han otorgado, en cada caso, sin tener en cuenta los derechos de poblaciones enteras de indígenas o de mestizos que carecieron de fuerza para hacer valer su dominio. De este sistema de simple ocupación brutal, procede la riqueza del hacendado de México, del estanciero de la Argentina, del gamonal del Perù. Algunos de los jefes de nuestra guerra de Independencia, hombres como Morelos en México o más tarde, como Alberdi en la Argentina, vieron desde entonces y proclamaron la necesidad de romper estos monstruosos monopolios; cada una de nuestras revoluciones los combate; pero a medida que la revolución degenera en caudillaje, es el caudillo mismo el que aparece como terrateniente. así se prolongan la explotación y el abuso. Aún en países como la Argentina donde el caudillaje militar lleva años de muerto, la herencia del caudillaje perdura en la forma de las grandes estancias que no se venden a ningún precio y que sólo se subarriendan a quien, llevado de la miseria, acepta trabajarlas en condiciones de esclavitud. Si no fuese por la pequeña aristocracia de la tierra, Argentina, la gran nación del Sur, estaría ya en camino de rivalizar con los Estados Unidos del Norte; país este último que debe su prosperidad a las grandes libertades de su primera época y a la juiciosa diştri.
bución que hizo de las tierras, fraccionándolas entre pequeños propietarios que a su vez se convierten en el soporte de la libertad. De igual suerte nosotros, no conseguiremos ningún serio adelanto, mientras permitamos que perduren los dos azotes sociales: el terrateniente y el caudillo militar. no sólo no conquistaremos progresos sino que no aseguraremos la paz, mientras halla terratenientes y caudillos. La revolución mexicana de los últimos quince años no ha sido más que un esfuerzo para romper el monopolio de la tierra y el monopolio de la política, la explotación del trabajador y la tiranía, el reeleccionismo, el militarismo en la política. Convulsiones semejantes tendrán que pro: ducirse en los demás países de nuestra América si los gobiernos no se adelantan a la desesperación popular, poniéndo una mano salvadora sobre el más urgente de nuestros problemas sociales. Una simple hojeada a nuestra historia comprueba la tesis asentada. Cada uno de nuestros derechos asegurados, cada una de nuestras conquistas sociales, procede invariablemente de aquellos períodos cortos en algunas naciones, más largos en otras, en que el gobierno hą salido de manos de los jefes militares, para ser ejercido dentro de formas civilizadas y democráticas. El desarrollo de la educación pública que casi siempre coincide con estos breves períodos de libertad, tiende a desterrar la influencia del caudillo. Desde que el argentino Sarmiento, implantó su gran reforma educacional, la Argentina no ha vuelto a producir Napoleones, ni encarnaciones de la revolución, ni salvadores de la patria. Lo mismo llegará a ocurrir en el resto de nuestras patrias. El poder creciente de la doctrina socialista en países como México, la Argentina y el Uruguay, acabará por imponer gentes mejores en el gobierno y sistemas económicos más adecuados.
Sólo entonces podremos convencer al emigrante de que realmente aquellas tierras están destinadas a producir un tipo de civilización generosa y universal. Por ahora todavía en una gran proporción y con excepciones raras es un deber de veracidad afirmar que la injusticia económica y el despotismo, estorban el desarrollo de nuestra cultura y nos impiden lograrla fraternidad y la comunión de todas las gentes,