José Carlos Mariátegui

AMAUTA 10 Sobre la Cultura Hispano. americana POR LUIS ALBERTO SÁNCHEZ En Mercurio Peruano último acabo de leer un artículo de su director y fundador, don Víctor Andrés Belaunde, sobre Corrientes Principales en la Literatura de Hispanoamérica. el cual contiene afirmaciones dignas de ser comentadas. Tienden a formar de las literaturas nacionales o locales un solo haz, y ahuyentar del continentalismo las divisiones nacionales; es decir a formar un concierto en el cual, las voces discrepantes sean nostalgias indígenas, sensualismos negros, rigidez castellana, molicie árabe, practicismo sajón, ardor itálico constituyan los encontrados acentos indispensables para que la armonía no se vuelva monótona y la polifonía linde con lo arbitrario.
Claro está que ese fervor continental, eso que la generación devota de Rodó llamó, por boca de uno de sus gerifaltes, La Creación de un Continente. claro está que ese fervor es unánime y que trasunta un anhelo justo. Pero, el anhelo no es la constatación. quien describe corrientes actuales, debe aplicar más el oído al momento que pasa y no confundirlo con las palpitaciones de su corazón en espera.
Yo no creo advertir en la literatura americana esa unidad espiritual íntima y perfecta que avizora Belaunde.
Antes por el contrario, cuanto más estudio la literatura del Continente, más creo advertir que, apesar de su fondo idéntico, de esa uniformidad ancestral, las nuevas naciones dejan oir sus voces distintas, y ocurre el simil tan precisamente evocado por el autor de Eurindia. cuando, analizando diversas literaturas hispa 10americanas, escucha en ellas como una entonación familiar, pero modificada profundamente por el tono personal de cada pueblo.
Crée Belaunde que uno de los medios más directos de llegar a la unidad es la formación de una alta cultura y el estudio de cumbres.
Mas, para llegar a formar esa alta cultura hispanoamericana, hay que meditar detenidamente. Primero, en que toda alta cultura es peligrosa, porque trae consigo la inevitable secuela de la educación de élite, la formación de grupos escogidos, de minorías selectas y tendientes a la oligarquía. Segundo, en que para formar esa alta cultura. en Hispanoamérica, no es recto sendero el prescindir de la mera erudición. puesto que tal actitud entraña una lamentable confusión entre la realidad de pueblos viejos, y la nuestra, aún no conscientes de nosotros mismos, ignorantes de los repliegues de nuestra alma, sin la base del conocimiento detallado y menudo de nuestra realidad y nuestro pensamiento, condiciones esenciales para formular las duraderas síntesis del futuro. Por eso mismo, nuestras obras presentes, quizás sean excesivas en la extensión, en el nálisis; pero así han sido siempre los fundamentos de todo bello sistema. Si el mundo hubiera estado al tanto de la terminología y las premisas de Spengler, habríale bastado a éste unos cuantos capítulos para condensar el pensamiento central de su doctrina. Si Europa produce admirables síntesis, ello es resultado de largas búsquedas seculares.
Antes de un resumen de Faguet fué menester la existencia de muchos Petit de Julevilles. Cien aedas confluyeron para producir la unidad de las dos epopeyas homéricas. Por eso insisto en que la mera erudición recién comienza en Amèrica. Porque, antes del novecientos, solo se llevaron a cabo esfuerzos de fantasía, y ia labor, no fué de hormiga hacendosa, sino de cotorra vocinglera y multicolor.
No existe, pues, el peligro de que del detalle excesivo nazcan confusiones. El crítico sintético, el buceador de bellezas y verdades, no se pierde fácilmente entre un hato de nombres. Más fácil habría sido perderse entre la multitud de teólogos medioevales, y, embargo, no sobresalen sino el Doctor Angelico, el Sutil Escoto, el Eximio Suarez y algunos otros. Para llegar a esta síntesis, lo que menos se tuvo en cuenta fué las preferencias y la actitud del público. Este suele equivocarse más de lo que acierta en materia de arte. Porque el público tenido por tal, no está formado por el pueblo, que sabe siempre escoger su arte rudimentario, pero fresco y espontáneo dentro de su primitivismo; ni por los espíritus cultivados que no yerran mucho en sus ídolos poco comunes. El otro público, el así llamado por antonomasia, es el peor juez en materia de literatura. Ese es el que lée de preferencia a Braemés, Invernizios, Fevales, Trigos, Mardens, Pezas, Sués. Ese es el que encuentra tosco y cursi al Cancionero de Lima.
y oscuro a José María Eguren; el que mirará con desprecio al Chano y a Contreras, y con extrañeza a Herrera y Reissig; el que encontrará burdo a Aniceto el Gallo y extravagante a Lugones. Para él hay una comparación certera que le aprendí a Pascal.
La unidad espiritual de Hispanoamérica no es, pues, un hecho, ni basta para probarla la simultaneidad de las corrientes modernistas y neohumanistas en el ensayo, que han dominado en los últimos años. En todo el mundo ha ocurrido fenómeno análogo, y algo más aún: el sentido deportivo, humorístico en el arte de vanguardia, el sintetismo, la metáfora viva, la ruptura de la armonía verbal para buscar la orquestación interna, son síntonas que convienen lo mismo al arte americano que al europeo. Si ello fuera causa de que desaparecieran las divisiones nacionales para formar solo un arte americano, yo iría más allá todavía: yo iría a suprimir la literatura continental y pediría que solo se escribiera y se estudiara la literatura universal.
El romanticismo, lo mismo que el realismo, constituyeron fenómenos mundiales. El realismo muchas veces como decía Queiroz, se limitó a ser una etiqueta que los artistas románticos colocaban asustados en la carátula de sus libros, para que el público no fuese a pensar que estaban quedando retrasados. Sucede lo propio, ahora, con el vanguardismo. muchos escritores de alma vieja, de estilo arcaico, intentan pininos vanguardistas por no parecer anticuados.
Hay moda de tener doctrina. En el fondo, es probable que muchos de los corifeos conservadores y demoledores, lo sean porque se han hecho la resolución de ex perimentar la emoción social. a la voz de mar do de su sensibilidad disciplinada vale decir mentirosa y mediocreel corazón se ha sentido apostólico y el cerebro guía.
Por eso no creo en que la universalidad de las escuelas nuevas sea un argumento para negar la existencia de literaturas nacionales en América. Además, tiene peligros tratar de encauzar este movimiento ubérrimo de Hispanoamérica, si no se le ausculta con detención. No es posible sostener todavía que la literatura peruana se distin.
gue por la tradición o su sentido picaresco y la chilena por lo erudito. Ni es justo involucrar dentro de la literatura académica colombiana a la de Venezuela. Una vez más, el fenómeno político no tiene ninguna consonancia con el literario. Aquel congregó en una sola Nación la Gran Colombia, a Venezuela, Colombia y Ecuador. Pero, literariamente, Venezuela no es la académica Colombia. El humanismo de ésta se diferencia mucho del fervor polémico de aquella. El penacho romántico de Bolívar es el primer paso en una senda de la cual iban a surgir como admirables hitos, desde la prosa robusta de Juan Vicente González, hasta el furor polémico de Blanco Fombona, la osadía de Vallenilla, la sutileza de Díaz Rodriguez, el vigor de Pocaterra. En el Perú, la tradición y la picardía, significan una etapa, un capítulo, pero nada definitivo. Seguir repitiendo esto, sería ignorar el acervo de la tradición serrana, lo que hay de airado en Prada, de nostálgico en Garcilazo, de lujuria verbal en el Lunarejo, de dolido en Marquez y Salaverry, de disimulado latigazo cn Pardo ùe angustia en Vallejo, de frondoso en Chocano, de ingenuidad celeste en Eguren, de humorismo nuevo en Chabes, de agitación en Mariátegui, de evocador apasionado en Valcárcel, sería olvidar a toda la nueva generación de Chile, a los Neruda, Mistral, Vega, Barrios, Molina, creer que la tendencia erudita de los Medin, arrós Arana, Lastarria, Vicuña Mackenna, Montt, continuaara floreciendo en el sur.