14 AMAUTA lo estètico. En todas partes una misma debilidad, una misma impotencia, para lograr las formas superiores del destino. Procedimientos imperfectos de la potencia somos ambos, la naturaleza y nosotros; procedimientos torpes en manos de seres que retornan al abismo en el instante exacto en que les falta el soplo divino; el trémulo misterioso de la alegría.
Pero la ventaja del alma sobre la cosa está como si dijéramos en su mayor rapidez de cristalización. En tanto que el polvo tarda siglos para volver a formar el granito; el alma a veces en sólo un segundo se reconstituye, se renueva, se ilumina toda entera. así se ve que los procesos divinos son lentos como la solidificación, múltiples como la germinación, rápidos como la luz; pero ninguno es ni más prodigioso, ni más rápido que el alma.
De allí que entre todos los factores que modelan la historia de un pueblo ninguno sea más importante que el de la raza que lo constituye. gracias a esa virtud innata, todavía nos es posible creer y esperar después de tanta derrota y después de tanta y tan bochordosa sucesión de fracasos. Gracias también a esa variedad infinita de nuestra naturaleza, la historia no se repite, sino que ya sea de una manera ciega o de una manera determinada, nunca cesa de inventar y crear.
Veamos qué es lo que se está creando en la América nuestra.
Desde que nuestro mundo aparece en la historia.
dos corrientes se han vertido allí para impulsarlo: dos procesos de acción civilizadora: por una parte el afán de colmar los apetitos con nuevos tesoros, la fantasía con otros paisajes y por la otra el anhelo de buscar prosélitos para una fe sin confines. Los conquistadores y los misioneros; la obra de descubrir y organizar pueblos y el propósito de difundir luz en las almas; dominación y proselitismo.
Se diría que ya desde que en la Judea se ordenó: Id a predicar el evangelio a todas las naciones; llamad a conversión a los gentiles, a la vez que se sentaban las bases de un nuevo derecho de gentes, se presentía el descubrimiento de una gran tierra que habría de servir de patria a las razas liberadas. El propósito de expansión espiritual, se vió además, impulsado por la necesidad física del desbordamiento. Por virtud del mandato cristiano, el principio de la cultura salió fuera de la tribu, salió de la patria y rebasò la estirpe misma; pero el mundo antiguo resultaba pequeño para la nueva concepción de la vida y el Asia demasiado repleta. Zonas de población excesiva, no entienden de doctrina, no entienden de moralidad, lo que necesitan es espacio. en busca de espacio fueron las naves mediterráneas y en el continente que hallaron se ha iniciado un nuevo proceso de la historia; un período de cultura fraternal que tarde o temprano ha de sustituir a este Medioevo contemporáneo: Un medio evo en el cual la barbarie se ha puesto el disfraz de un nombre nuevo y manchado de sangre, el nombre para muchos honorable pero en realidad perverso; el nombre discutido de: nacionalismo.
Nuestra América, es cierto, en muchos de sus aspectos, no es otra cosa que un reflexo, una copia de Europa y obra casi toda de europeas. Sin embargo ello no nos obliga a hacer de nuestra historia simplemente una repetición de la historia europea. La experiencia humana no es totalmente estéril, los tiempos no pasan en vano, cada semilla se renueva y centuplicada en el fruto. Por eso nos empeñamos en que salga de nosotros una forma original de cultura. El mejoramiento popular, la conquista de la justicia y de la sabiduría, la reforma de las instituciones y de las almas, tales son las condiciones de nuestro patriotismo y parte fundamental de su contenido.
Ningún apego a los errores del día; ningún retorno al pasado. Trabajo ardiente para comprometer al futuro, para obligarlo a que esplenda de gloria: así definiría yo nuestra manera de nacionalismo. Una aurora, un nacimiento, no renacimiento, sino creación de formas mejores y más altas de vida.
Tal ha sido en realidad el ideal iberoamericano, desde los comienzos de nuestra independencia, más aún desde que los conquistadores y los misioneros iniciaron en nuestras tierras su obra inspirada y maravillosa. Aventuras de leyenda convertidas en realidad viviente por el genio de los capitanes y los predicadores más asombrosos que ha conocido la historia, no sé a dónde pudieron llegar si no les estorban los logreros y los pícaros que la Corona de España enviaba a nuestras tierras.
Desgraciadamente los españoles que llegaron a la América llenos de genio y de audacia, ya no eran libres; no procedían de una república, como la veneciana o la florentina, sino que dejaban la patria en el instante mismo en que las libertades políticas comenzaban a decaer por la supresión gradual de los fueros en Castilla, en Aragón, en todas las libres provincias cuyos sacrificios para la reconquista eran premiados por los Reyes, robándoles sus privilegios de autonomía y de ciudadanía.
Desde Isabel con su leyenda falsa de las joyas, leyenda falsa porque no está probado que las ofreciera a Colón y sí es evidente que la América no le costó, le produjo joyas, hasta Fernando Séptimo, el degenerado sobre el cual se ha querido echar toda culpa del fracaso, como si los otros de su abolengo no hubieran sido y no fueran lo mismo; todos los monarcas de España y aún los monarcas ingleses no hicieron otra cosa que diferir el designio de hacer de la América una tierra de elección y de justicia para beneplácito de todos los hombres. Ambas monarquías implantaron monopolios que violaban el compromiso tácito de América; monopolios que cerraban el continente a la explotación libre del humano esfuerzo y lo convertían en feudo de intereses ruines o en galardón de torpezas y cortesanías. Cierto que por excepción, tuvimos algunos buenos virreyes, pero más cierto es que el sistema de irresponsabilidad inherente a la institución monárquica tuvo que ser y fué para todos fatal; fatal para España y fatal para nosotros mismos. La América del Norte rompió con la Corona inglesa cincuenta años antes que nosotros y hoy nos lleva cien años de adelanto. Nosotros rompimos por fin, pero muchos de nuestros males todavía arrancan de aquellos siglos de obediencia ciega. Todavía los arrebatos esporádicos contemporáneos de localismo y de nacionalismo, tienen mucho de esa pasión del esclavo que se siente adherido al jefe, al cacique, al general, al amo de la tierra o del Estado. Tan despreciable y pecaminosa sumisión del hombre al hombre no ha podido dar sino frutos de desventura. Casi todas nuestras victorias se ven anuladas en la práctica. Abrimos nuestras fronteras a todos los pueblos pero los polizontes del personalismo, molestan a nacionales y extranjeros cada vez que se cruza la línea divisoria de nuestras nacionalidades. Proclamamos la igualdad de todas las gentes, pero muy pocos son los que pueden aprovechar las ventajas que ofrece nuestra naturaleza. La pobreza general, la ignorancia, las condiciones geográficas y sociales han demorado nuestro progreso. los sistemas despóticos de gobierno inaugurados allá por los Reyes, han encontrado continuadores en la persona de jefecillos militares ignorantes y rudos, especies de condotieros feroces que llamamos caudillos y que han sido el azote de todos los nuevos Estados. Sucedió que los hombres heroicos, videntes, que consumaron la Independencia se agotaron casi totalmente en la lucha. Bolívar, nuestro más ilustre capitán, perdió pronto el poder y fué reemplazado por jefes menores de milicia de montonera. Sucre, el más noble y más puro de todos nuestros idealistas, fue asesinado y uno de los presuntos asesinos suyos se hizo proclamar presidente de una de nuestras repúblicas, fundando así la ya larga y todavia no extinta dinastía de los presidentes asesinos.
En México, casi todos los verdaderos patriotas perecieron en la contienda o, fueron hechos a un lado y a la hora del triunfo un tal Iturbide se proclamó Emperador, no obstante que era reo de doble traición puesto que al frente de ejércitos reales, durante años había combatido a los rebeldes. San Martin, el glorioso jefe argentino, tuvo que dejar su país retirándose en desgracia y el poder, recayo